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El director de la banda del ejército tendría que componer, en estos días de todos santos, un bolero de caballería que se llame "Retirada del Chapare", como los varios que existen y que se usan en los entierros. En este caso sería el entierro de Bolivia.
Debe tener, como manda el género de los boleros de caballería, un tono lastimero, quejumbroso, plañidero, capaz de acompañar la apesadumbrada marcha de los deudos que siguen el féretro.
Los anteriores boleros de caballería fueron compuestos para lamentar antiguas derrotas militares, como algunas retiradas en guerras que enfrentó Bolivia con sus expansionistas vecinos, siempre con resultados tristes y con mutilaciones territoriales.
Este bolero, el de la retirada del Chapare, sería el primero que se compone para lamentar la pérdida de un territorio que no está en la periferia del mapa de Bolivia, sino en el corazón mismo de ese mapa.
No se trata de una amputación, sino de una extirpación, porque deja al país con un hueco en sus entrañas, un territorio tomado por los agentes locales de la más poderosa transnacional que se haya conocido en el mundo.
La usurpación no es en la periferia y no es de un país vecino, sino de parte de una organización manejada por potencias extranjeras muy lejanas, en las antípodas geográficas, culturales y religiosas.
El bolero tendría que aludir a la manera lamentable en que un brazo del ejército fue expulsado de Chimoré por una turba de "pastabaseros", como se llaman los cocaleros dedicados a hacer la mitad de trabajo de transformación de la droga más cara de planeta. Y la expulsión de otro regimiento en Villa Tunari.
El mensaje es muy claro: alude a que la economía del Estado boliviano, al que obedece el Ejército, está en situación lamentable porque opera con productos legales y necesita usar carreteras, sujetas a todo tipo de percances.
Mientras que la actividad de los asaltantes cuenta con el uso de modernas avionetas que recogen la mercadería y la llevan a los países desde donde parte a lejanos mercados.
Cuentan con la ventaja de que el Estado boliviano no ha sido capaz de poner en funcionamiento unos radares, ya comprados, que podían detectar los vuelos de las avionetas que parten al exterior.
El bolero debe dar alguna esperanza a los bolivianos que viven alrededor del hueco dejado por la extirpación.
Hace 20 años, un periodista chileno dijo que los vecinos podrían repartirse el territorio boliviano de manera "amigable", aunque quedarían siendo fronterizos con el enclave de la transnacional.
Se las tendrán que arreglar, sabiendo que el eje del mal no tiene actitudes amigables con nadie.
Siglo21bolivia.com