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Confesiones de un liberal latinoamericano




26/11/2014 - 18:18:25
Mario Vargas Llosa
Reproducimos el discurso que Mario Vargas Llosa dio en el 5to Lindau Meeting onEconomicSciences, una reuni�n que se hace cada dos a�os al sur de Alemania y que convoca a m�s de una decena de Premios Nobel y cientos de estudiantes de todo el mundo, en agosto de 2014.

LINDAU, Alemania.-Agradezco muy especialmente al Consejo de los Encuentros Lindau con ganadores del Premio Nobel y a la Fundaci�n Encuentros Lindau por invitarme a dar esta conferencia, pues de acuerdo a sus "considerandos", han tomado en cuenta no s�lo mi labor literaria sino mis ideas y opiniones pol�ticas.

Cr�anme si les digo que esto es algo bastante novedoso. En el mundo en el que suelo moverme, ya sea en Latinoam�rica, Estados Unidos o Europa, cuando alguna persona o alguna instituci�n rinde tributo a mis novelas o ensayos literarios, usualmente agrega de inmediato frases como "aunque discrepamos con �l", "a pesar de que no siempre estamos de acuerdo con �l" o "esto no implica que aceptemos sus cr�ticas u opiniones sobre cuestiones pol�ticas". Aunque ya me he acostumbrado a esta bifurcaci�n de mi persona, me alegra sentirme reintegrado por esta prestigiosa instituci�n, que en vez de someterme a un proceso esquizofr�nico, me ve como un ser humano unificado: un hombre que escribe, piensa y participa del debate p�blico. Me gustar�a creer que ambas actividades forman parte de una realidad �nica e inseparable. Pero ahora, para ser honesto con ustedes e intentar responder a la generosidad de esta invitaci�n, siento que deber�a explayarme con cierto detalle sobre mis posiciones pol�ticas.

Y no es tarea f�cil. Mucho me temo que no alcance con decir -tal vez fuese m�s sabio decir que "creo ser"- un liberal. Ya de por s�, ese t�rmino entra�a una primera complicaci�n. Como bien saben, "liberal" tiene significados distintos y usualmente antag�nicos, dependiendo de qui�n lo use y en qu� contexto. Mi difunta y querida abuela Carmen, por ejemplo, sol�a decir que un hombre era liberal para referirse a sus costumbres disolutas, alguien que no s�lo no iba a misa sino que adem�s hablaba pestes de los curas. Para ella, el prototipo que encarnaba esa idea de "liberal" era un legendario ancestro m�o que un buen d�a, all� en mi Arequipa natal, le dijo a su esposa que iba hasta la plaza del pueblo a comprar el diario, para nunca m�s volver.

La familia no tuvo noticias de �l durante 30 a�os, hasta que el fugitivo caballero muri� en Par�s. "�Y por qu� se escap� a Par�s ese t�o liberal, abuela?". "�Y a d�nde m�s si no a Par�s, hijito? �Para corromperse, por supuesto!" Esta an�cdota tal vez est� en el remoto origen de mi liberalismo y de mi pasi�n por la cultura francesa.
En Estados Unidos y en el mundo anglosaj�n en general, el t�rmino "liberal" tiene connotaciones izquierdistas y a veces suele asoci�rselo con el socialismo o con posturas radicales. En contrapartida, en Latinoam�rica y Espa�a, donde la palabra fue acu�ada en el siglo XIX para describir a los rebeldes que luchaban contra la ocupaci�n napole�nica, me llaman liberal �o peor a�n, neoliberal�, para exorcizarme o desacreditarme, porque la perversi�n pol�tica de nuestra sem�ntica ha transformado el significado original del t�rmino �el de un amante de la libertad que se alza contra la opresi�n� hasta darle una connotaci�n conservadora o reaccionaria, vale decir, un t�rmino que cuando es usado por un progresista, es sin�nimo de complicidad con todas las explotaciones e injusticias que padecen los pobres del mundo.

En Latinoam�rica, el liberalismo fue una filosof�a intelectual y pol�tica progresista que en el siglo XIX se opon�a al militarismo y a los dictadores y que aspiraba a la separaci�n entre la Iglesia y el Estado y al establecimiento de una cultura civil y democr�tica. En la mayor�a de esos pa�ses, los liberales fueron perseguidos, exiliados, encarcelados o ejecutados por los reg�menes brutales que con pocas excepciones �Chile, Costa Rica, Uruguay y paremos de contar�, prosperaron en todo el continente. Pero en el siglo XX, la aspiraci�n de las elites pol�ticas de vanguardia era la revoluci�n, y no la democracia, y esa aspiraci�n era compartida por much�sima gente que quer�a copiar el ejemplo de la guerrilla de Fidel Castro y sus "barbudos" de Sierra Maestra.

Marx, Fidel y el Che Guevara se convirtieron en �conos de la izquierda y la extrema izquierda. Dentro de ese contexto, los liberales fueron considerados conservadores, defensores del status quo, tergiversados y caricaturizados a tal punto que sus verdaderos objetivos pol�ticos y sus ideas genuinas s�lo ten�an llegada a c�rculos muy peque�os, mientras que grandes sectores de la sociedad eran ajenos a ellos. Esa confusi�n sobre el liberalismo estaba tan extendida que los liberales latinoamericanos se vieron obligados a dedicar gran parte de su tiempo a defenderse de las distorsiones y rid�culas acusaciones que recib�an por derecha y por izquierda.
Reci�n en las �ltimas d�cadas del siglo XX, las cosas empezaron a cambiar en Latinoam�rica, y el liberalismo empez� a ser reconocido como algo profundamente distinto del marxismo extremo y de la extrema derecha, y es importante mencionar que eso fue posible, al menos en la esfera cultural, gracias al valiente esfuerzo del gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz y de sus revistas Plural y Vuelta. Tras la ca�da del Muro de Berl�n, el colapso de la Uni�n Sovi�tica y la transformaci�n de China en un pa�s capitalista (por m�s que autoritario), las ideas pol�ticas tambi�n evolucionaron en Latinoam�rica, y la cultura de la libertad hizo importantes avances en todo el continente.

M�s all� de eso, para mucha gente sigue siendo dif�cil asimilar el verdadero sentido de la palabra "liberal", y para complicar a�n m�s las cosas, ni siquiera los liberales parecen poder ponerse de acuerdo del todo sobre lo que significa el liberalismo y lo que significa ser un liberal. Quien haya tenido oportunidad de participar de alguna conferencia o congreso de liberales sabr� que esos encuentros suelen ser de lo m�s divertidos, ya que las discrepancias prevalecen sobre el acuerdo y porque como sol�a ocurrir con los trotskistas, cuando exist�an, todo liberal es a la vez un hereje y un sectario en potencia.

Como el liberalismo no es una ideolog�a, vale decir, no es una religi�n dogm�tica laica, sino m�s bien una doctrina abierta y en evoluci�n, que en vez de forzar la realidad para que ceda, se acomoda a la realidad, existen entre los liberales profundas discrepancias y las m�s diversas tendencias. Respecto de la religi�n y otros temas sociales, los liberales como yo, agn�sticos y propulsores de la separaci�n entre la Iglesia y el Estado y defensores de la despenalizaci�n del aborto, el matrimonio homosexual y las drogas, solemos ser �speramente criticados por otros liberales que tienen opiniones opuestas sobre estas cuestiones. Esas diferencias de opini�n son saludables y �tiles, ya que no violan los preceptos b�sicos del liberalismo, a saber, democracia pol�tica, econom�a de mercado y la defensa de los intereses individuales por sobre los intereses del Estado. Hay por ejemplo liberales que creen que la econom�a es el campo donde deben resolverse todos los problemas, y que el libre mercado es la panacea para los problemas, desde la pobreza hasta el desempleo, desde la discriminaci�n hasta la exclusi�n social.

Esos liberales, que son como verdaderos algoritmos vivientes, muchas veces le hacen m�s da�o a la causa de la libertad que los marxistas, primeros campeones de la absurda teor�a de que la econom�a es la base de la civilizaci�n, fuerza impulsora de la historia de las naciones. Eso es simplemente falso. Son las ideas y la cultura las que marcan la diferencia entre civilizaci�n y barbarie, y no la econom�a. La econom�a por s� sola, sin el puntal de las ideas y la cultura, tal vez produzca �ptimos resultados en los papeles, pero no le da sentido a la vida de las personas, ni les ofrece a los individuos razones para resistir la adversidad, mantenerse unidos en la compasi�n, o vivir en un ambiente de verdadera humanidad. Es la cultura, ese cuerpo de ideas, creencias y costumbres compartidas -entre las cuales debe incluirse obviamente tambi�n la religi�n-, la que da vida y aliento a la democracia y permite la econom�a de mercado, con su matem�tica fr�a y competitiva de recompensar el �xito y castigar el fracaso, para evitar que todo degenere en una lucha darwiniana en la cual, como dijo IsaiahBerlin, "la libertad de los lobos es la muerte de los corderos". El libre mercado es el mejor mecanismo existente para generar riqueza, y cuando se lo complementa con otras instituciones y usos de la cultura democr�tica puede impulsar el progreso material de una naci�n a los espectaculares niveles a los que nos tiene habituados. Pero el libre mercado es tambi�n un instrumento implacable que sin el componente espiritual e intelectual que aporta la cultura, puede reducir la vida a una feroz batalla ego�sta a la que s�lo sobreviven los m�s aptos.

Por lo tanto, el valor central del liberal que yo aspiro a ser es la libertad. Gracias a esa libertad, la humanidad ha podido hacer su viaje de las cavernas a las estrellas y la revoluci�n inform�tica, y progresar desde las variadas formas de colectivismo y asociaciones desp�ticas hacia los derechos humanos y la democracia representativa. Los cimientos de la libertad son la propiedad privada y el imperio de la ley. Ese sistema garantiza las menores formas de injustica posibles, produce el mayor progreso material y cultural, frena con mayor eficacia la violencia y genera el mayor respeto por los derechos humanos. Para este concepto de liberalismo, la libertad es un concepto �nico e integral. La libertad pol�tica y la libertad econ�mica son inseparables, como las caras de una moneda. Y como en Latinoam�rica la libertad no es entendida de esa forma, la regi�n ha sufrido varios intentos fallidos de gobiernos democr�ticos. Eso ocurri� ya sea porque las democracias que emergieron despu�s de las dictaduras respetaron la libertad pol�tica pero rechazaron la libertad econ�mica, que produjo inevitablemente m�s pobreza, ineficiencia y corrupci�n, o porque condujeron a gobiernos autoritarios convencidos de que s�lo con mano dura y represi�n podr�a garantizarse el funcionamiento del libre mercado. Esa es una peligrosa falacia que qued� demostrada en pa�ses como Per�, durante la dictadura de Alberto Fujimori, y Chile, bajo Augusto Pinochet. El verdadero progreso nunca ha surgido de reg�menes como esos. As� se explica el fracaso de las llamadas dictaduras "del libre mercado" de Latinoam�rica.

Ninguna econom�a libre puede funcionar sin un sistema de justicia eficiente e independiente, y ninguna reforma tiene �xito si se implementa sin el control y la cr�tica de la opini�n p�blica que s�lo son posibles en democracia. Quienes creyeron que el general Pinochet era la excepci�n a la regla porque su r�gimen obtuve �xitos econ�micos luego descubrieron, junto con las revelaciones del asesinato y tortura de miles de ciudadanos, que el dictador chileno no solo era un asesino, sino un ladr�n que ten�a cuentas con millones de d�lares en el exterior, como el resto de los dictadores latinoamericanos. La democracia pol�tica, la libertad de prensa y el libre mercado son los cimientos de la posici�n liberal. Pero as� formuladas, esas tres expresiones poseen una cualidad abstracta y algebraica que las deshumaniza y las aleja de la experiencia de la gente com�n. El liberalismo es mucho, mucho m�s que eso. B�sicamente, es tolerancia y respeto por el otro, y especialmente por quienes piensan distinto, por quienes practican otras costumbres, veneran a otro dios o a ninguno. Al aceptar convivir con quienes son diferentes, los seres humanos dieron el paso m�s extraordinario en el camino hacia la civilizaci�n. Fue una predisposici�n o un deseo que precedi� a la democracia y que la hizo posible, y que contribuy� m�s que cualquier descubrimiento cient�fico o que cualquier sistema filos�fico a contrarrestar la violencia y a aplacar el instinto de controlar y matar en las relaciones humanas. Es tambi�n lo que despert� una natural desconfianza en el poder, en cualquier poder, y que es como una segunda naturaleza de nosotros, los liberales.

El poder es inevitable, salvo en esas encantadoras utop�as de los anarquistas. Pero el poder s� puede ser controlado y contrarrestado para que no se exceda. Es posible despojarlo de sus funciones no autorizadas que oprimen al individuo, ese ser que para nosotros, los liberales, es la piedra angular de la sociedad, y cuyos derechos deben ser respetados y garantizados. La violaci�n de esos derechos desencadena inevitablemente una espiral de abusos que como ondas conc�ntricas, barren con la idea misma de justicia social.

Defender a los individuos es la consecuencia natural de creer en la libertad como valor individual y social por excelencia, porque en el seno de una sociedad, la libertad se mide por el nivel de autonom�a del que gozan los ciudadanos para organizar sus vidas y trabajar en pos de sus objetivos sin interferencias injusticias, vale decir, la lucha por la "libertad negativa", tal como la defini� IsaiahBerlin en su c�lebre ensayo. El colectivismo era necesario en los albores de la historia, cuando los individuos eran simplemente parte de una tribu y depend�an del conjunto de la sociedad para su supervivencia, pero empez� a declinar a medida que el progreso material e intelectual permitieron que el hombre dominara la naturaleza y superara el miedo al rayo, a las bestias, a lo desconocido y al otro, todo aquel que ten�a otro color de piel, otro idioma y otras costumbres. Pero el colectivismo ha sobrevivido a trav�s de la historia en esas doctrinas e ideolog�as que sit�an los supremos valores de un individuo en su pertenencia a un grupo espec�fico (la raza, la clase social, la religi�n o la naci�n). Todas esas doctrinas colectivistas -nazismo, fascismo, fanatismo religioso, comunismo y nacionalismo-, son enemigos naturales de la libertad y feroces enemigos de los liberales. En todas las �pocas, ese defecto at�vico, el colectivismo, ha levantado su horrenda cabeza para amenazar a la civilizaci�n y arrastrarnos de vuelta a la era del barbarismo. Ayer tom� el nombre de fascismo y comunismo; hoy se lo conoce como nacionalismo y fundamentalismo religioso.

Un gran pensador liberal, Ludwig von Mises, siempre se opuso a la existencia de partidos liberales porque sent�a que esas agrupaciones pol�ticas, al intentar monopolizar el liberalismo, terminaban desnaturaliz�ndolo, encasill�ndolo, y forz�ndolo a entrar en los estrechos moldes de la lucha partidaria por el poder. Por el contrario, Mises cre�a que la filosof�a liberal deb�a ser una cultura general compartida por todos las corrientes y movimientos pol�ticos coexistentes en una sociedad abierta y prodemocr�tica, una escuela de pensamiento que nutriera a los socialcristianos, los radicales, los socialdem�cratas, los conservadores y los socialistas democr�ticos por igual. Hay mucho de verdad en esa teor�a. De eso modo, en el pasado reciente, hemos visto casos de gobiernos conservadores, como los de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Jos� Mar�a Aznar, que impulsaron profundas reformas liberales. Al mismo tiempo, hemos visto a l�deres presuntamente socialistas, como Tony Blair en Inglaterra, Ricardo Lagos en Chile, y actualmente Jos� Mujica en Uruguay, que implementaron pol�ticas econ�micas y sociales que s�lo pueden ser calificadas como liberales.

Aunque el t�rmino "liberal" sigue siendo una mala palabra que todo latinoamericano pol�ticamente correcto tiene obligaci�n de detestar, desde hace un tiempo, hay ideas y actitudes esencialmente liberales que han comenzado a infiltrarse por derecha y por izquierda en el continente de las ilusiones perdidas. Eso explica por qu� en a�os recientes, las democracias latinoamericanas no han colapsado ni han sido reemplazadas por dictaduras militares, a pesar de las crisis econ�micas, la corrupci�n y el fracaso de tantos gobiernos para alcanzar su potencial. Por supuesto que algunos siguen all�: Cuba tiene esos f�siles autoritarios, Fidel Castro y su hermano Fidel, que tras 54 a�os de esclavizar a su pa�s, se han convertido en los l�deres de la dictadura m�s larga de la historia latinoamericana, as� como la desafortunada Venezuela, que de la mano del presidente Nicol�s Maduro, el sucesor a dedo del comandante Hugo Ch�vez, sufre ahora las pol�ticas estatistas y marxistas que muy pronto convertir�n a Venezuela en una segunda Cuba. Pero son dos excepciones, y hay que enfatizarlo, en un continente que nunca antes hab�a tenido una sucesi�n tan larga de gobiernos civiles surgidos de elecciones relativamente libres. Y existen casos interesantes y alentadores como el de Brasil, donde primero Lula da Silva y luego Dilma Rousseff, antes de llegar a la presidencia, abrazaron la doctrina populista, el nacionalismo econ�mico y la tradicional hostilidad de la izquierda hacia los mercados, pero que tras asumir el poder, practicaron la disciplina fiscal y fomentaron la inversi�n extranjera, la inversi�n privada y la globalizaci�n, a pesar de que ambos gobiernos se sumieron en la corrupci�n, como ha ocurrido siembre con los gobiernos populistas, y finalmente fracasaron en la continuidad de la reforma.
M�s que la revoluci�n, el mayor obst�culo actual para el progreso en Latinoam�rica es el populismo. Hay muchas maneras de definir "populismo", pero tal vez la m�s exacta sea que es una forma de demagogia social y econ�mica que sacrifica el futuro de un pa�s a favor de un presente ef�mero. Con un discurso fogoso imbuido de bravatas, la presidenta argentina Cristina Fern�ndez de Kirchner ha seguido el ejemplo de su marido, el fallecido presidente N�stor Kirchner, con nacionalizaciones, intervencionismo, controles y persecuci�n de la prensa independiente, pol�ticas que han llevado al borde la desintegraci�n a un pa�s que es, potencialmente, uno de los m�s pr�speros del planeta. Otros tristes ejemplos de populismo son la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y la Nicaragua del comandante sandinista Daniel Ortega, quienes en varios aspectos, siguen implementando el centralismo del control estatal que tantos estragos ha causado en todo nuestro continente.

Pero son las excepciones y no la regla, como era hasta hace poco en Latinoam�rica, donde no s�lo se est�n desvaneciendo los dictadores, sino tambi�n las pol�ticas econ�micas que mantuvieron a nuestros pueblos en el subdesarrollo y la pobreza. Hasta la izquierda se ha mostrado reacia a faltar a su palabra de privatizar las jubilaciones �ya se ha hecho en 11 pa�ses latinoamericanos, hasta la fecha�, mientras que la izquierda de Estados Unidos, m�s reaccionaria, se opone a la privatizaci�n de la seguridad social. Son todos signos positivos de cierta modernizaci�n de la izquierda, que sin reconocerlo, admite que el camino hacia el progreso econ�mico y la justicia social pasa por la democracia y los mercados, algo que los liberales venimos predicando en el desierto desde hace mucho tiempo. De hecho, si la izquierda latinoamericana ha aceptado las pol�ticas liberales, tanto mejor, por m�s que las disfracen de una ret�rica que lo niega. Es un paso hacia adelante que deja entrever que Latinoam�rica finalmente se estar�a deshaciendo del lastre de las dictaduras y el subdesarrollo. Se trata de un avance, al igual que el surgimiento de una derecha civilizada que ya no cree que la soluci�n a los problemas es golpear la puerta de los cuarteles, sino m�s bien aceptar el voto y las instituciones democr�ticas y hacerlas funcionar.
Otra se�al positiva del incierto escenario latinoamericano actual es que el acendrado y antiguo sentimiento antinorteamericano que recorr�a el continente ha disminuido notablemente. Lo cierto es que hoy, el sentimiento antinorteamericano es m�s fuerte en ciertos pa�ses de Europa, como Francia y Espa�a, que en M�xico o Per�. Es cierto que la guerra en Irak, por ejemplo, moviliz� a vastos sectores de todo el espectro pol�tico europeo, cuyo �nico denominador com�n parec�a ser no el amor por la paz sino el resentimiento y el odio hacia Estados Unidos. En Latinoam�rica, esa movilizaci�n fue marginal y estuvo pr�cticamente confinada a los sectores de la izquierda m�s radicalizada, aunque en los �ltimos d�as el apoyo de Estados Unidos a la invasi�n israel� a la Franja de Gaza y la feroz masacre de civiles ha revivido un sentimiento antinorteamericano que parec�a haberse desvanecido.

Ese cambio de actitud hacia Estados Unidos reconoce dos razones, una pragm�tica y otra del orden de los principios. Los latinoamericanos que conservan el sentido com�n entienden que por razones geogr�ficas, econ�micas y estrat�gicas, las relaciones comerciales fluidas y s�lidas con Estados Unidos son indispensables para nuestro desarrollo. Adem�s, la pol�tica exterior norteamericana, en vez de apoyar a las dictaduras, como hac�a en el pasado, ahora apoya sistem�ticamente a las democracias y rechaza las tendencias autoritarias. Eso ha contribuido ostensiblemente a reducir la desconfianza y la hostilidad de las filas democr�ticas latinoamericanas frente a su poderoso vecino del norte.

Ese acercamiento y esa colaboraci�n son cruciales para que Latinoam�rica avance r�pidamente en su lucha para eliminar la pobreza y el subdesarrollo.

En los �ltimos a�os, este liberal que habla ahora frente a ustedes se ha visto enredado con frecuencia en la controversia, por defender una imagen real de Estados Unidos, que las pasiones y los prejuicios pol�ticos han deformado, en ocasiones, hasta el punto de la caricatura. El problema que enfrentamos quienes intentamos combatir esos estereotipos es que ning�n pa�s produce tanto material art�stico e intelectual antinorteamericano como el propio Estados Unidos �pa�s natal, no olvidemos, de Michael Moore, Oliver Stone y Noam Chomsky�-, al punto que uno se pregunta si el antinorteamericanismo es uno de esos astutos productos de exportaci�n fabricados por la C.I.A. para hacer posible que el imperialismo manipule ideol�gicamente a las masas del Tercer Mundo.

Antes, el antinorteamericanismo era especialmente popular en Latinoam�rica, pero ahora se produce en algunos pa�ses europeos, especialmente en aquellos que se aferran al pasado que ya fue, y que se resisten a aceptar la globalizaci�n y la interdependencia de las naciones en un mundo en el que las fronteras, antes s�lidas e inexpugnables, se han vuelto porosas y cada vez m�s difusas. Por supuesto que no todo lo que pasa en Estados Unidos es de mi agrado.

Lamento, por ejemplo, que muchos estados todav�a apliquen ese horror que es la pena de muerte, al igual que muchas otras cosas, como el hecho de que la represi�n est� por encima de la persuasi�n en la lucha contra las drogas, a pesar de las lecciones que dej� la Prohibici�n. Pero en el balance de sumas y restas, creo que Estados Unidos es la democracia m�s abierta y funcional del mundo, y la que tiene mayor capacidad de autocr�tica, que le permite renovarse y actualizarse m�s r�pidamente en respuesta a los desaf�os y las necesidades de un contexto hist�rico en cambio. Es una democracia que admiro justamente por lo que tem�a el profesor Samuel Huntington: una formidable mezcla de razas, culturas, tradiciones y costumbres, que han logrado coexistir sin matarse unas a otras, gracias a la igualdad ante la ley y la flexibilidad de un sistema que hace lugar en su seno para la diversidad, bajo el denominador com�n del respecto por la ley y por el otro.

En mi opini�n, la presencia de 50 millones de personas de origen latinoamericano en Estados Unidos no amenaza la cohesi�n social o la integridad del pa�s. Por el contrario, potencia a la naci�n, aportando una corriente de vitalidad cultural de enorme energ�a, en la cual la familia es un bien sagrado. Con su deseo de progreso, su capacidad de trabajo y su aspiraci�n al �xito, esa influencia latinoamericana ser� de gran provecho para una sociedad abierta. Sin renegar de sus or�genes, esta comunidad se est� integrando con lealtad y cari�o a este nuevo pa�s, y forjando fuertes v�nculos entre las dos Am�ricas. Y eso es algo de lo que puedo dar fe casi en carne propia.

Cuando mis padres ya no eran j�venes, se convirtieron en dos de esos millones de latinoamericanos que emigraron a Estados Unidos en busca de oportunidades que su pa�s no les ofrec�a. Vivieron en Los �ngeles durante casi 25 a�os, gan�ndose la vida con sus manos, algo que nunca hab�an tenido que hacer en Per�. Durante muchos a�os, mi madre fue obrera textil en una f�brica llena de mexicanos y centroamericanos, entre los cuales hizo excelentes amigos. Cuando muri� mi padre, pens� que mi madre regresar�a a Per�, como �l le hab�a pedido. Pero ella decidi� quedarse, vivir sola, e incluso solicit� y obtuvo la ciudadan�a estadounidense, algo que mi padre nunca quiso hacer. M�s tarde, cuando los achaques de la edad la obligaron a volver a su tierra natal, siempre record� Estados Unidos como su segunda patria, con orgullo y gratitud. Para ella, nunca hubo incompatibilidad en sentirse peruana y estadounidense al mismo tiempo: ni el menor atisbo de un conflicto de lealtades. Y creo que el caso de mi madre no es excepcional, y que hay millones de latinoamericanos que sienten lo mismo y que se transformar�n en puentes vivientes entre dos culturas de un continente que hace cinco siglos fue integrado a la cultura occidental.

Tal vez este recuerdo sea m�s que una evocaci�n filial. Tal vez, en este ejemplo veamos un atisbo del futuro. So�amos, como suelen hacer los novelistas: un mundo libre de fan�ticos, terroristas y dictadores, un mundo de distintas razas, credos y tradiciones, coexistiendo en paz gracias a la cultura de la libertad, en el que las fronteras sean puentes que hombres y mujeres pueden cruzar en pos de sus objetivos, y sin m�s obst�culo que su suprema y libre voluntad.
Entonces, ya no har� falta hablar de libertad, porque ser� el aire que respiramos, y porque todos seremos verdaderamente libres. El ideal de Ludwig von Mises de una cultura universal, imbuida de respeto por la ley y por los derechos humanos, se habr� hecho realidad.
La Naci�n

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