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Marcelo Ostria Trigo

Alternancia y populismo


2015-05-20 - 10:17:06
Pasadas las elecciones de octubre de 2014 y de marzo de este año, vuelven las incitativas para forzar una nueva reelección –la tercera– del presidente Evo Morales por el período 2019-2025. Por ahora, hay un obstáculo legal: la Constitución que prohíbe una segunda reelección, pero las constituciones son reformadas fácilmente por los gobiernos autoritarios.

No sólo se trata de las interpretaciones torcidas para lograr una reelección vedada por la ley, sino que cuenta, y mucho, el empeño en desconocer un elemento básico de la democracia: la alternancia. Pero para el populismo eso importa poco, y hay pruebas de ello: las sucesivas reelecciones del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, la del presidente Correa de Ecuador, que ahora ya menciona su posible nueva reelección, prohibida por la constitución de su país; la reelección ilegal impuesta por el sandinista Daniel Ortega y, por supuesto, las sucesivas reelecciones, con candidato único, que ungieron como Jefe de Estado a Fidel Castro, quien, al final, dejó el poder a su hermano Raúl, con características de sucesión monárquica y al estilo de Corea del Norte.

La promotora de “Evo Morales presidente 2019 – 2025”, Leonida Zurita, fue secundada por el vicepresidente de la Cámara de Diputados y, recientemente, por el presidente del Senado. Pero esto fue más allá: según el Vicepresidente del Estado, una condición para volver al mar es “que nuestro presidente Evo nos siga conduciendo”. Y, al fin, el propio Evo Morales reveló que pretende “gobernar por toda la vida”, como en China… Esto no sorprende: “el populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin el hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo” (E. Krause). Para los masistas, Evo Morales es ese personaje indispensable.

El profesor Eduardo Posada Carbó expresa que “la democracia moderna como método, (es) un proceso que permite formar gobiernos sin acudir a la violencia. Tal proceso, por supuesto, debe estar acompañado de garantías, libertades y respeto por las reglas de la competencia electoral. Y exige comportamientos especiales, códigos de conducta para el triunfo y la derrota, lo que puede llamarse una política de la civilidad…” (El Tiempo, Bogotá, 14.05.2015). Lo de actuar “sin acudir a la violencia”, en mi opinión, no se limita a no perseguir, torturar o encarcelar a ciudadanos por pensar diferente; también es violencia forzar las leyes, acomodarlas a intereses sectarios e imponer reelecciones para perpetuarse en el poder.

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