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Marcelo Ostria Trigo

El cambio


2013-07-24 - 19:04:04

Las creaciones de los seres humanos son finitas: tarde o temprano se vuelven obsoletas, innecesarias o perjudiciales y, entonces, viene el cambio. Se trata del corsi e ricorsi de Giambattista Vicola, pues “ninguna etapa contiene la verdad íntegra, no hay un ciclo definitivo, sólo hay fluctuación y alternancia cíclila, corsi e ricorsi en la historia” (Justo Fernández López. Lengua y cultura. http://www.hispanoteca.eu).

Está claro que los cambios son inexorables;  siempre marcan el fin de un ciclo político  y,  a la vez, el comienzo uno nuevo,  cuya duración es poco predecible. Pero aun, ante estas evidencias, los caudillos no siempre aceptan ese destino, es decir no ven que en el horizonte siempre hay nuevas alternativas. En esto hay una suerte de soberbia y ceguera, ya que pocas veces los autoritarios logran convencer a los ciudadanos que se está en una etapa feliz, ideal y, por ello, inmutable, propia de una utópica sociedad, lo que equivale a dar la espalda al futuro que siempre es cambiante.   

Dos artículos, uno de Fernando Laborda (“El fantasma del final del ciclo kirchnerista”. La Nación. Buenos Aires, 19 de julio de 2013) y otro de Manfredo Kempff Suárez (“La Bolivia que dejarán”. Santa Cruz, 19 de julio de 2013), se refieren a este tema. El primero menciona la molestia que le causa a la presidente argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que se hable del final del ciclo que inició su fallecido esposo. Ella intuye, pero no acepta que esto sea indetenible. “Algunas de sus últimas decisiones son, incluso más que las encuestas, un concluyente indicador de un gobierno que parece estar preparándose para enfrentar ese fantasma”. Por su parte, Kempff Suárez, alerta: “Cuando este Gobierno –el del Movimiento al Socialismo–  se marche (todos los gobiernos se van algún día) nos quedará una nación invertebrada, desarticulada, en una profunda crisis social…”.

Hay una conducta que comparten los neopopulistas: el empeño –irremediablemente infructuoso– de eternizar su ciclo. Lo que tanto se dijo de los liberales, que, por no aceptar el marxismo-leninismo, los arrollaría la rueda de la Historia, es aplicable al terco intento de hacer creer –como lo quiso Hitler con  los mil años de Tercer Reich– que se ha llegado (al poder, por cierto) ‘para quedarse…’,  pues este fue –y aún  es– el pretendido destino de un ‘proceso de cambio’ que ya se va desdibujando.

No es un secreto que en Bolivia las instituciones –ahora más que antes– han caído en la ineficiencia. No es que anteriormente fueran perfectas, ni siquiera aceptables; pero ahora, por lo que pasa en la administración de justicia y en el ministerio público, afectados profundamente por los escándalos, ya es una de las lacras que más contribuyen al estancamiento, trabando la posibilidad y los esfuerzos –si los hay- de lograr su modernización y eficiencia, cumpliendo así la honrosa tarea de cuidar de que el Estado de Derecho proteja a los emprendedores, a los trabajadores que producen, a los estudiantes que miran el futuro con esperanza y, en fin, a todos los ciudadanos.

Por supuesto que no sólo la justicia es la mal conformada que contribuye al estancamiento; habría que mencionar también a instituciones que, de igual forma incumplen las funciones que les corresponde, como la que debe ejecutar la política exterior nacional, ahora ideologizada en extremo, lo  que lleva a pasar por alto que de uno de los objetivos de la acción internacional de los Estados es promover la amistad sustentada en concertaciones en los ámbitos político, económico y cultural. El deterioro de la amistad entre las naciones no contribuye al progreso ni a la paz. Todo esfuerzo negativo, tiene costos y, si se trata de enfrentamientos, se llega al desastre.

No es prueba menor de estancamiento –o debilitamiento institucional, si se prefiere– la indefinición del gobierno en cuanto a las autonomías. Éste ha creado un ministerio del ramo, mientras hay signos de recentralización en diversos campos de la administración y en la toma de decisiones que afectan negativamente a las regiones.

Todo esto –inevitablemente incompleto– caracteriza también a varias instituciones disfuncionales por leyes apresuradas y parcializadas y que, por ello, tienen el mal del estancamiento, consolidando su inoperancia.

Tarde o temprano habrá cambios en nuestros países. Esto demostrará, una vez más, que los ciclos se agotan; unos porque las condiciones sociales y económicas varían y otros por la incuria de gobernantes autoritarios o francamente irresponsables. Lo deseable, sin  embargo, es que el tránsito de un modelo a otro se opere sin rispideces.

Si el empeño es forzar la perennidad en el poder, nos enfrentaremos a los fantasmas que menciona Laborda y, como lo advierte Kempff Suárez, lo que sucede “debe inquietarnos mucho porque a este paso no va a quedar nación para gobernar”.

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