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Un Hitler adicto, al frente de ejércitos drogados




04/12/2016 - 06:27:05
Historia.- Un estudio del periodista alem�n Norman Ohler arroja nueva luz sobre el rol de los estupefacientes en la vida del l�der nazi y entre sus tropas.

Adolf Hitler invita a la conspiranoia. Por culpa de la naturaleza tenebrosa del dictador la rumorolog�a sobre el tema se halla siempre en un estado febril. Todos ustedes han escuchado rumores sobre la vida sexual del F�hrer: que si ten�a un solo test�culo (un rumor tan popular que acab� en canci�n infantil), que si era un �copr�filo impotente� (un bulo de chocante eficacia que les col� Otto Strasser, uno de los primeros ERE del partido, a los aliados)... Nada de eso es cierto. Hitler era s�lo un heterosexual gazmo�o con dos test�culos. Bonitos o feos, jam�s lo sabremos.

No sucede lo mismo con la drogodependencia del tirano. Las primeras biograf�as fiables del F�hrer coincid�an en que hab�a sido �adicto a la medicaci�n� y que �tomaba drogas incesantemente� (Joachim C. Fest en Hitler). Trevor-Roper, en Los �ltimos d�as de... advert�a que su m�dico personal desde 1936, el �odioso� doctor Morell, tuvo un papel clave en el h�bito de Hitler, que lo �inyectaba a diario� y que durante una �poca emple� en su paciente 28 drogas distintas (�narc�ticos, estimulantes y afrodis�acos�). Trevor-Roper pon�a �nfasis en las �p�ldoras del doctor Koester� (con estricnina y belladona) y apostillaba que �el control de Morell sobre la vida de Hitler durante los �ltimos seis meses fue casi absoluto�.

Ian Kershaw desminti� esos puntos de vista en su (casi) definitiva Hitler, afirmando que �Morell y sus medicamentos no eran una parte importante� de la ecuaci�n y que �no puede demostrarse que Hitler tomase anfetaminas�. Confundiendo causa con efecto, Kershaw conclu�a que, tras el atentado de 1944, �las fuertes dosis diarias de pastillas e inyecciones no pod�an hacer nada para evitar el deterioro (...) de Hitler�.

Un nuevo estudio del periodista alem�n Norman Ohler, El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, demuestra que eran precisamente esas inyecciones las que causaron el deterioro de Hitler, y que este estuvo artificialmente estimulado cada d�a desde 1940 hasta el d�a de su muerte. Y Adolf no era de los que se met�a sin invitar. Alemania entera era one nation under a groove. �Un pueblo colocado con la droga del pueblo�.

�Acieeed Heil!

Norman Ohler ha excavado en fuentes v�rgenes (o ignoradas): el dietario personal de Theo Morell, los laboratorios Temmler o el Archivo Militar Federal de Alemania. El resultado son unos hallazgos que reescriben la historia del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, alterando para siempre nuestra comprensi�n de ella. Tras leer a Ohler uno se pregunta c�mo tardamos tanto en atar cabos. La Alemania de los a�os veinte era una gigantesca rave de ingesta galopante y afters en forma de territorios anexionables. En 1926 el pa�s era l�der mundial de exportaci�n de hero�na (Bayer la sintetiz� en 1897), y dominaba el 80 % del mercado mundial de la coca�na (�coca�na Merck�, famosa por su pureza).

En 1937 Fritz Hauschild, de Temmler, sintetiz� la metanfetamina, que se comercializ� con el nombre de Pervitin. Los nazis, expertos en rogar a Dios y arrear con mazo, vieron en aquel medicamento m�gico una antidroga multiuso que sustitu�a el �morfinismo� del �jud�o intelectual de la gran ciudad�, y que a la vez contrarrestaba la �denegaci�n del rendimiento� del pueblo. El Pervitin se vendi� como churros (incluso salieron al mercado bombones de meta) y a partir de 1939 empezaron a considerarse sus aplicaciones militares.

El comandante Otto F. Ranke era director del Instituto de Fisiolog�a General y de Defensa. Sus enemigos eran el sue�o, el cansancio y las ideas de deserci�n que suele alimentar la soldadesca a la que silban los obuses. Ah� entr� en juego el Pervitin, un potente euforizante que elevaba el �nimo, aniquilaba el sopor y te permit�a estar varios d�as despierto, apretando las quijadas, crey�ndote una mezcla de Carlomagno + Thor (aunque fueses un flatulento cabrero de Turingia). Esa especie de avant-�xtasis empez� a distribuirse entre las tropas en 1939, lo que explica la fuerza motriz del blitzkrieg (guerra rel�mpago). S�: la invasi�n de Polonia se ciment� en el mismo tipo de sustancia que la ruta del bakalao. Ohler describe a los tanquistas de la Wehrmacht que cruzaron el V�stula como �easy riders teutones�. Las p�ldoras se entregaron sin explicar su funci�n, pero aquellos artilleros completamente enchufados, desinhibidos y din�micos, intuyeron de qu� iba la asombrosa sustancia. Acieeeeeeed camino de Varsovia, mascando chicle mientras ca�an las bombas. Boom-boom.

El �decreto sobre sustancias despertadoras� del 17 de abril de 1940 ten�a nombre de elep� de Future Sound of London y ratificaba la apuesta de Ranke por una droga qu�mica, empujando hacia un uso regulado de la sustancia. La posolog�a que se recomend� a las tropas fue de pastilla diaria, dos �para prevenir� por la noche y, �en caso necesario, una o dos m�s cada tres o cuatro horas�. Para aquellos de ustedes que no hayan probado el MDMA, esa cantidad es lo que el psiconauta Terence McKenna ca�lificar�a de �dosis heroica�.

La Wehrmacht encarg� 35 millones de pastillas para emprender la invasi�n de Francia, que hoy podemos considerar como el avance empastillado de 60.000 techno�headz enloquecidos hacia Sed�n, parando s�lo en los parkings de las gasolineras. La noche del 10 al 11 de mayo de 1940 la 1� divisi�n blindada engull�a 20.000 anfetas, justo antes de reducir a cascotes la L�nea Maginot y provocar que los belgas se hiciesen pop� encima. Lo que vino despu�s ser�a para partirse de risa si no hubiese muerto tanta gente: el generaloberst Heinz Guderian, inventor de la guerra blitz, era un Shaun Ryder con veh�culo semioruga quien (pasad�simo) empez� a avanzar m�s r�pido que las �rdenes de Hitler, rozando el desacato, sin detenerse durante cuatro d�as seguidos. Erwin Rommel, el zorro de cristal, era otro ferviente consumidor de meta que �no ol�a el peligro� (s�ntoma t�pico) y quien, al igual que Guderian, avanz� desestimando todas las preconcepciones de la guerra tradicional, a ratos incluso atropellando con su 7� Divisi�n Blindada a divisiones alemanas m�s lentas.

El gran misterio de Dunquerque (�por qu� la Wehrmacht detuvo su avance majara y permiti� que los aliados evacuaran la zona?) goza hoy de una explicaci�n plausible: G�ring, loco y opi�mano, convenci� a Hitler de que aquellos dos drugstore cowboys de los p�nzers no pod�an llevarse el m�rito, y que conven�a culminar la ofensiva occidental con una victoria a�rea (que s�lo ten�a sentido en su deslavazada mente de crackhead). G�ring, que dec�a que �controlaba� pero ya hac�a tiempo que hab�a pasado el Rubic�n yonqui, meti� la pata y Alemania perdi� su �nica oportunidad de vencer. Desde ah� fue todo descenso, como en la peor resaca de �xtasis de la historia, por mucho que esta M�kina Total nacionalsocialista continuase experimentando con c�cteles de f�rmacos para submarinos de bolsillo u operaciones a�reas. Como el famoso D-IX, un speedball de tal potencia (5 mg de oxicodona, 5 de coca�na y 3 de metanfetamina) que produc�a �par�lisis paulatina del sistema nervioso central� y obstaculizaba m�s que contribu�a al esfuerzo de guerra.

El paciente A.:

Hoy sabemos que el destino del pueblo alem�n estuvo durante casi quince a�os en las manos de un mostrenco que iba m�s puesto que Peter Tosh el d�a de la independencia de Jamaica. La culpa de todo ello, leemos, fue del doctor Morell, un t�o repugnante incluso para est�ndares del Reich, donde la competici�n sarnosa era dura. Definido como �curandero� tiralevitas, incapaz, pomposo (la SS le prohibi� que vistiera de uniforme, tras ver que el medicucho se paseaba por ah� con un machihembrado de fantas�a castrense), cobarde y pesetero (�su �nico Dios era la riqueza�), Morell se hab�a hecho famoso en el demimonde berlin�s por sanar enfer�medades ven�reas, y entr� en contacto con el F�hrer tras tratarle a Heinrich Hoffman, reportero gr�fico del NSDAP, una �enfermedad delicada� (gonorrea). Cuando Hoffman, agradecido y con el pene en estado de revista, invit� a Morell a una cena en su palacete, all� estaba el mism�simo caudillo. Hitler, �vido de una cura para sus �flatulencias atroces� (sic), secuestr� a aquel matasanos �de hablar poco articulado y con las costumbres higi�nicas de un cerdo� (Trevor-Roper dixit) para su residencia alpina. Desde entonces y hasta la muerte del dictador, aquella figura �mofletuda�, con �nariz de patata� y �sudor constante� ser�a inseparable de Hitler, en una simbiosis que ten�a trazas de posesi�n infernal.

Las consignas eran: eliminaci�n inmediata de los s�ntomas del �Paciente A.�, como llamaba Morell a su cliente, y �restablecimiento inmediato� del jefe de Estado. Un plan ideal para Morell, quien en todo caso no hubiese sabido tratar a su paciente de un modo hipocr�tico, y quien empez� a utilizar una pol�tica de bufet libre de jeringazos. Morell acompa�� a Hitler a la Guarida del Lobo cuando empez� la ofensiva oriental en 1941 y el l�der sufr�a un ataque de cagarrinas, y aplic� sus inyecciones. En 1943, cuando el paciente A. padec�a un terrible estre�imiento, aplic� nuevas inyecciones. La c�lebre anotaci�n �inyecci�n como siempre� aparece a diario en los cuadernos de Morell desde verano de 1943.

�Qu� hab�a en aquellas jeringas? Las 28 drogas que mencionaban los viejos bi�grafos y un notable hallazgo: Eukodal (oxicodona). Un opioide tumba-mulas que doblaba en efecto analg�sico a la morfina y cuya sensaci�n de bienestar t�xico era muy superior al de la hero�na. Y no dejaba KO.
Foto de archivo sin fecha de Adolf Hitler saludando a las tropas alemanas durante un desfile milita.

Ahora entendemos por qu� a finales de 1943, y pese a los constantes reveses del ej�rcito alem�n en la campa�a rusa, Hitler estaba tan risue�o, hablaba durante tres horas seguidas y dorm�a dos: iba igual de enchufado que Jim Morrison en su ocaso parisino. Eso tambi�n explica por qu� tras el atentado que casi acaba con �l en julio de 1944, Hitler emergi� bromeando de la explosi�n (pese a que la bomba le hab�a reventado ambos t�mpanos y arrancado los pantalones de cuajo). Las dolencias resultantes fueron la excusa perfecta de Hitler para avanzar en el men� de estupefacientes. El otorrino Erwin Giesing fue llamado al cuartel general para que mitigase los dolores, y su soluci�n fue emplear el �veneno de la degeneraci�n jud�a� que tanto odiaban (de boquilla) los nazis: coca�na. Hasta octubre de 1944 Giesling le administr� a Hitler coca�na pura en napia y faringe, como si ambos estuviesen en un WC de macrodisco. �Qu� bien tenerle aqu�, doctor. La coca�na es fabulosa�, le dijo (literalmente) Hitler, billete en tabique nasal, con la gratitud del cliente que acaba de esnifar una raya gratis de su dealer.

Hitler se concentrar�a en coca�na y Eukodal combinados, su CK particular, hasta finales de 1944. S�lo era capaz de funcionar si se drogaba, de lo contrario era una �espantosa piltrafa babeante� (como dijo el general Von Manteuffel). Ese todo-por-la-napia hitleriano explica tambi�n la fat�dica ofensiva de Las Ardenas, que el caudillo decidi� emprender ignorando a su Estado Mayor, como un cocain�mano descerebrado que insiste en meterse m�s fato pese a que sus amigos ya han sufrido varias hemorragias nasales. Y hablando de amigos: la creciente ingesta de Hit�ler provoc� que su entorno directo empezase a acudir a Morell para poder follow the l�der-l�der-l�der. El Nido del �guila deb�a parecer el club Hacienda de Manchester hacia 1989.

Se nos han acabado las drogas, �qu� vamos a hacer al respecto?

Por supuesto, no hay yonquis longevos. Todo el esta-s�-esta-no le acab� pasando factura a Adolf, quien a comienzos de 1945 ya era un despojo incurable. Dej� los estimulantes en enero (los suministros de Eukodal se agotaron), y entr� en un brutal s�ndrome de abstinencia que le incapacitar�a del todo para el mando. En abril de 1945 despidi� a Morell (in�til camello sin producto), que procedi� a volverse loco de inmediato y ni siquiera fue capaz de declarar en N�remberg (muri� demente en 1948). Y ustedes ya saben lo que sucedi� el 30 de abril en el b�nker: Hitler se suicid� con �cido dianh�drico y un tiro en la cabeza, tras haber sumido a un mundo entero en la oscuridad.

Hoy vemos que todo aquello no fue un �triunfo de la voluntad�, sino el ef�mero subid�n de un superyonqui. Las sustancias adictivas quiz�s no descarriaron a Alemania, pero, como resume Ohler, aceleraron un hundimiento que ya estaba predestinado de f�brica.

CLARIN
Por Kiko Amat. Para La Vanguardia
http://www.clarin.com/mundo/Hitler-adicto-frente-ejercitos-drogados_0_1698430260.html

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