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Marcelo Ostria Trigo

Los Torquemada


2013-09-18 - 18:21:37

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, fundado en 1478 por los Reyes Católicos de España, fue una institución destinada a cuidar la pureza religiosa de los católicos bautizados. Fue, en realidad, una expresión de una época en la que la sociedad estaba dominada por el fanatismo y la intolerancia, lo que era común a otros países de la vieja Europa, donde se torturaba y quemaba a quienes eran acusados de practicar la brujería o de herejía.  Juana de Arco, la doncella de Orleans, murió en la hoguera, como uno de los casos de crueldad sin límites.

“Este mecanismo permitió que, por ejemplo, en Alemania se quemasen más de 70.000 mujeres, o 3500 solo en el pueblo escocés de Prestonpans. No se conoce el número total, pero a lo largo de los siglos es posible que más de un millón de personas hayan sido eliminadas…”, acusadas de herejía (Ariel Palazzesi. “La caza de brujas en la Edad Media”. www.neoteo.com/la-caza-de-brujas-en-la-edad-media).

El fraile dominico español, Tomás de Torquemada (1420 – 1498) Primer Inquisidor en España, ha quedado en la historia como parte de la leyenda negra de la Inquisición española y signo de crueldad y fanatismo.  El cronista contemporáneo, Sebastián de Olmedo, como muestra de que esto no solo era aceptado, sino celebrado, describió a Torquemada como  “el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden”.

En Occidente ya no se queman ateos ni apóstatas. Pero, en cambio, en nuestra región prevalece otro tipo de intolerancia cruel: la política; la que da lugar a persecuciones, encarcelamiento, torturas y, en algunos casos, hasta ejecuciones de quienes son oponentes a un régimen autoritario. El argumento maniqueo para justificar la represión violenta es que se trata de defender la estabilidad del régimen amenazado por unos “violentos forajidos”, empeñados subvertir el orden, frenar los planes oficiales y derribar al gobierno. Los buenos son los que mandan y los malos los mandados que no obedecen.

La represión se la hace en nombre de la justicia, de la democracia, de la igualdad. Entonces, quienes son las víctimas de la intolerancia, deben recordar la dramática protesta de Marie-Jeanne Roland de la Platiere: “¡Oh libertad cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, antes de ser ejecutada en la guillotina en París por los feroces radicales jacobinos, entre nosotros redivivos. Estos  son los “salvadores” que siguen invocando la libertad y la justicia que no practican, pretendiendo así defender  conductas cerriles, solazándose al saber que el oponente está, o en la cárcel, o en el ostracismo o, inclusive, en alguna fosa. Es así como surgen los nuevos Torquemadas que acusan, que sentencian, que deciden el destino de los quienes osan pensar diferente. Entre nosotros hay unos cuantos…

Parecería que el sino trágico de los pueblos –de nuestros pueblos– es hacer del odio una constante para someter. Pero, no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

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