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El centro de rehabilitación que trata la adicción a los videojuegos como si fuera a la cocaína




23/11/2018 - 16:27:06
BBC.- Estoy en la sesi�n de terapia de grupo m�s intensa en la que me he sentado. Es un "c�rculo para intercambiar experiencias" de 20 personas. Todos, excepto el consejero que dirige la sesi�n, son al menos cinco a�os m�s j�venes que yo, y est�n aqu� porque est�n intentando reconstruir vidas de las que han perdido el control.

Al compartir con el grupo lo peor que han hecho, esperan cambiarlo.

Una integrante del grupo, Eva*, de 19 a�os, est� leyendo una lista de todas las veces que su comportamiento ha perjudicado a las personas que m�s quiere.

"Uno: hace unos meses les dije a mis padres que no los quiero", dice con voz inexpresiva. "Les hice mucho da�o al decir eso".

"Dos: el a�o pasado le grit� a mi novio que quer�a suicidarme".

La lista sigue y sigue. Eva recita muchas cosas que cree que ha hecho mal: esconde sus sentimientos, es perfeccionista y carece de autodisciplina, dice. No se lava los dientes. No hace deporte. A veces no se ducha.

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Me sorprende la honestidad de Eva y, al final de su intervenci�n, empiezo a sentir pena por ella.

Kyra, la consejera que dirige la sesi�n, se dirige al c�rculo.

"�Qui�n tiene alg�n comentario?", dice. "Ethan*".

Ethan, un joven de 17 a�os con jeans ajustados, se vuelve hacia Eva. Me pregunto si est� a punto de ofrecerle algunas palabras de apoyo.

"Estoy tentado de decir solo algo obvio como "Buena intervenci�n o lo que sea", dice Ethan, apartando su cabello del rostro. "�Pero cu�les fueron las consecuencias de tu perfeccionismo? Es algo malo si lo llevas al extremo, pero �realmente hiciste eso? �Hizo tu vida inmanejable?"

"Creo que s�", responde Eva con cautela. Sus pies est�n cruzados debajo de la silla, y ella pasea la mirada de persona en persona. Veinte pares de ojos devuelven en silencio su mirada.

Kyra mira a su alrededor, entrecierra los ojos. "�En qu� sentimientos creen que se basa eso?", pregunta a la habitaci�n.

Hay una pausa. Luego otro adolescente, Thomas*, rompe el silencio.

"Creo que tu perfeccionismo est� relacionado con ser una v�ctima. No te das cuenta de que has cometido errores, por lo que en lugar de eso juegas el papel de v�ctima".

Mi tel�fono vibra ruidosamente. Me acuerdo que no lo he mirado en una hora y tengo que reprimir conscientemente el impulso de mirarlo. Estoy aguantando la respiraci�n ansiosamente mientras miro a Eva.

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Al principio creo que est� molesta. Mi tel�fono vibra de nuevo. Lo saco de mi bolsillo sin pensarlo y lo vuelvo a poner en su sitio al instante.

Pero Eva no llora. No dice nada en absoluto. La habitaci�n la mira en silencio. Empiezo a sospechar que no est� molesta en absoluto: est� realmente furiosa.

Kyra se vuelve hacia el grupo.

"�Qui�n siente autocompasi�n?", dice.

La sala estalla en un coro de "seguro" y "absolutamente".

"�Quieres cambiar?" Kyra le pregunta a Eva.

"S�, quiero cambiar", dice Eva, con un toque de indignaci�n en su voz.

"�Eres consciente de que detr�s de tu comportamiento lo que hab�a era un intento de llamar la atenci�n?", le dice Kyra a Eva.

El silencio recorre la sala.

"Todav�a no", dice Eva en voz baja. "Pero voy a aprender".

Hace dos horas que llegu� a Yes We Can, un centro de salud mental ubicado en un largo bulevar arbolado, en una esquina tranquila de una localidad en el sur de los Pa�ses Bajos. Cuando mi taxi se acercaba a sus imponentes puertas negras, los �rboles enmarcaban una gran finca con terrenos extensos y bien cuidados.

Esta pr�stina mansi�n podr�a haber sido hecha de bloques pixelados en el videojuego Minecraft; o proporcionar el escenario para un nivel de la saga Hitman.

Esta cl�nica es solo para personas de entre 13 y 25 a�os de todo el mundo que reciben tratamiento especializado en problemas de salud mental, incluida la adicci�n a ordenadores y tel�fonos inteligentes y otros problemas de comportamiento que la comunidad m�dica no sabe c�mo clasificar, y mucho menos tratar.

Muchas de las personas que asisten dicen que son adictas a sus smartphones, redes sociales o videojuegos.

Por primera vez este a�o, la Organizaci�n Mundial de la Salud incluy� en junio formalmente la adicci�n a los videojuegos en la Clasificaci�n Internacional de Enfermedades (CIE).

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Se puede decir que el programa de tratamiento en esta cl�nica va m�s all�: coloca a los videojuegos en condiciones de igualdad con el perjuicio que causan las drogas, el alcohol y los juegos de azar, y exige que quienes completen su programa de 10 semanas se abstengan de todos por el resto de sus vidas.

El debate sobre si los tel�fonos inteligentes y los videojuegos son adictivos ha estado presente casi desde que existen.

Es un tema que el fundador Jan Willem Poot, de 42 a�os, cree que est� creciendo con fuerza. Fund� la cl�nica en 2010 para llenar lo que percib�a como un hueco en el mercado y as� puso en marcha un centro de salud mental holand�s que ofrec�a un tratamiento personalizado a los j�venes.

"Me inspir� en el eslogan de la campa�a de Barack Obama", dice sonriendo.


Es puro entusiasmo. Creo que es un fuerte contraste con la forma en que debi� haber sido su vida durante su adolescencia, cuando consum�a hasta ocho gramos de coca�na al d�a.

Limpio de drogas y alcohol desde 2004, Willem fund� la cl�nica para ayudar a los j�venes a superar sus problemas de salud mental. As� que fue una sorpresa para �l cuando los primeros j�venes en llegar a su cl�nica a menudo dec�an que estaban enganchados al popular videojuego Call of Duty, no a la coca�na.

"Cada semana salimos a caminar por el bosque", dice Willem con los ojos muy abiertos. "Y tuvimos varios ni�os que dec�an: "Esto se ve exactamente como si estuviera en un juego de World of Warcraft", o Battlefield, o lo que sea. Se estaban imaginando que, detr�s de cada �rbol o roca, un enemigo estaba al acecho, o que detr�s de cada colina ven�a un ej�rcito completo".

En este retiro en medio del bosque, la primera actividad grupal del d�a es un curso de ruta por las copas de los �rboles. Thomas, que hab�a se�alado a Eva por ser una v�ctima, no est� exactamente disfrutando.

"�Es tan inestable!"

Es el d�a anterior a su vig�simo cumplea�os. Lo atan a un arn�s de seguridad y lo suspenden en medio de una escalera en un bosque.

"No puedo hacerlo! Odio las alturas.

Thomas comienza a contener las l�grimas. Est� a aproximadamente a seis metros del suelo, a dos pasos de la plataforma en los �rboles. No est� lejos, pero no quiere cruzar.

"�Puedes hacerlo, Thomas!", grita James, de Londres.

Thomas baja por la escalera y se frota la cara. Me acerco a �l. Est� respirando pesadamente y sus mejillas est�n coloradas. Le pregunto por qu� ha venido aqu�.

"Principalmente por una adicci�n al juego", dice, jugueteando con su el arn�s de escalada. "Pero tambi�n por un trastorno alimenticio y quiz�s una adicci�n al porno tambi�n. Bueno, eso todav�a est� en debate".

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Thomas est� en su sexta semana en la cl�nica. Lo m�s dif�cil que ha hecho desde que lleg� es borrar sus cuentas de videojuegos.

"Sudaba y lloraba al hacerlo", dice. "A pesar de que fue un problema, todav�a tengo buenos recuerdos de mi etapa jugando videojuegos y de la gente que conoc� all�".

En las �ltimas seis semanas, Thomas ha aprendido a disfrutar de las actividades al aire libre, algo que rara vez experimentaba cuando jugaba 16 horas al d�a.

Estoy impresionado con Thomas, que parece reflexivo, consciente de s� mismo, fuerte y vulnerable al mismo tiempo. A una edad en la que muchos otros j�venes de 19 a�os se enfrentan a sus primeros a�os lejos de casa, bebiendo y festejando en exceso, tiene por delante un futuro que no pod�a imaginar hace un a�o.

Me maravillo cuando Thomas toma el micr�fono y realiza una interpretaci�n perfecta deRap God por Eminem: un rap de seis minutos y 1.500 palabras que presenta algunos de los versos m�s r�pidos del rapero.

Los otros ni�os lo animan todo el tiempo.

Hay algo sobre el karaoke que me parece extra�o por razones que no entiendo de inmediato.

Entonces me doy cuenta de que es obvio: este es un grupo de adolescentes y veintea�eros que est�n completamente sobrios, cantando en una tienda de campa�a a plena luz del d�a. En este momento, parecen m�s j�venes de la edad que tienen.

Como j�venes de familias ricas que pueden pagar un tratamiento privado, quienes llegan becados desde el exterior son en cierto modo afortunados. Las personas de entornos desfavorecidos enfrentan un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud mental y tiene muchas menos opciones de obtener tratamiento.

El precio ronda los 64.000 d�lares.

Hay una creciente evidencia de que los j�venes de todos los or�genes en Occidente se enfrentan a una crisis de salud mental.

En los �ltimos a�os ha habido un fuerte aumento en los trastornos de ansiedad y depresi�n.

Una investigaci�n del Instituto de Pol�ticas de Educaci�n, de Londres, sugiere que la cantidad de consultas a servicios de salud mental para ni�os y adolescentes en Reino Unido ha aumentado en un 26% en los �ltimos cinco a�os.


Jean Twenge sospecha que puede haber un denominador com�n. En su libro iGen, la profesora de psicolog�a argumenta que los comportamientos y estados emocionales de los adolescentes experimentaron un cambio dram�tico despu�s de 2012.

Ese a�o, escribi�, tambi�n fue exactamente el momento en que la proporci�n de estadounidenses que pose�an un tel�fono inteligente super� el 50%.

Los j�venes est�n "al borde de la peor crisis de salud mental en d�cadas", escribi�, "[y] gran parte de este deterioro puede atribuirse a sus tel�fonos".

Twenge encontr� una correlaci�n entre el aumento en el uso de smartphones y el aumento de la depresi�n y la soledad entre los j�venes.

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Tambi�n explica que despu�s de 2007, el a�o en que se lanz� el iPhone, los j�venes estadounidenses experimentaron una ca�da en la socializaci�n, en las citas y en el sexo.

Los adolescentes tienen m�s tiempo libre que nunca, escribi�. "Entonces, �qu� est�n haciendo con todo ese tiempo? Est�n mirando sus tel�fonos, en su habitaci�n, solos y a menudo angustiados".

Sin embargo, no todos est�n de acuerdo. El doctor Pete Etchells, profesor de psicolog�a en la Universidad de Spa, en Bath, Reino Unido, sostiene que el libro de Jean Twenge muestra un v�nculo entre los tel�fonos inteligentes y la depresi�n, pero no que uno cause lo otro.

Advierte que corremos el riesgo de medicalizar comportamientos que no est�n reconocidos como problemas de salud mental.
�Sobrediagnosticando?

La investigaci�n sobre la adicci�n al ordenador o smartphone, a las redes sociales y el desorden causado por los videojuegos todav�a est�n en fases preliminares de estudio.

"En el caso del consumo de coca�na o de hero�na vemos claramente cu�les son los da�os que causan", dice.

"Sin embargo, la investigaci�n sobre la adicci�n a los videojuegos no hace un buen trabajo al distinguir entre las personas que est�n muy involucradas, pero no sufren ning�n problema, y las personas para las que se convierte en algo problem�tico".
Derechos de autor de la imagen BBC Three / Tomasz Frymorgen

Me pregunto si el doctor Etchells tiene raz�n. Quiz�s exista un riesgo de sobrediagn�stico. En esta visita he conocido a muchos j�venes con distintos problemas graves. �Est�n "lo suficientemente enfermos"? Y de todas formas, �c�mo sabes si alguien esta "suficientemente enfermo"?

Y luego me siento para entrevistar a Ethan, que lleva en la cl�nica casi 10 semanas. Es amigable y carism�tico, totalmente diferente, dice, a la persona que era cuando lleg�.

"Me daba miedo todo el mundo", asegura.

Ethan me habla con la honestidad caracter�stica de todos los que conozco all�. Me cuenta que es lo que hac�a en su d�a a d�a antes de llegar a este cl�nica.

"Me despertaba a las seis de la tarde", dice. "Sol�a permanecer despierto durante la noche. Es m�s c�modo. Menos gente alrededor. Cuando mis padres estaban durmiendo, bajaba las escaleras y com�a algo".

�Qu� pasaba cuando tus padres te descubr�an?, pregunto.

"Muy simple", dice. "Los ignoraba".
Trauma infantil serio

Mi tel�fono vibra de nuevo. Siento como me llegan una avalancha de mensajes de WhatsApp. Por un momento estoy totalmente distra�do. Conscientemente reenfoco mi atenci�n en Ethan.

Ethan pasaba mucho tiempo llorando en su habitaci�n. Ten�a ataques de p�nico. Se autolesionaba. Se drogaba con "cualquier cosa que me cayera entre las manos", y jugaba videojuegos durante toda la noche. A los 15 a�os, abandon� la escuela.

"Pens� que estaba jodido de por vida", dice.

Al principio, el comportamiento de Ethan ni siquiera ten�a sentido para �l. Sus padres eran cari�osos, dice, pero no sab�an qu� hacer con �l.

M�s tarde, se descubri� que Ethan hab�a estado ocultando algo a todos: hab�a experimentado un trauma infantil serio.


La entrevista ha terminado. Ethan sale de la habitaci�n. Se me ocurre que aunque las personas que he conocido han sido excepcionalmente abiertas acerca de su comportamiento, hasta mi encuentro con Ethan no sab�a mucho sobre sus antecedentes.

Jan Willem entra con su tel�fono en la mano. Reviso mi propio tel�fono y siento una mezcla de decepci�n y verg�enza cuando veo la pantalla en blanco. Me hab�a imaginado las vibraciones. Soy un millennial enga�ado sin amigos.

�Da placer recibir una notificaci�n en el celular?, pregunto. Jan Willem sonr�e.

"�S�! Claro", dice.

�Es una se�al de adicci�n? �C�mo proteges a los ni�os de eso?, pregunto.

"A veces aconsejamos que los ni�os dejen las redes sociales", dice Jan Willem. "Pero nunca aconsejamos una abstinencia total de ellas".
WhatsApp y redes sociales

"Porque ah� afuera, en el mundo, necesitar�n sus tel�fonos y sus laptops. Tengo una cuenta de Facebook y una cuenta de LinkedIn que utilizo principalmente para mi negocio. Y es cierto que soy un adicto. Pero tambi�n es cierto que necesito usarlos".

Tengo mi propio tel�fono en la mano porque estoy usando la grabadora que viene incorporada para registrar la conversaci�n. La pantalla se ilumina. Es una notificaci�n y soy consciente de que me urge mucho abrirla.

�Eso me hace un adicto? �Estoy enganchado a WhatsApp? Si no iba a trabajar, �podr�a pasar varias horas enviando selfies en Snapchat? �Y podr�a transferir eso a los juegos, al alcohol, a las drogas?

Miro a Jan Willem e intento imaginar una vida en la que estoy consumiendo ocho gramos de coca�na por d�a.

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