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Monjas: en la Argentina, una vocación que decae




25/05/2015 - 05:55:20
La Naci�n.- En todos los relevamientos que viene haciendo la Iglesia Cat�lica desde 1988, la cantidad de mujeres dedicadas a la vida consagrada siempre es inferior al censo anterior

El 29 de enero de 2007, Mariana se sinti� desnuda. Su primer problema fue la ropa: s�lo ten�a tres vestidos de monja con sus respectivas enaguas. Cuando ya lo hab�a decidido, se subi� a la bicicleta y pedale�, con sus diez kilos de m�s, a las tiendas del centro de Florencio Varela. Estaba blanca, m�s de lo normal. Hac�a cinco a�os que el sol no tocaba la piel de su panza y de sus piernas.

At� la bicicleta afuera, eligi� una camisa y una pollera, y fue al probador. La vendedora no le pregunt� nada. Compr� lo justo y necesario, y pedale� las cuadras de vuelta.

Con las valijas ya listas en el ba�l del auto, fue hasta donde estaban las cuarenta hermanas almorzando y se despidi�. Su fe no se hab�a esfumado: ella estaba convencida de que Jes�s y la Virgen Mar�a segu�an guiando su camino, pero esa congregaci�n, esas reglas y esas personas ya no representaban su felicidad.

Seg�n la Agencia Informativa Cat�lica Argentina, en 2000 las mujeres que consagraban su vida a Dios eran 9113. Doce a�os despu�s, el n�mero se redujo un 17,5%. En todos los relevamientos que hizo la Iglesia Cat�lica desde 1988, la cantidad de monjas siempre es inferior al censo anterior: empieza con 10.000 religiosas y termina, seg�n el �ltimo dato, de 2012, con 7524. �Por qu�?

Hace ya algunos a�os que dentro de la Iglesia se hacen esta pregunta. 2015 ser� el A�o de la Vida Consagrada. Entonces, ahora m�s que nunca la mirada est� puesta en ese interrogante. "Quiz� nos encontremos al inicio de un cambio radical de la vida religiosa", piensan.


Foto: LA NACION

"Hay varios motivos: uno es la falta de perseverancia en el prop�sito y compromiso asumido; tambi�n hay problem�ticas internas en la vida comunitaria; adem�s de otros problemas que tienen que ver con la salud", cree monse�or Carlos Franzini, presidente de la Comisi�n Episcopal de Vida Consagrada, sobre las mujeres que dejan los h�bitos. Tambi�n, cuenta, est�n las razones de la candidata y las de la misma congregaci�n. Hay veces que la misma comunidad ve que determinada postulante no tiene las condiciones y le proponen dar un paso al costado.

El soci�logo Fortunato Mallimaci, investigador de Conicet y especialista en religi�n, dice que se trata de un problema estructural: "Es un fen�meno que afecta, primero, no s�lo a la Argentina, sino al mundo entero, que tiene que ver con el papel que se le asigna a la mujer en la Iglesia Cat�lica. Es un lugar de segunda, ninguneado, invisibilizado en un momento en que la mujer en la sociedad quiere ocupar el lugar que le corresponde por tantos a�os de ser dejada de lado".

Para monse�or Franzini, la vida consagrada atraviesa una etapa de "reidentificaci�n", de volver a descubrir lo esencial. "Hay institutos de vida religiosa que se han reducido much�simo, que se est�n replanteando sus obras porque no pueden mantenerlas."
Se�ales

La Iglesia prefiere referirse a un "redimensionamiento". Porque en realidad, dicen, disminuyen las vocaciones religiosas, pero surgen nuevas formas de vida consagrada. Por ejemplo, asociaciones que incluyen a familias que se consagran a la vida apost�lica.

"Ahora hay un abanico de posibilidades para vivir la consagraci�n. Es una disminuci�n real, por un lado, de la vida religiosa, pero tambi�n hay otras instancias vividas desde movimientos o instituciones, hay m�s posibilidad de discernir d�nde se quiere vivir", explica la hermana Adriana Cecchi, secretaria ejecutiva de la Conferencia Argentina de Religiosas y Religiosos (Confar).

La vida de las mujeres consagradas en el siglo XXI cuenta con algunos momentos ineludibles: levantarse bien temprano, ir a misa y empezar la rutina. Esto es: hacer las actividades que las superioras requieran de ellas, que pueden ir desde limpiar los ba�os o cocinar para el resto de las hermanas hasta ser enfermera en un hospital.

Cuando entr� a la congregaci�n, Mariana se cambi� el nombre. Quer�a llamarse Jazm�n. La historia se remonta a su abuelo. �l hab�a plantado esa especie cuando se fue a vivir a Villa Ballester. El jazm�n hab�a dado flores siempre, hasta que �l se muri�. La trasladaron varias veces y segu�a viviendo. Cuando su abuelo muri�, Mariana ten�a 5 a�os. Pero ese agosto ten�a 19 y sab�a perfectamente que en invierno los jazmines no florecen. Entonces se lo pidi�, de rodillas: "Mater [madre, en lat�n], si quer�s que me decida -a ser hermana o jug�rmela por mi chico- hac� florecer el jazm�n de mi casa".

Pasaron tres meses. Hasta que un d�a de noviembre de 2001 su hermana menor apareci� con una flor en la mano al grito de "�Miren, floreci� el jazm�n!". Ese mismo d�a apareci� el chico en su casa: "Justo pas� por ac� y toqu� timbre". �l no viv�a en Ballester. La se�al era contradictoria, pero Mariana crey� ver todo muy claro. Cuando entr� a la congregaci�n �l no dejaba de mandarle cartas, hasta que ella le pidi� que por favor no le escribiera m�s. Necesitaba cortar con el afuera para poder vivir plenamente lo que hab�a elegido. Era la hermana Jazm�n. Durante tres a�os no supo nada de �l.

Al cumplir 24 a�os, ya lo ten�a decidido: no soportaba m�s la falta de libertad. Le costaba estar ausente de su familia. Durante unos a�os, Mariana hab�a dejado de existir para su hermana menor que sent�a como su hija. Cuando decidi� irse, tambi�n lo hac�an muchas otras hermanas. Hoy, seis a�os despu�s, s�lo quedan dos de las siete que entraron con ella.

El 8 de marzo de 2007, D�a de la Mujer, cuando ya hab�a pasado casi mil horas sin el vestido de hermana, Mariana se encontr� con el chico que le hab�a pedido que fuera su novia y del que estaba perdidamente enamorada.

"Volv� esperando encontrarte", le dijo ella cuando por fin se vieron. Pero �l estaba de novio y se iba a casar en poco tiempo con una chica que hab�a logrado sacarle de la cabeza a Mariana. �l le contest�: "Ahora entend�s lo que yo sent� estos siete a�os".

El encuentro termin�, pero el sufrimiento le durar�a poco. Hac�a unos d�as hab�a empezado a trabajar en un call center, donde tambi�n trabajaba Mart�n, ateo, con varios tatuajes en sus brazos musculosos y mucha calle. Pocos meses despu�s ya estaban de novios. Ella empez� a estudiar Bellas Artes en la Universidad del Museo Social Argentino y se fue a vivir con �l. El d�a que le cont� su historia a Mart�n empez� con un largo pr�logo. Tanto, que �l crey� que hab�a estado presa.

Ahora, si nadie lo pregunta, ella no cuenta que durante cinco a�os se llam� hermana Jazm�n. En la �poca en que s� lo hac�a, las miradas y los comentarios le molestaban mucho: "Mir� la monjita", susurraban cuando tomaba alcohol o dec�a una mala palabra.

Era raro. Subirse a un colectivo y que nadie la mirara. Caminar por un barrio vulnerable y que no le tocaran el vestido que llevaba puesto. Ya no acomodarse m�s el velo, pero s� tener que preocuparse de nuevo por ir a la peluquer�a, maquillarse un poco, verse linda.

Era molesto. Volver a la casa de sus padres y tener que rendir cuentas de lo que hac�a, ad�nde iba, a qu� hora volv�a, que tuviera cuidado, que se abrigara.

Un d�a, ya afuera, tratando de adaptarse de nuevo al mundo, Mariana entr� a la iglesia, se hizo la se�al de la cruz y busc� un lugar vac�o. Hac�a muy poco tiempo que hab�a dejado de ser hermana. Se acomod� el velo -que ya no ten�a- y se alis� con las manos el vestido -que ya no usaba-. Despu�s de eso, no volvi� m�s a misa.
Las preguntas

La Argentina es el �nico pa�s de la regi�n que tiene �ndices diferentes del resto con respecto a sus vocaciones religiosas femeninas. Seg�n un estudio del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), en algunos de los pa�ses de Am�rica latina crece la cantidad de sacerdotes y religiosas, en otros decrece. Pero en nuestro pa�s, hist�ricamente, el n�mero siempre disminuye. Los obispos que se reunieron en Aparecida, Brasil, en 2007, por la Conferencia General del Celam, estaban preocupados por esta situaci�n. "En promedio, el aumento del clero, y sobre todo de las religiosas, se aleja cada vez m�s del crecimiento poblacional de nuestra regi�n", dijeron.

Tanto monse�or Franzini como la hermana Adriana Cecchi, de la Conferencia Argentina de Religiosas y Religiosos, hacen una autocr�tica: "Quiz� -dice ella- nosotros los consagrados no nos hacemos el tiempo para escuchar y acompa�ar lo suficiente a las personas que tienen una pregunta sobre su vocaci�n".

"Quiz� -dice �l- no reflejemos la alegr�a, la convicci�n y el entusiasmo de vivir esta vida de entrega a Jesucristo."

"Hay congregaciones que no tienen una novicia desde hace a�os", subraya Monse�or Franzini.

La hermana Teresa era una "monja bocona y piquetera": as� se defin�a ella. Hoy, Teresa dice que es una "mujer bocona y piquetera" y que a su marido no se lo quita nadie; su "esposo" sigue siendo Jes�s.

Se viste con la ropa que le regalan. Las botas marrones las tiene de cuando viv�a en San Mart�n de los Andes; el chaleco gris se lo dieron en la congregaci�n, y la campera azul ac�: en Puente 83, una toma -villa- entre Cipolletti y Fern�ndez Oro, dos ciudades de R�o Negro. No usa ning�n color muy llamativo. Ahora, dice, comprueba que el h�bito no hace a la monja, pero cuando le anota su n�mero de tel�fono a una vecina escribe "Hna. Teresa". Hace apenas unos meses que dej� los h�bitos.

Despu�s de ser superiora y consejera, decidi� irse de las Peque�as Hermanas de la Sagrada Familia. Dice que no "pega" con su carisma, con la forma en la que quiere servir a Dios. Que todo lo que pens� estos a�os lo tendr�a que haber trabajado en sus rezos a los 26. Que s�lo ahora, a los 56, se da cuenta de que �se no era su lugar. Vive sola.

Para ella, la obediencia fue el detonante de un "combate espiritual". La pregunta era: �a qui�n obedecer? "Con un gu�a espiritual, la oraci�n, la adoraci�n eucar�stica y la experiencia dentro de la congregaci�n entend� el texto b�blico que nos pide que obedezcamos a Dios antes que a los hombres."

Para Mallimaci, "hay una gran contestaci�n silenciosa que existe al interior de la mayor�a de las �rdenes religiosas femeninas. Es uno de los fen�menos m�s profundos de crisis de la Iglesia Cat�lica porque son personas que quieren su vida cat�lica, pero no encuentran respuestas a mediano plazo, y si pueden vivir as� bien, si no, se van. Las respuestas [de la Iglesia ante estos problemas] siguen siendo las mismas hace d�cadas: que obedezcan".

Ana estaba sentada sola en un banco de la plaza principal de La Plata y lo decidi�: "Si no soy monja, no quiero vivir". Se par� y camin� derecho hacia la Catedral. Quer�a que la atropellara un auto, as� que no miraba para los costados. Pero lleg� al otro lado, subi� las escalinatas, entr� en la iglesia y se puso a llorar. Despu�s, no sabe c�mo, alguien le debi� haber preguntado el tel�fono de su casa, ella contest� y al rato su madre estaba ah�. D�as despu�s empez� a ver a un psiquiatra.

Al m�dico que la trat� le explic� que el proceso para ser monja hab�a sido paulatino: primero, como postulante; despu�s, como novicia, y finalmente, luego de a�os de adaptaci�n, los votos perpetuos. Pero al salir, la vida le hab�a cambiado de un d�a para el otro. No hab�a tenido tiempo para adaptarse.

Ana no busc�, no hizo un "ranking" de congregaciones, no se fij� si su carisma coincid�a con el de las Ap�stoles del Sagrado Coraz�n de Jes�s. Fueron las primeras monjas que conoci�, las vio alegres, pidi� la admisi�n y entr�. Antes, busc� la se�al, el llamado de Cristo: "Si mi pap� viene a la misa de confirmaci�n, es porque vos, Se�or, quer�s que yo me consagre por entero".

Dos d�as antes de la confirmaci�n, su padre estaba pasando por la vereda de una iglesia y se asom�. Vio un cura que le llam� la atenci�n y, casi sin quererlo, entr�. Camin� hasta el confesionario, se arrodill� en el banco de madera y salud�. Entonces, el sacerdote le pregunt�: "Hijo m�o, �hace cu�nto que no te confiesas?" "Y. m�s de veinte a�os", le contest�, y al instante sinti� un ruido extra�o adentro y despu�s la nada. Unos segundos m�s tarde alguien le toc� el hombro y se dio vuelta. Era el cura. "Esto merece un caf�", le dijo. Cuando volvi� a su casa, le cont� a su hija lo que le hab�a pasado. Ana ya ten�a la se�al que necesitaba. Al a�o siguiente dej� Ingenier�a y entr� al postulantado de las Ap�stoles del Sagrado Coraz�n de Jes�s. Era feliz.

Cada a�o, en diciembre, despu�s de los ejercicios espirituales, Ana ten�a que escribir una carta en la que ped�a seguir siendo religiosa. Cuando sus superioras contestaban le pod�an decir: "S�, pero te vas a San Miguel del Monte, o a Buenos Aires, o a La Plata", o "No, te volv�s a la casa de tus padres". En la respuesta a esa carta se defin�a la continuidad o el fin de una vocaci�n.

Ana tiene 51 a�os y puede hacer un detalle pormenorizado de los horarios y actividades que ten�a a los 20. Era 1983, el a�o en que se enferm� y termin� su vida de monja. Se levantaba a las cinco de la ma�ana, iba a misa, tomaba lista en un colegio secundario, corr�a a dar clases en un jard�n, al mediod�a volv�a al secundario, despu�s de nuevo al jard�n, almorzaba en quince minutos, daba catequesis en la escuela y a las cinco de la tarde entraba a cursar magisterio hasta las 23, cuando volv�a a su casa, todav�a le faltaba corregir, planificar las clases, rezar y dormir. "Me hice adicta al caf�", dice. Y cuenta tambi�n que com�a, pero no asimilaba, que quiz� tuvo alg�n tipo de anorexia o bulimia. Cuando tend�a su cama o sub�a las escaleras, se agitaba. Ten�a moretones en los p�mulos, en la cadera, en las rodillas: los huesos le lastimaban de adentro para afuera.

Un d�a, en la congregaci�n, Ana escuch� el timbre. A los pocos segundos sinti� el cuchicheo. Algo pasaba. "�Qui�n estaba detr�s de la puerta?", le pregunt� a su maestra, y ella se lo dijo: una ex novicia.

Durante la semana, Ana dicta clases de matem�tica en una escuela primaria privada, y hasta el a�o pasado tambi�n daba religi�n en un colegio cat�lico. Adem�s, corre regatas femeninas. Tiene cuatro hijos y un marido al que s�lo llama por su nombre. Y la mayor parte del tiempo se sigue vistiendo de azules, marrones y grises

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