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Estudios cerebrales revelan estragos generados por la adicción a opiáceos




12/12/2017 - 13:14:29
Infobae.- Recientemente recib� la triste noticia de que un colega m�o hab�a perdido a su hija. Leyendo el obituario, descubr� la causa. No estaba escrito en c�digo, del estilo "muri� repentinamente" o "inesperadamente". Sus padres lo deletrearon de inmediato: fue v�ctima de su adicci�n a los opi�ceos.

Su funeral fue discordante, lleno de j�venes, amigos de unos 20 a�os. No bromeaban con buenos recuerdos ni hablaban de una buena vida larga. Estaban en estado de shock. En el frente de la l�nea de recepci�n, vi a su padre, mi colega. �Qu� podr�a decir? Lo abrac�. Le dije que era valiente poner la verdad en el peri�dico, no ocultarla como un hecho vergonzoso. Y �l asinti� con su mirada desesperada. "Quer�a ser honesto. Porque, sabes, no sab�amos c�mo ayudarla. Nadie pod�a. Probamos todo. Nada funcion�".

Mientras sal�a de la funeraria en una tarde soleada y brillante, me sorprendi� que ella podr�a haber sido otro caso del que yo me ocupaba, otro electroencefalograma (EEG) m�s por el que suspirar y escribir mi informe. Como neur�logo, interpreto estas lecturas todos los d�as: pruebas de diagn�stico que miden la electricidad del cerebro. Y durante los �ltimos a�os, he estado viendo los resultados cambiar a medida que la epidemia de opi�ceos ha cobrado su precio.

Lo que el electrocardiograma (EKG) es para el coraz�n, el EEG lo es para el cerebro. Los electrodos del cuero cabelludo traducen la actividad neurol�gica en ondas, garabatos cerebrales que muestran que tan bien funcionan nuestras m�quinas cerebrales. Los ritmos en alfa, beta y delta reflejan nuestros estados de �nimo: despierto, dormido, enfermo o muerto. Hace una d�cada, neur�logos como yo estudiaban estos bocetos en papel; ahora, como todo el mundo, los leemos en una computadora. Desde la comodidad de mi oficina, leo estudios de varios hospitales, a menudo a kil�metros de distancia de los pacientes, e interpreto los resultados para ayudar en el diagn�stico.

Hay una cierta belleza en la electricidad del cerebro. Mientras est�s despierto, un ritmo sinusoidal creciente y decreciente predomina desde la parte posterior del cerebro. Durante el sue�o, aparecen ritmos beta m�s r�pidos llamados husos, as� como complejos m�s grandes en el centro del cerebro llamados ondas de v�rtice. En una convulsi�n, el cerebro produce una tormenta el�ctrica, ondas agudas o picos que pueden extenderse a toda la corteza. El cerebro enfermo tiende a disminuir la velocidad. El cerebro an�xico, demasiado tiempo sin ox�geno, se ve diferente. El EEG puede mostrar un patr�n de "supresi�n de r�fagas" en el que las c�lulas cerebrales se disparan con hiperactividad infructuosa, luego se vuelven a fundir o solo se ven l�neas planas. Este es el silencio intracerebral de la muerte cerebral.

Ver esto es parte del trabajo y el entrenamiento m�dico de los neur�logos nos inculca un cierto desapego emocional para que podamos ver los resultados desafortunados rutinariamente: un hombre anciano con el lado derecho disminuido por un derrame cerebral o una mujer con una demencia que tiene muerte cerebral despu�s de un ataque al coraz�n. Somos seres el�ctricos, despu�s de todo, y finalmente, nos agotamos. A�n as�, tambi�n somos humanos, con cerebros conectados a la empat�a, y a veces no puedo evitar sentir la tristeza que irradia a trav�s de las l�neas planas de estos EEG. Los m�s dif�ciles son los casos inesperados: un ni�o peque�o con un ritmo plano despu�s de dos horas en una piscina o una adolescente con un bajo voltaje que se desacelera despu�s de colgar una l�mpara en su habitaci�n. Afortunadamente, estos casos son raros.


Pero �ltimamente, gracias a la crisis de los opi�ceos de Estados Unidos, las tragedias est�n llegando a un ritmo m�s r�pido. En el estado de Nueva York, donde practico, las muertes por sobredosis de estas sustancias aumentaron de 1,604 por cada 100,000 personas en 2013 a 2,185 en 2015. En 2010, la tasa fue menos de la mitad. Los j�venes constituyen una parte importante de los afectados: en 2010, Nueva York, perdi� 858 personas por cada 100,000 entre 18 y 24 por sobredosis relacionadas con esta adicci�n; en 2015, el n�mero hab�a aumentado a 1,291. En los �ltimos cinco a�os m�s o menos, he comenzado a ver m�s patrones de supresi�n de r�fagas y ondas planas no solo en los ancianos sino en los j�venes de 24 a�os, 19 a�os, de 15� Estoy viendo la muerte cerebral en personas que a�n no han vivido sus vidas, cuyos cerebros ni siquiera se han desarrollado completamente, cerebros que literalmente se est�n matando por las drogas.

Neurol�gicamente hablando, los opi�ceos son astutos. Convierten la electricidad del cerebro, reconectan las conexiones en un circuito de retroalimentaci�n interminable para depender de m�s drogas. Ellos enga�an al cerebro en una trampa mortal, ya que los usuarios persiguen la felicidad qu�mica de las drogas con m�s drogas. El uso agudo de opi�ceos (es decir, el nivel alto) se traduce en una disminuci�n del EEG. Por lo general, tal efecto es transitorio, supervisado cuidadosamente por un anestesi�logo durante la cirug�a, por ejemplo. Pero cuando el paciente se convierte en el anestesi�logo, el ciclo puede volverse letal.


Los opi�ceos suprimen el dolor, pero tambi�n pueden suprimir la respiraci�n. Si una sobredosis se detecta a tiempo, Narcan puede revertir los efectos, sacando la toxina del sistema y despertando al paciente. De lo contrario, los opi�ceos abruman el centro respiratorio del cerebro, causando un paro card�aco. Reanimar a un paciente puede reiniciar el coraz�n, pero si el cerebro ha sido privado de ox�geno, la m�quina del cerebro ya no funciona. Esta es la epidemia de los opi�ceos como se ve a trav�s de la pantalla de un EEG.

�C�mo podemos detener esto cuando la vida es dolorosa y estas drogas literalmente matan el dolor?


Soy un neur�logo, no un m�dico adicto. No pretendo tener el entrenamiento para tratar a estos pacientes. Solo estoy examinando el da�o cerebral despu�s del hecho, viendo c�mo las olas se vuelven m�s lentas y se apagan en el pl�cido amarillo de la pantalla de una computadora. Pero incluso a kil�metros de distancia, me doy cuenta de que esos electrodos est�n unidos a un cuero cabelludo, a una cabeza, a una persona que alguien amaba. Una persona como la hija de mi colega.

Alg�n d�a, tendremos una respuesta. Alguien m�s inteligente que yo encontrar� una forma de cortocircuitar el cerebro a su estado el�ctrico nativo y maravilloso, por lo que no ansiar� las drogas que lo matar�n.

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