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Álvaro Riveros Tejada

Al maestro, con gratitud y cariño


2017-08-30 - 13:51:23
Al despuntar la madrugada del 27 de agosto recordé el cumpleaños de un ilustre y esclarecido periodista; compañero y amigo, Don Alfonso Prudencio Claure, Paulovich, y me apresuré a llamarle por teléfono, con la grata alegría de escuchar su diáfana, alegre e inconfundible voz juvenil y burlona, con el mismo tono que empleaba hace varias décadas, para iluminar la barra del Bar Chuma, ya que nada cambió en él, salvo la veloz e inexorable marcha del calendario, de la que se ríe como si de una carrera de galgos se tratara y así, con ese genio extraordinario, nos sigue deleitando con sus artículos de prensa.

Nuestro dilecto Paulo, cuya exuberante obra literaria y periodística consagrada en su mayor parte al difícil género del humor, es el sabio que con tanta habilidad ha sabido administrar este portento que, al igual que el amor, se constituye en uno de los valores humanos más preciados de la vida, pues hace de la risa un remedio verdaderamente infalible contra los males que aquejan a este siglo XXI, actuando como pócima, filtro o bebedizo que, si no los cura del todo, los mitiga, especialmente en una sociedad adusta y hasta solemne como la nuestra, que está al borde de caer presa de una mediocridad extrema que la rige, generando violencia, odio, y una corrupción desenfrenada, donde se precisa de un antídoto que libere nuestras almas de esa pandemia y qué mejor que las dosis de fino humor homeopático que nos brinda Paulo cotidianamente.

Seguros de que las características de esta sombría situación son el prolegómeno de lo que viene aconteciendo en la querida Venezuela, es urgente prevenir una situación semejante, matizándola con la chispa y el encanto de la pluma de Paulo, presta a neutralizar esa serie de disparates que nos hacen vivir en el país de las evadas, donde sólo un mago del humor de su talla podría desencantarlas.

Quizás para entonces volvamos a los libros, ya que la lectura de las arrugas de nuestros abuelos, sencillamente se nos hizo imposible, por la equivocada ingesta de leche en nuestra niñez, en lugar de coca, lo que limitó ostensiblemente la capacidad de nuestras entendederas. Además, los contrabandistas de gasolina utilizaban nuestras mamaderas para su reprochable oficio. Es más, al decir de algunos sabios gobernantes, estuvimos a un tris de volvernos mariposones calvos, al ingerir carne de pollo, o soya que es para los chanchos, y lo peor, todo acompañado de una Coca Cola, como eficaz destapador de inodoros.

Otra habría sido la historia, de saber los españoles que recalaron en nuestras costas, que estaban llegando a una tierra de aimaras posesionados allí, 200 años antes de su arribo y peor aún, que sus anfitriones eran nada más ni menos que los mismos titanes que habían derrotado al imperio romano e inglés, gracias a estar energizados por mágicas pócimas como la papalisa, un tubérculo al que las propias piedras deben su sexualidad y rigidez, un secreto que sería recién descubierto cinco siglos más tarde, con el vulgar remoquete de Viagra.

De ahí que no es aventurado afirmar que mientras el mundo ríe, Bolivia también ríe, pero para no llorar. Empuñemos las armas del humor que puso a nuestro alcance nuestro caro Paulovich y erijamos un monumento a ese gran maestro con gratitud y cariño.

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