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Enrique Fernández García

Instigación a la rebeldía

05/05/2010 - 23:49:04

El hombre es el �nico animal capaz de rebelarse contra los dictados instintivos de su especie para seguir su propia inclinaci�n.
Mariano Grondona

�sta es una �poca en que se necesitan personas dispuestas a ejercitar el cerebro, pensar aut�nomamente, criticar necedades y resistir cualquier contacto con los se�or�os de la mediocridad. Es cierto que, durante todos los tiempos conocidos por el hombre, quienes procuraron hallar la verdad no fueron tratados siempre de forma digna, cordial, siquiera decente; al contrario, a menudo, esas empresas recibieron un desprecio tan mayoritario cuanto radical.
Seg�n parece, la excepci�n es preguntarse sobre los fundamentos de creencias, dogmas e instituciones que constituyan el orden vigente, pues incontables sujetos prefieren esquivar esas cavilaciones, aunque ello signifique convalidar patra�as del pasado. No debe presumirse que los cuestionamientos conllevan, sin falta, la destrucci�n del conjunto de certidumbres acumuladas por un individuo: si bien algunas ideas caer�n debido a su vacuidad, hay otras que se mantendr�n firmes porque tienen una base convincente. As�, existen casos en los que, como ense�a Jos� Ortega y Gasset, basta "renovar las razones de nuestra certeza", es decir, ratificar el ideario merced a ex�menes peri�dicos; no obstante, se presentar�n tambi�n circunstancias en las cuales cabe s�lo un nuevo comienzo. Siendo elevado el riesgo de consumar retractaciones, la temeridad es una condici�n indispensable para que nuestra evoluci�n pueda ejecutarse.

Los criterios consagrados por la sociedad para evaluar planteos, conductas u observaciones tienen que perder autoridad, ser degradados hasta cuando uno acepte su val�a. Cada individuo es el que debe concluir si comparte las opiniones precedentes, resultando execrable la sola referencia de maestros, escuelas, universidades, partidos, gremios, etc�tera. Trat�ndose del arte de vivir, yo soy quien corroborar� los esclarecimientos que la comunidad estima notorios; la filosof�a, agitadora incomparable, viabilizar� esta clase de dict�menes porque me suministra los medios requeridos para encontrar mi propio rumbo.
La tarea es monumental, ya que pide hacernos cargo del sustento de nuestra existencia, mas nunca ser� inevitable: aun cuando podamos seguir este camino heroico, sus rigores pueden eludirse gracias al gregarismo. Millones de seres humanos han agotado la vida sin preocuparse por estas cuestiones. Ellos se limitaron a tomar como suyo el c�digo que otros hab�an creado, sin importar sus contradicciones, por lo cual conservaron una sujeci�n merecedora de ultrajes. Empero, con regularidad, esas personas son quienes tienen la fuerza suficiente para glorificar verdades y sancionar al que, cansado del alarido, no les d� el gusto de renovar su eco. Estoy seguro de que ese silencio singular puede dar pie a un excepcional concierto, el �nico en donde las voces valgan por s� mismas.

El mortal que se caracterice por la criticidad est� condenado a una perenne insatisfacci�n. Lejos de atemorizar, ese destino es bienvenido, pues �nicamente guarda coherencia con el progreso incesante que se persigue, cuyo cometido est� plagado de vacilaciones en cuanto a las obras efectuadas.
No se trata de un descontento que revela modestias artificiosas; sus impugnaciones responden a la confianza en el perfeccionamiento del hombre. Jam�s ser� grato asumir la misi�n de pedir al semejante un esfuerzo adicional, una enmienda que le ayude a terminar con los yerros, pero se lo hace porque nuestra esencia exige su realizaci�n. Afirmo esto porque siento que la obsesi�n por no perturbar el sosiego de los dem�s, acaso perder su afecto, ha deteriorado nuestra convivencia: la nutritiva franqueza fue cambiada por una hipocres�a nada edificante. Es probable que, si existe alg�n altruismo beneficioso, �ste brote al momento de dar a conocer las falencias identificadas en el cong�nere. Tal vez pasar del di�logo a la discusi�n, por efecto de las deficiencias expuestas, deba ser considerado como el mayor logro. La finalidad es conseguir que, aun por amor propio, ese otro sujeto resuelva acompa�arnos en esta b�squeda de respuestas, multiplicando los interrogantes, ayudando a derrumbar or�culos.

Una reprobaci�n �tica no debe permanecer cautiva en el dormitorio, alejada del lugar donde sus utilidades puedan advertirse. Pese a las predecibles frustraciones, estoy obligado a promover aquellos cambios que hagan posible la disminuci�n del sufrimiento humano. Sucede que, mientras nadie denuncie las injusticias y trabaje para obtener su desaparici�n, �stas continuar�n vinculadas a la cotidianeidad. Ninguna torre de marfil impide divisar opresiones que indignan a quien, aleccionado por Kant, concibe al hombre como fin en s� mismo; su percepci�n es habitual cuando uno decide combatirlas desde la profunda intimidad. Esto hace que nuestro mandato capital sea el de difundir su presencia e incitar al pr�jimo a levantarse contra todo absolutismo.

En consecuencia, habiendo tomado conciencia de que la realidad no es sublime, me queda perseguir una transformaci�n, buscar un escenario compatible con nuestras inclinaciones. Debemos esperar que la imbecilidad no sea todav�a una pandemia incurable, por lo cual resulte factible su reversi�n en determinados mortales. No pretendo lo anterior para intentar socorrer a la humanidad, abstracci�n que releg� acertadamente Unamuno, sino con el objetivo de salvar al individuo. Creo que lo venidero agradecer� la propagaci�n de mentes subversivas; al menos, entretanto contin�en apareciendo, el horizonte no estar� regido por una tediosa monoton�a.

*Escritor, pol�tico y abogado,
caidodeltiempo@hotmail.com

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