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Palabra de Dios

¿Esta tu vida cristiana creciendo bíblicamente?


2015-05-03 - 11:10:32
“DIOS… NOS HIZO Y NO NOSOTROS A NOSOTROS MISMOS…” (Salmos 100:3)
¿Necesitas un poco de motivación hoy? Fíjate en la palmera.

1) La puedes cortar, ¡pero no matar!
Los minerales y los nutrientes que necesitan la mayoría de los árboles para sobrevivir se encuentran en la superficie, justo debajo de la corteza. Por eso, cuando los cortas se mueren. Pero no la palmera; la vida le viene de dentro, por lo que prospera incluso cuando la atacan. Mira, “…tenemos este tesoro en vasos de barro…” (2 Corintios 4:7). ¡Qué increíble que aunque este vaso de barro pueda recibir cortes y heridas, el tesoro que lleva dentro sigue a salvo, fuera del alcance del enemigo.

2) Se dobla, pero no se rompe.
Los vientos tropicales pu eden arrancar la mayoría de los árboles, pero no la palmera. Cuanto más fuerte es, más se dobla, a veces hasta llegar al suelo. Pero cuando cesa la tormenta, se erige de nuevo y se vuelve más fuerte en la zona donde se dobló. ¡Qué simbólico! Fuimos hechos para poder doblarnos sin rompernos porque Dios nos hace “fuertes [para] soportarlo todo con mucha fortaleza y paciencia y con alegría” (Colosenses 1:11 DHH).

3) Su profundidad siempre excede su altura.
Mientras que las raíces de una planta media suelen tener un par de metros de profundidad, las de la palmera pueden alcanzar cientos de metros buscando agua. David dijo: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía” (Salmos 42:1). Profundiza, fomenta tu relación con Dios y así nunca te arrancarán, ni te quedarás sin fruto, ni te llevarán los vientos.
“…EN LOS ATRIOS DE NUESTRO DIOS FLORECERÁN” (Salmos 92:13)

Dentro de ti se libra una batalla entre el “yo” que florece (la persona que Dios creó) y el “yo” que languidece. Seguro que te preguntas: ‘¿Y eso qué es?’. Tu yo “languideciente” se siente incómodo y descontento, te arrastra a malas costumbres, como ver la televisión indiscriminadamente, beber más de la cuenta, hacer mal uso del sexo, despilfarrar; en definitiva, cosas ideadas para paliar el dolor por un momento. Tus pensamientos se inclinan automáticamente hacia el miedo y la rabia; tienes la sensación de que no vale la pena aprender; piensas e n ti la mayor parte del tiempo.

1) En tu espíritu.
Sientes que comienzas a recibir ideas y energía de una fuente externa. Y así es, puesto que el Espíritu de Dios es el que te está capacitando. Hablamos de recibir inspiración, que significa “recibir el soplo de Dios”. Dios ha soplado Su aliento en ti, cobras vida y sientes que tienes un propósito.

2) En tu mente.
La alegría y la paz definen tus pensamientos. Tienes el deseo de amar y de aprender. Te estás transformando “por medio de la renovación de [tu] entendimiento” (Romanos 12:2 CST).

3) En tu tiempo.
Te despiertas cada día con entusiasmo y te das cuenta de que nunca se es demasiado joven para florecer. Mozart ya componía su extraordinaria música a los cinco años. Pablo le dijo a Timoteo: “Que nadie te menosprecie por ser joven…” (1 Timoteo 4:12 CST). También te das cuenta de que nunca se es demasiado mayor para florecer. Anna Mary Robertson Moses (apodada “la abuela Moses”) tenía sesenta y nueve años cuando comenzó a pintar y el artista Marc Chagall creó algunas de sus mejores obras pasados los noventa años. Está bien ser modesto y reconocer que no podrás serlo todo, pero sólo florecerás cuando aceptes tus limitaciones e intentes desarrollar al máximo la persona que Dios quiso que fueras cuando te creó.
“…TÚ, SEÑOR, ME AYUDASTE Y ME CONSOLASTE” (Juan 12:25)

Aquí tienes dos áreas más en las que Dios quiso que florecieras cuando te creó:

1) Tus relaciones personales.
Muchas veces tu yo languideciente se encuentra en apuros en sus relaciones con los demás. No aplicas disciplina en lo que dices cuando recurres al sarcasmo, a la murmuración y a la adulación. Te aíslas, dominas, atacas, te retraes, mientras que tu yo floreciente trata de bendecir a los demás, quienes te imparten vitalidad. Estás dispuesto a revelar lo que piensas y sientes, de tal modo que los invitas a que se abran. No te cuesta reconocer tus errores y perdonar sin condiciones.

2) Tus experiencias.
Dios te hace madurar porque quiere usarte en los planes que tiene para redimir Su mundo, por eso mismo Él te expone a otras experiencias. Tu yo floreciente desea colaborar. Vives con la sensación de que tienes un llamado. Tu deseo interno de llegar a ser todo lo que debes ser es un pequeño eco del deseo que Dios tiene de comenzar una nueva creación. Los rabinos llamaban a eso tikkun olam, “reparar el mundo”.

Si sólo piensas en ti tu vida es tan insignificante como un grano de trigo. Pero si le das ese grano a Dios es como si lo plantaras en tierra fértil, y pasa a formar par te de un proyecto mucho más ambicioso. Jesús dijo: “…Si un grano de trigo no cae en tierra y muere, seguirá siendo un único grano. Pero si muere, producirá fruto abundante. Quien vive preocupado… por su vida, terminará por perderla; en cambio, quien no se apegue a ella…la conservará para la vida eterna” (v. 24-25 BLP).

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