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A 18 años de la peor masacre de la historia de Colombia, El Salado busca revivir con su fútbol




20/02/2018 - 12:38:40
Infobae.- Los paramilitares sorprendieron a la familia de Leiner Ramos entrando al pueblo. Cuando apuntaron con sus fusiles, a dos de sus hermanos se les activ� la sangre de futbolistas. Decidieron correr para gambetear a la muerte. Solo uno lo consigui�.

El otro fue una de las 66 personas masacradas en cuatro d�as en El Salado. Entre el 16 y el 21 de febrero de 2000 se abri� all� una puerta al infierno. Los encargados de girar la llave descendieron de helic�pteros y camionetas. 450 hombres armados, con insignias de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC. Se�alaron a sus 5.000 habitantes de ser colaboradores de la guerrilla.

Con los �nicos que hab�a colaborado el hermano mayor de Leiner era con los mediocampistas y delanteros del equipo del pueblo, para marcarles a sus rivales. Era el goleador. Rogelio Ramos, 24 a�os, dorsal n�mero 9, padre de Dedris, una ni�a de dos meses de nacida; h�roe personal del menor de sus cuatro hermanos. El recuerdo no cicatriza. Todav�a hoy, 18 a�os despu�s, a Leiner se le parte la voz y se le mojan los ojos cuando se reabre.

Los "paracos", como llamaban a los ej�rcitos de mercenarios privados que se confabularon con fuerzas del estado, empresarios y pol�ticos, cercaron el corregimiento de vocaci�n tabacalera y ganadera. Lo sentenciaron a una pesadilla que a�n retumba como una de las matanzas m�s crueles de la historia colombiana.

Llegaron disparando a los techos. Reunieron a la poblaci�n en la cancha de f�tbol de cemento, al frente de una iglesia que qued� desolada. A la primera v�ctima le cortaron una oreja, lo acuchillaron, lo cubrieron con una bolsa negra. Lo terminaron con un escopetazo en la nuca. Una a una siguieron las ejecuciones, a la vista de todos. Hicieron sonar gaitas, tambores y acordeones como tel�n de fondo. Hab�an robado los instrumentos de la casa de la cultura.

Saquearon las tiendas, se emborracharon, prendieron los equipos de sonido de las casas a todo volumen. Metieron la cabeza de un campesino en un saco y la patearon como un bal�n. Despu�s de acabar con los hombres de su lista, siguieron con las mujeres. Las violaron, las colgaron de �rboles, las empalaron.

Al presidente de la Junta de Acci�n comunal le volaron los sesos con una r�faga de plomo. El que le dispar� los recogi� y se los mostr� a los dem�s. "Ya vieron, para que aprendan, no se metan m�s con la guerrilla", dijo, seg�n una investigaci�n del grupo de Memoria Hist�rica de la Comisi�n Nacional de Reparaci�n y Reconciliaci�n. Dejaron los cad�veres pudri�ndose al sol. Cuando se acabaron los nombres de su lista, siguieron matando a todo el que se topaban. Sin ninguna fuerza que se les opusiera.

Los padres, los t�os y los hermanos de Leiner se tumbaron de rodillas en la arena y alzaron los brazos al encontrarse de frente con los "paracos". �l ten�a entonces 15 a�os. La familia Ramos hab�a huido cuando sonaron los primeros fogonazos del apocalipsis "para". En el pueblo hubo advertencias, llamadas, asesinatos a sus afueras; manten�an en guardia a muchos hogares. "C�manse las gallinas y los carneros y gocen todo lo que puedan este a�o porque no van a disfrutar m�s", dec�an unos panfletos un helic�ptero hab�a lanzado un par de meses antes, en diciembre del 99.

Los Ramos regresaron cuando la parranda de sangre parec�a haber terminado. No era as�. Los demonios tambi�n sufren de resaca. Ya sin tanto ruido, pero ah� segu�an. Los hijos mayores salieron corriendo. Se dividieron. Uno emprendi� hacia el cerro. El otro, por abajo, por un camino del pueblo. Rogelio no vio que, por all�, lo estaba esperando otro grupo de paramilitares. Aguardaban en una tienda. Le cortaron el paso.

"Fue degollado, fue torturado", dice Leiner.

Rogelio siempre llevaba a Leiner a sus partidos. Esos recuerdos tienen un efecto inverso. Sellan su cara con una sonrisa que le hace brillar los ojos.

"El deporte aqu� era la maravilla, la maravilla� los mejores campeonatos se organizaban ac�". Ven�an equipos de todas las veredas de los Montes de Mar�a, a medirse en torneos en la cancha de arena de El Salado. Leiner le hac�a fuerza a su hermano desde la orilla del campo. "Era apasionado al f�tbol. Me quedaba en la esquina, en la sombrita debajo del �rbol. Esp�rame aqu�, me dec�a, y me daba la mochilita con los guayos. Mientras, yo lo ve�a".

Despu�s de la matanza no qued� ni goleador, ni equipo ni cancha. Ni nada.

Hubo un tiempo en que El Salado fue un pueblo fantasma. Las dos calles que lo atraviesan quedaron desoladas despu�s de la masacre. Los que sobrevivieron, huyeron. Por a�os, las parcelas y casas solo albergaron el eco de los gritos y los fusiles.

Derramar sal es un viejo presagio de mala suerte. Augurio de la supuesta aparici�n del diablo, seg�n antiguas supersticiones.

Se dice de algo que est� "salado" cuando le va mal. Por su ubicaci�n, este corregimiento del municipio Carmen de Bol�var qued� en la mitad de la guerra. La selva y las monta�as lo rodean. No ten�a ni un solo camino pavimentado que llegara hasta sus calles. Enclavado en los Montes de Mar�a, a 18 kil�metros de la cabecera municipal, a 28 kil�metros del r�o Magdalena y a unos 102 de las playas de Cartagena, la capital departamental. Lejos de todo, lejos de toda autoridad, se convirti� en corredor para el tr�nsito de las actividades guerrilleras del interior del pa�s hacia la costa norte. Un corredor para la droga. Tambi�n era un lugar al que los insurgentes recurr�an para esconderse y aprovisionarse despu�s de sus combates. Esto los hizo blanco del avance "para" y del Ej�rcito. La poblaci�n pas� de vivir secuestrada por la guerrilla a ser pisoteada por las autodefensas. M�s salado no se puede ser.

Su gente empez� a regresar en 2002.

El paisaje no parece haber cambiado mucho, a simple vista. Las calles a�n son de barro. Los saladeros las transitan en caballos, mulas o motos. Las casas de techos oxidados siguen dispersas entre matorrales y �rboles. Es raro ver alg�n polic�a. En la vieja cancha donde ocurri� la matanza hay una gran pintura, con un s�mbolo de paz en el punto central. Pero llovi� y el agua lo cubri� de arena.

Otras cosas s� han cambiado. Leiner, por ejemplo, ya no sue�a con ser futbolista. Tiene ahora 33 a�os. Es el fundador y director de la escuela de f�tbol en El Salado. Con un equipo de monitores les brinda formaci�n a cerca de 300 ni�os, ni�as y adolescentes del pueblo y las cinco veredas circundantes.

Leiner est� empe�ado en otro sue�o, el de un pueblo que lucha por sacudirse la sal. Tiene una hija, Sara Sof�a, de cuatro a�os. Para sostenerla trabaja doble; adem�s de su labor deportiva, cultiva yuca y tabaco. La agricultura tambi�n ha regresado.

En El Salado ahora hay un puesto de salud que funciona 24 horas, una biblioteca, un acueducto con p�neles solares. Todo ha llegado por cuenta del trabajo de la misma comunidad, con el apoyo de fundaciones y entidades privadas.

Y lo m�s importante, a ojos de Leiner: una cancha con gramado artificial, plenamente iluminada, demarcada y enrejada. Requiri� una inversi�n de $1.200 millones. La llamaron Radamel Falcao Garc�a, en honor al goleador samario.

Los ni�os corren descalzos a espaldas de Leiner, mientras �l recuerda las gestiones y tr�mites que enfrent� para lograr su apertura en 2016. Al viejo campo de arena le sali� nuevo due�o. Muchos desplazados enfrentaron lo mismo. Al volver, sus tierras aparec�an a nombre de otros. "Fue dura la cosa. Pens� que nunca se iba a dar".

Los ni�os corren detr�s de �l, como lo hicieron ese d�a que lleg� al pueblo con un "baloncito bombita". Llegaban a buscarlo todos los d�as, para jugar. Primero seis, luego 15, despu�s 30. "A trav�s del deporte hemos construido una familia".

Los paramilitares mataron a su hermano, pero las ideas son a prueba de balas. No hab�a nada que pudieran hacer contra la inspiraci�n que despertaba Rogelio, la gran promesa de la familia Ramos. Al contrario, lo inmortalizaron.

Hoy Leiner es mayor de lo que nunca fue su hermano. Todo lo hace en su memoria.

El partido sigue. Es largo; ya no contra los guerrilleros o los paramilitares, sino contra aquello que los dej� entrar en un principio: el abandono estatal. Cada ni�o que se suma a la escuela y se aleja de las filas de los violentos es un gol a su favor.

"Una de las motivaciones que me inspira a seguir en este proceso, porque no es f�cil estar todo el tiempo, es verlos sonre�r. Ac� es mi vida, mi pasi�n. Algo que no tuve la oportunidad de tener en mi infancia. El f�tbol cambia muchas vidas. Y hoy que est� en mis manos poder hacerlo y seguir ese legado, es mi felicidad".

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