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Dante N. Pino Archondo

Relajar la norma


2012-02-07 - 23:14:04

Cuenta la historia que el hombre tuvo que escoger entre la vida en el paraíso o conocer la verdad y decidió probar del fruto del árbol que enseñaba el bien y el mal. Tuvo que decidir.

Desde entonces nadie puede tener todo lo que desea. Si quieres algo tienes que sacrificar otra cosa, a eso te obliga la eficiencia. La administración que no actúa con eficiencia es una mala administración y sus resultados serán igual.

Se debe elegir en qué se gastarán los ingresos que se tienen. Cuanto más gastes en una cosa menos posibilidades tendrás de hacerlo con otra. Y si decides gastar en subvenciones, bonos, viajes, aviones, satélites y cuanta idea se te cruce por la cabeza, te verás obligado a gastar en menos hospitales, escuelas, caminos y energía.

Para que administrar no sea una improvisación diaria, se elaboran los presupuestos. Y estos son simples proyecciones de los ingresos que esperas tener y de los gastos que puedes hacer. Lo racional es no gastar más de lo que se tiene como ingreso. Estirar los pies hasta donde alcanza la sábana, aconsejaba la sabia abuela.

Un presupuesto en sí mismo solo es un instrumento que hace el papel de guía, de orientación, se presupuestan ingresos estableciendo ciertos presupuestos, por ejemplo que el precio del gas suba en el mercado, y el de los minerales lo haga igual, fundado en esas premisas que puedes controlar o no, se proyectan los ingresos, que son los impuestos que se recibirán por esas ventas (exportaciones). El gasto tiene otra forma de concepción, se define en función a las necesidades que tiene la sociedad. Educación, Salud, infraestructura productiva, defensa, seguridad ciudadana etc.

Todo esto tiene que ver con preceptos básicos que definen el orden de una administración. En el caso de un gobierno, además de tener un presupuesto, este se encuentra refrendado por normas legales que dicen cómo se aplica y que sanciones se establecen en caso de transgredirlas.
Es la ley, que trata de evitar el uso indiscriminado de los recursos y de poner límites a la tentación de gastar como se le ocurra al administrador temporal que se elige para tal menester.

Los gobiernos denominados ahora, neoliberales, fueron en este sentido cuidadosos y celosos de poner candados que eviten los gastos dispendiosos, los gastos superfluos o los gastos que no estén programados. Poner orden en el gasto fiscal, ha demandado mucho esfuerzo y la administración ha sufrido sacudones muy fuertes, fruto de la prepotencia con la que actuaron muchos administradores. Si hubo alguna vez razón para crear la ley SAFCO fue por el abuso tremendo que se hacía de los recursos escasos que tiene el Fisco.

Los ejemplos fueron patéticos, se dieron conocer gastos increíbles sin correspondencia con el objeto que se tenía. Y se buscó ordenar el sector público, por eso se dieron las pautas que se deben seguir en las licitaciones. Antes de ello, se asignaban proyectos a amigos, compadres y familiares sin tener que cuidarse mucho.

La norma se hace para ordenar no para evitar. Y esto, tienen que entender quienes asumen la enorme responsabilidad de administrar la cosa pública. No se puede evitar tener que elegir entre el gasto con orden o el gasto en desorden. Es un asunto que está más allá del voluntarismo.

Ahora bien, el gasto desordenado que se aplica por el capricho, lleva inevitablemente al camino de la corrupción y por tanto del delito.

Un administrador consciente de los riesgos que conlleva el flexibilizar la norma o el relativizar los controles, nunca ira en la dirección que no sea aquella de evitar por todos los medios que los ingresos de todos los bolivianos se malgasten.

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