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Cara a cara: el drama infinito de los yazidíes, el pueblo más odiado por el Estado Islámico




23/04/2017 - 10:25:52
Infobae.- Sus ojos azules lucen en el desierto, traspasando la t�nica gris y vaporosa de lino. Sea Haso mira hacia un horizonte plagado de tiendas blancas mientras cae el sol. Ante nuestra llegada se cubre el rostro de tez blanca para no ser reconocida, pero alcanzamos a ver sus facciones. Tiene 24 a�os pero parece de 30. Son las marcas de un cruel destino, de la esclavitud y del dolor.

Fue liberada hace un mes junto a cinco de sus hijos tras pasar tres a�os secuestrada por el Estado Isl�mico, pero la paz nunca lleg�. Las noches se hacen eternas, las pesadillas vuelven una y otra vez atormentando su mente en forma de demonios. Es incapaz de olvidar a su marido asesinado y a los tres hijos que contin�an cautivos en Raqqa, Siria. Hoy vive en el campo de refugiados de Essian, Duhok, junto a otros 15.000 yazid�es, mientras intenta reunir el dinero suficiente para pagar el rescate de sus otros v�stagos.

Haso es una kurda yazidi, una comunidad que vive mayoritariamente en la provincia de N�nive, en el norte de Irak, en las regiones de Jabal Sinyar y Shaija, siendo su epicentro la ciudad de Mosul. Tambi�n hay yazid�es en algunas zonas de Ir�n, Turqu�a y Siria.Los yazid�es permanec�an "ocultos" al mundo hasta que aquel fat�dico agosto del 2014, las hordas del Estado Isl�mico atacaron Sinyar arrasando a su paso, asesinando, quemando y secuestrando. Algunos consiguieron escapar a las monta�as y cruzar hasta Siria, gracias a la protecci�n de los milicianos kurdos del YPG, quienes abrieron un corredor. Otros 4000 contin�an secuestrados.

"El Daesh (Estado Isl�mico) separ� a los hombres de las mujeres y ni�os. Esa es la �ltima vez que vi a mi marido. Los fusilaron, cortaron sus cabezas, incluso a los que aceptaban convertirse. Luego hac�an subastas, nos daban ropa limpia y nos hac�an desfilar", afirma. Los interesados iban ofreciendo dinero para llevarse a su "presa". "Me vendieron hasta tres veces, la �ltima fue la peor. Un sudan�s que nos maltrataba, nos torturaba�Meses m�s tarde le convenc� para que comprase tambi�n a mis hijos, a los que obligaba a trabajar en la casa o incluso los prestaba a otras familias para que los usaran en las tareas del hogar, cargando cosas o haciendo recados" a�ade.

"Se ensa�aba sobre todo con los varones", dice mientras levanta la camisa de uno de los peque�os de seis a�os, con varias cicatrices en la espalda. Parecen ara�azos, latigazos "tatuados" a puro golpe con varas de olivo y cuero. El otro, de 14 a�os, ni siquiera habla. Tampoco sonr�e. Balbucea, babeando el plato de hummus �pur� de garbanzo- que sostiene en sus manos. La saliva derrama el plato. "El sufri� mucho, est� recibiendo tratamiento psicol�gico en la escuela del campo" aclara Haso. "La mujer de nuestro amo era especialmente violenta", nos insultaba y maltrataba. Aunque ha perdido el rastro de sus hijos todav�a secuestrados, piensa que est�n en Raqqa. El mayor de 15 a�os ya luchar�a en el frente. De su otra hija de 13 tiene algunas fotos que le env�a peri�dicamente el Estado Isl�mico a su tel�fono m�vil. En las im�genes se la ve triste, vestida de negro de pies a cabeza. Ultrajada. "Piden 15.000 d�lares por ella pero no alcanzamos", afirma.

A su lado sentada en la alfombra roja, bajo el mismo techo de pl�stico, se encuentra su suegra Arzan Qasin de 60 a�os, que asiente sin parar. Acostumbrada al siniestro relato, nada parece perturbarle. Ella es la matriarca, la verdadera art�fice de que "el grupo" vuelva a estar unido, aunque faltan muchos. "Cuando el Daesh llego a Sinyar asesinaron a mi marido y a mis hijos. A las mujeres nos llevaron, pero tres meses m�s tarde a las m�s viejas nos soltaron. No le servimos para sus fines sexuales. Es entonces cuando intent� recuperar a mis nietos y nueras". Consigui� que liberar�n a Haso y a otra de ellas, que se escabulle al fondo entre el laberinto de tiendas, y que prefiere no dar su nombre, adem�s de siete nietos. "Pagu� 100.000 d�lares con dinero que juntamos de varias familias y un fondo especial que tiene el gobierno iraqu� para rescates" confiesa.

Llegan nuevos refugiados. Camiones de carga donde los yazid�es viajan hacinados como ganado desde Mosul. Subimos al remolque: hace frio, huele a sudor, a or�n y heces. Vienen con lo apenas puesto, sucios y asustados. Tan solo unas mantas y unas cajas de comida que les arrojan desde los laterales, cuando paran a las puertas de Essian. Preguntamos si hay alg�n yazid� y se abre un pasillo. Al fondo, en una de las esquinas, Hanser descansa en posici�n fetal. Tiene un guante de lana negro en la mano derecha. "Mi vecino dijo que hab�a robado pero es mentira" nos explica. "Me llevaron ante un tribunal compuesto por tres personas, apenas pude defenderme. Despu�s, a una herrer�a. Me cortaron el antebrazo y lo arrojaron a una fragua", agrega, mientras nos muestra r�pidamente, vergonzoso, una pr�tesis de madera que, asegura, �l mismo se hizo. "Si se hubieran enterado de que soy yazid� habr�a corrido peor suerte" finaliza.

Serpientes y �ngeles ca�dos

A 13 kil�metros, en el cementerio de Lalish, las mujeres yazid�es lloran a sus muertos; l�grimas vertidas por los que ya no est�n, incluidos los seres queridos que siguen en manos del Estado Isl�mico.

Es una ceremonia que se repite dos veces al a�o y en la que solo las mujeres tienen el acceso permitido. Las yazid�es depositan frutas y dulces, comen sobre las l�pidas y abandonan los restos para que los vagabundos acaben con ellos. Una pareja de m�sicos rodea las tumbas mientras toca la misma canci�n una y otra vez, con un pandero forrado de piel de cabra y una flauta travesera. Las m�s ancianas se golpean fuertemente el pecho, sangran recordando a sus ancestros.

A tan solo unos metros divisamos el santuario, el cual debe ser visitado al menos una vez en la vida seg�n sus creencias. El refugio sagrado que contiene los restos de Adi Ibn Musafir �considerado por los yazid�es como la encarnaci�n de Melek Taus�, surge de las entra�as de la tierra, esculpido en la monta�a. Un gran templo de piedra coronado por torres puntiagudas. Una fortaleza, un refugio sagrado. Nos cuesta seguir a Abel entre escaleras sinuosas, t�neles angostos y cavernas subterr�neas. Corre descalzo por todo el "castillo" encendiendo 365 velas, una rutina que repite todos los d�as antes de que caiga el sol. Veneran la luz, evitan la oscuridad. A su paso chorrea aceite ardiendo, sosteniendo un peque�o fuego que nunca se consume. Pese a que le rogamos que vaya m�s despacio, no entiende a nuestras suplicas, tampoco habla; Solo reza susurrando versos, en busca de una nueva llama.

Acude a la puerta principal del templo donde antes de entrar con el pie izquierdo se arrodilla y acaricia suavemente la pintura de una gran serpiente negra que repta por las paredes. En la otra esquina un ni�o besa un candelabro, su madre le observa complaciente. Como ocurre con otras par�bolas, los yazidies tiene su propia versi�n de la g�nesis. Para esta minor�a religiosa la serpiente es "buena"; advirti� a Eva sobre "las desgracias" que conllevaba morder la manzana, el pecado los consumir�a. La maldad surge del hombre no de este ser de lengua b�fida y viperina, tan maltratado en la biblia. Interpretaciones banales, dogmatismo e ignorancia han propiciado que dentro del Estado Isl�mico los consideren adoradores del diablo. Los yihadistas los odian m�s que a los cristianos y a los jud�os, "parias" que merecen ser exterminados, y casi lo consiguen.

El principal equivoco es que Melek Taus es a menudo identificado por los musulmanes como Shaitan �Sat�n-. Los yazid�es, sin embargo, creen que Melek Taus era el l�der de los arc�ngeles, que en la mitolog�a judeocristiana es el �ngel ca�do. En cambio, dado que en su historia hay un acto de arrepentimiento que es correspondido por el favor divino, Melek Taus se convierte en el primero y principal de los siete �ngeles.

El yazidismo es una religi�n minoritaria que se remonta al a�o 2.000 a.C. y que tiene sus or�genes en el Zoroastrismo, es decir, se basa en las ense�anzas del profeta y reformador iran� Zoroastro. Actualmente, no hay una cifra exacta del n�mero de miembros, pero se estima en unas 500.000 personas en Irak, adem�s de otras 200.000 repartidas por el resto del mundo, seg�n la Organizaci�n por los Derechos Humanos de los Yazid�es.

Desde que en 2014 el Estado Isl�mico instaurara el califato en territorio iraqu�, miles de yazid�es han sido torturados y asesinados mientras las mujeres eran utilizadas como esclavas sexuales y obligadas a convertirse al Islam. Pese a sufrir todas estas aberraciones por parte de los terroristas, muchos yizad�es eran repudiados al volver a sus ciudades de origen tras conseguir escapar, por eso, su l�der espiritual, conocido como Baba Sheij, redact� un comunicado en el que exculpaba a las v�ctimas y ordenaba que fuesen aceptados de nuevo en la comunidad y tratados como "puros".
Baba Sheij, l�der espiritual de los yazid�es (Pablo Cobos)

Sheij es un tipo con gafas, afable y orondo, que roza los 80 a�os, pase�ndose por sus aposentos envuelto en un traje de gasa blanca a juego con su larga y canosa barba. Transmite paz, equilibrio y cordura. Al principio nos advierten de que no podemos entrev�stale porque en ocasiones pierde el hilo de la conversaci�n, pero una vez empieza la charla comprobamos que su grado de lucidez es absoluto. Mientras tomamos t� y degustamos una crema espesa de berenjena con carne de cordero envuelta en hojas de parra, Sheij se confiesa ante nosotros. "Soy comunista, m�s concretamente marxista", afirma entre risas, sin que sepamos con certeza que parte de sus discurso es ir�nico y cual ver�dico. Incluso se muestra contrario a que los yazid�es solo puedan casarse entre ellos. Como �l mismo admite, "hay cosas que me superan, leyes que persisten al tiempo, que llegaron antes que yo y continuar�n tras mi muerte. Adem�s somos pocos, tenemos que perpetuar nuestro legado, nuestras tradiciones. Lo que sufrimos con el Estado Isl�mico es terrible, pero no es el primer genocidio que vivimos, es c�clico y no ser� el �ltimo", asegura en tono apocal�ptico, agotado pero sin perder la sonrisa.

De vuelta a Essian, unos ni�os "disparan" con pistolas de madera entre mont�culos de arena rojizos. Otros zarandean una rata muerta, hinchada y putrefacta como si fuera "un sonajero". Sea Haso interrumpe el macabro juego, se lleva a sus hijos hasta la tienda, los arrastra de la oreja furiosa, gritando en kurdo. "Mira, otra nueva foto de tu nieta", le muestra a su suegra que continua sentada en la misma posici�n. Arzan Qasin nos mira con desidia: "No esperes m�s lagrimas, perd� mi alma en Sinyar. Vi situaciones horribles que no te pienso contar, violaban a las ni�as con siete u ocho a�os. Pero esto es otra historia, o quiz�s la misma", diserta y a�ade: "Me asom� al infierno pero ahora por el bien de los m�os, tengo que creer en el para�so. Un para�so que existe aunque parezca tan lejano".

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