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Infobae en la guerra de Ucrania: la vida bajo tierra de 16 personas en un antiguo bunker soviético




14/10/2017 - 13:27:11
Infobae.- El primer taxista dice que no, que no ir� all�, que no le importa si es zona civil ni que sea de d�a. No, lisa y llanamente no. Y punto. El segundo se resigna y parece no saber bien a d�nde se dirige, por eso se calza los anteojos oscuros y arranca sin decir m�s. Reci�n media hora m�s tarde se da cuenta de que desconoce el lugar, duda, sospecha que el frente de batalla no est� nada lejos. Hasta que s�bitamente la avenida se muere, ya no hay nadie en la calle, no hay negocios ni peatones, no hay nada m�s que un grupo de soldados parapetados detr�s de bloques de cemento, fumando entre mara�as de alambre de p�a que bloquean el tr�nsito.

Se llega a ver el vapor escapando de alguna de sus tazas. Es el fin, una frontera infranqueable para los civiles. M�s all� de la terminal de autobuses de Trudovska comienza la guerra. El taxi dobla a la derecha y se adentra unos quinientos metros a trav�s de un barrio de casas bajas deshabitadas. En el asfalto de las calles hay marcas de las explosiones de granadas, restos de un proyectil que qued� clavado. Luego hay campo abierto y ropa colgada en la soga que se mece entre dos �rboles, el viento suave de un ya fr�o oto�o. Aparece entonces una entrada de chapa que conduce a una escalera descendente: cinco metros por debajo del nivel del suelo hay camas y gente que vive all� desde hace m�s de tres a�os. Gente mayor, algunos incluso ancianos. M�s de tres a�os en un bunker sovi�tico y a pasos de la guerra. Pero cuando salen a la superficie, cuando ven llegar visitantes, nada de eso importa y sonr�en como sonreir�a cualquier abuela que recibe a sus nietos con los brazos abiertos y un beso en la frente.

En la autoproclamada Rep�blica Popular de Donetsk -el territorio prorruso que se escindi� de Ucrania hace tres a�os- y a unos 25 kil�metros del centro de la capital hom�nima hacia el oeste, la mina Trudovskaya est� casi vac�a. Desde febrero de 2015 hay personal de seguridad pero no mineros. Alguna vez lleg� a producir cinco mil toneladas de carb�n por d�a y a contar con m�s de cuatro mil trabajadores que la convert�an en una de las m�s grandes de la Uni�n Sovi�tica, pero hoy ya no. Hoy est� en el borde del abismo. Justo por detr�s del edificio principal comienza oficialmente la zona del frente de batalla en donde rusos y ucranianos combaten desde abril de 2014. Los trabajadores se han ido a la guerra o a otras ciudades y el barrio que se alimentaba de la mina ha quedado desierto �Qui�n querr�a quedarse en un lugar donde no hay trabajo y que est� en medio de los disparos diarios entre dos ej�rcitos? Del bunker a la mina hay menos de cien metros.

Para ir al bunker se necesita repelente de mosquitos porque hay dos subsuelos anegados y much�sima humedad, mucho abrigo porque el fr�o es insoportable por la noche, una linterna por si cortan la luz y un cuchillo, porque "hay un borracho que no tiene a d�nde ir y puede molestar. Pero no es tonto, si ve el cuchillo no se acercar�", advierten los soldados. Son 16 las personas que viven all� todos los d�as, pero a veces se suman algunas m�s, dependiendo de c�mo est� la situaci�n en la superficie. Todas ellas son de Trudovska, el barrio cercano a la mina, como las m�s de 200 personas que llegaron a vivir en el bunker cuando comenz� la guerra. De a poco la mayor�a se fue a las residencias que el gobierno de la Rep�blica Popular ofrece a los refugiados, otros se fueron a casas de familiares o amigos y unos pocos se quedaron en el subsuelo.

Descender por la escalera es viajar en el tiempo a la Guerra Fr�a, al 1972 en el que se construy� el bunker y el mundo a�n viv�a temblando por la posibilidad de un nuevo estallido a nivel planetario. Aportan lo suyo una luz tenue y las im�genes sobrevivientes de �pocas sovi�ticas colocadas en las paredes: soldados, tanques, barcos, aviones, armas. S�lo falta Vladimir Lenin para completar la escena. Ya bajo tierra, hay que atravesar dos pesadas puertas de hierro que permanecer�n abiertas toda la noche en caso de que alguien deba huir de los disparos. El recinto principal es amplio e incluye paneles de madera que lo dividen en distintos espacios, en habitaciones. El olor a humedad es tan insistente como los mosquitos y la oscuridad. Hay un ba�o en el que funciona un s�lo inodoro, hay un espacio para cocinar que est� lejos de ser una cocina, un lugar para ducharse aunque no haya ducha, un tanque de agua, un televisor en blanco y negro sin cable pero con DVD y una salida posterior con rampa para veh�culos. Las m�s de 30 camas son tan s�lo mantas pesadas sobre bancos de madera.

Valentina Mijailova est� maquillada y le parece sumamente importante mencionar y repetir su apellido. Mira hacia el suelo y habla con la voz apagada. Pas� 35 de sus 64 a�os en la mina, se jubil� justo antes de la guerra, en 2013, y pronto ya no tuvo nada. Su casa fue destruida y su hijo muri� en combate. En medio de la desaz�n y la desesperanza se refugi� en un bunker que llevaba a�os abandonado, estaba sucio y lleno de ratas y bichos, pero all� estar�a segura. Nadie la llev�, ni a ella ni a sus vecinos.

La gente del barrio se organiz� por su cuenta, recordando los frecuentes entrenamientos que recib�an los civiles durante la Guerra Fr�a. Mientras, en la superficie, los disparos se suced�an ininterrumpidamente y Valentina s�lo pensaba en sobrevivir en medio de la muerte que rodeaba todo y a todos. Pero lo que sigui� fue un a�o y medio de hambre, fr�o y miedo; por entonces nadie recib�a jubilaciones y la comida escaseaba. Hoy los que viven bajo tierra tienen suerte de cobrar algo, aunque sean menos de 40 euros mensuales. Valentina es pronto interrumpida por Galina, de 75 a�os. Parece ansiosa por aportar informaci�n, por sumar. O quiz�s sea el entusiasmo de encontrarse con algo que rompe con una rutina diaria que fluct�a desde jugar a las cartas a limpiar o no hacer nada. Dice que el gobierno les propuso a todos los que quedan en el bunker mudarlos a una pensi�n para refugiados en Donetsk, pero que no aceptaron porque no quieren alejarse de su hogar. "Para m� es importante ver lo que queda de mi casa, me sirve para saber que un d�a voy a poder volver y reconstruir las paredes, rearmar mi vida", dice Galina. El caso de Lena es similar, tiene 50 a�os y es una de las m�s j�venes, habla de irse a la ciudad pero es su madre, de 79, la que no quiere moverse. Valentina asiente para dejar en claro que las historias de todas las personas bajo tierra son similares. Finalmente deja escapar en un suspiro que es agotamiento y resignaci�n: "S�lo tenemos la esperanza de que haya paz, queremos volver a casa, ver a los vecinos, volver a la vida normal. No nos importa c�mo termine la guerra, s�lo que termine".

Durante el d�a se puede salir a la superficie sin ning�n problema, caminar por el barrio en donde a�n funciona una peque�a iglesia o visitar el �nico almac�n, que est� a medio kil�metro y tiene bolsones de arena cubriendo las ventanas en caso de bombardeo. Pero por la noche comienza el fuego cruzado, hay soldados que corren de un lado al otro y los perros a�llan despavoridos. Es entonces cuando Viktor empieza a beber. O a beber con m�s ganas. Tiene 51 a�os y vive en el bunker desde que una bomba destruy� su casa y le caus� graves heridas en una pierna. Est� postrado en cama junto a su anciana madre, que no habla y parece fr�gil, a punto de quebrarse en cualquier momento. Viktor bebe y fuma, fuma y bebe. As� es su d�a. Dice que el gobierno de la Rep�blica de Donetsk le est� arreglando la casa, que pronto se va a ir del bunker y que no le importa si la zona es peligrosa porque de todas formas est� harto de vivir as�. A�n necesita medicamentos para tratar su herida pero, como no puede salir, alguien se los provee, aunque no parece estar muy seguro de qui�n. Esta es una situaci�n repetida: nadie sabe bien qui�n provee qu� ni por qu�. Se nombran ONGs como la Cruz Roja o Unicef, alguien menciona a la secretaria de un diputado local que dej� su tarjeta, otros hablan de voluntarios, de organizaciones cristianas, del gobierno de Donetsk. Entonces se inicia un debate en el que todos los participantes dicen que el otro est� equivocado, que el que trajo alimentos la �ltima vez fue tal o cual, que el que trae medicinas no es el mismo, que aquel viene cada dos meses pero este otro trae m�s cosas. Al final todos concuerdan en que de alguna forma hay alimentos y medicinas, que en el bunker no sobra nada pero no se pasa hambre. Y recuerdan los primeros a�os de la guerra, entre 2014 y 2015, cuando faltaba comida, abrigo, agua, medicamentos y sobre todo esperanzas.

La comunidad bajo tierra crece antes del atardecer, cuando algunos pasan a saludar. Aparece entonces Vladimir que no quiere vivir en el bunker porque tiene miedo de contagiarse tuberculosis, por eso se queda en su casa parcialmente destruida. Tambi�n aparece Andrej, acompa�ado de un fuerte olor a vodka. Tiene los ojos levemente desorbitados y camina inclinado hacia un lado. Parece ya haber superado ese punto en el que la ebriedad y la sobriedad son estados distintos, y los 29 a�os que afirma tener bien podr�an ser en realidad 40 o m�s. Dice que es alba�il, que a veces trabaja. Una de las se�oras mayores que juega a las cartas se r�e con sorna cuando Andrej nombra a una supuesta esposa.

Hacia las 7 ya est� oscuro y no queda un s�lo civil en la calle. Dentro del bunker alguien calienta grechka, el trigo sarraceno que se come en esta zona, y Viktor comparte vodka y besos con Valentina. Ella ya no tiene la voz apagada, por el contrario, terminar� cantando despu�s de algunos tragos. Otras mujeres juegan a las cartas mientras varios gatos deambulan de una punta a la otra del recinto. No s�lo son mascotas, tambi�n tiene la importante responsabilidad de mantener a raya a las ratas. Pronto ya no habr� m�s que hacer bajo tierra adem�s de charlar de lo mismo una y otra vez. Y esperar. Es que cada noche es una largu�sima y tediosa espera, un constante rezo para que ning�n disparo caiga demasiado cerca. Entonces empieza.

Pareciera como si se acercara el 1� de enero porque esos son fuegos artificiales, �no? Se escuchan claramente a pesar de la distancia y del hormig�n que separa al bunker de la superficie. Son explosiones que se repiten a lo lejos, una tras otra constantemente. Pero nadie le presta demasiada atenci�n a los sonidos que retumban en las cavernosas entra�as del refugio, a nadie le importa el eco que baja por las escaleras. No es m�s que una molestia pasajera: los ruidos y los que viven bajo tierra conviven a diario como dos vecinos que se profesan una cort�s e indiferente antipat�a. Pronto los sonidos de la superficie ser�n acallados por un documental sovi�tico a todo volumen sobre la vida del Che Guevara. Y a seguir esperando que pasen las horas.

Al fin la fresca brisa matinal baja las escaleras y se cuela sin golpear la puerta del bunker. Ha pasado una nueva noche en la superficie, pero bajo tierra no es de d�a, nunca amanece, ni hay sol o lluvia. S�lo existen la tenue luz el�ctrica, la humedad y las im�genes de tanques sovi�ticos. Es todo. Algunas personas todav�a duermen, otras ya comienzan a prepararse para un nuevo d�a de rutinaria espera, de m�s montones de horas que matar hasta que termine la guerra y no haya que matar nada. La desesperante acumulaci�n de tiempo vano, la zona gris que es vivir en medio de la destrucci�n y no querer irse.

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