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Abunda en las redes sociales una profusa terminología derivada de la expresión “agarrar del cuello”, pronunciada recientemente por el exvicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, quien sugirió tal acción para obligar a los exportadores del país a que entreguen al Banco Central de Bolivia las divisas que -contra viento y marea, en lo externo e interno- les cuesta lograr por la venta de sus productos en el extranjero. A partir de dicha expresión surgieron otras más, como, “agarrar del cogote”, “acogotar” y “cogotero”…
Según la Real Academia Española (RAE), el cuello es la parte de nuestro cuerpo que une la cabeza con el tronco, siendo sinónimos: pescuezo, garganta y cogote. La RAE dice, además, que el cogote es la parte superior y posterior del cuello; Wikipedia, por su parte, dice que “el estrangulamiento es la acción de apretar el cuello para comprimir las arterias carótidas o la tráquea; puede causar desmayo, y seguidamente la muerte por asfixia”; finalmente, para Wikcionario, acogotar es “agarrar por el cogote a alguien para controlarlo” ¿feíto, no?
Más allá de que agarrar del cuello implique, también, atemorizar y dominar a una persona, tal expresión nos hace recordar el grave sufrimiento y la enorme angustia que siente una gallinita cuando alguien la sujeta por la fuerza y pasa el filo del cuchillo por su cogote a fin de matarla por desangramiento…
Durísima palabra, la vertida por el exvicepresidente, por varias razones, principalmente porque, así sea metafórica, nuestros empresarios -inversionistas, productores, exportadores, prestadores de servicios, etc.- de ninguna manera merecen ser víctimas de afiebrados pensamientos que no hacen, sino, enturbiar, aún más, el incierto futuro que nos espera, salvo que la idea sea “destruirlo todo para construirlo todo”, como algunos anacrónicos insisten en proclamar.
Llevo trabajando cerca de 40 años en el campo del comercio exterior, por lo que puedo dar fe de la imprudencia de tales declaraciones, especialmente en el álgido momento que vive el país. Duele ver que seguimos tropezando, una y otra vez con la misma piedra, como dice la canción.
¿Cuándo se entenderá la enorme importancia del comercio exterior, y que la exportación, por su vasto efecto multiplicador, no es una economía de rebalse, especialmente para Bolivia, que sufre lo reducido de su mercado interno para lograr un mayor desarrollo? Exportar es vital, pero no es fácil y, en el país, una odisea.
Las divisas provienen de la exportación al gigantesco mercado externo, cuya conquista demanda mucho trabajo, esfuerzo, tiempo y recursos, pudiendo implicar años el lograrlo. Pero todo lo conseguido a costa de un enorme sacrificio se puede perder por los bloqueos, paros, prohibiciones y cupos de exportación que perjudican a nuestros exportadores, principalmente a los de productos agrícolas, agroindustriales, forestales, madereros y manufactureros, ya que la competencia en el mercado mundial es fuerte, el riesgo de pérdida, alto, y el margen de utilidad, bajo.
El exportador boliviano que debe generar por su propia cuenta y riesgo oportunidades de venta para los productos que fabrica o intermedia -haciendo toda clase de pagos en dólares fuera del país- no merece un maltrato, al contrario, por su importancia estratégica, debería ser la “niña de los ojos” del Estado.
Pero, quien ignora que hay dos circuitos en el comercio exterior -uno, en el que el sector privado genera los dólares por exportación para cubrir sus necesidades de importación, y, otro, el del Estado, como exportador e importador- erróneamente piensa que el empresario debe resolver, p. ej., el pesado lastre de importar y subvencionar los combustibles, que se autoimpuso el Estado.
Recuerdo otro exabrupto de un exfuncionario público, también -en 2007, creo- quien dijo que exportar era malo pues hacía depender al país de los precios internacionales, por lo que propuso controlar la exportación. Lo cierto es que la historia ha demostrado que cuando de “agarrar del cuello” al empresario y “controlar” el comercio exterior se trata, las cosas acaban mal, muy, pero muy mal.
El ciudadano merece saber que a la política de entrega obligatoria de divisas al Estado le sigue otra política de asignación de divisas y, a ésta, la inevitable corrupción, ya que en tanto el hombre sea hombre -así sea socialista, comunista, etc.- ganará siempre la raíz de todos los males: el amor al dinero.
El trágico resultado del control de divisas en el gobierno izquierdista y populista de la Unidad Democrática y Popular (UDP) entre 1982 y la renuncia del presidente Hernán Siles Zuazo, en 1985, fue la caída de la exportación, la fuga de capitales y la intempestiva subida de las importaciones por su sobrevaloración para obtener divisas baratas. ¿La consecuencia? Un grave desbalance comercial, menos dólares, menos inversión, menos empleos, menos ingresos para las familias y menos dinero en el bolsillo por la inflación.
La gente quiere paz, no zozobra; seguridad, no temor; trabajos dignos, no deudas; pero, desaprensivas expresiones como la comentada solo exacerban más las preocupaciones, muchas de ellas atribuibles al gobierno del exvicepresidente. Lo que hoy vivimos es la cosecha de la siembra pasada, p. ej.: Se agarró del cuello a las transnacionales diciéndoles “queremos socios, no patrones” y, ahora, todo el país paga la factura. ¡Ojalá no se produzcan malas decisiones adicionales que desmejoren el entorno!
Quien ha demostrado un buen dominio del tema es el Ministro de Economía y Finanzas Públicas, Marcelo Montenegro, pues no sólo sumó al vendaval de críticas contra García Linera su público rechazo a lo planteado, sino que le refutó abiertamente por los medios de prensa: “¿Por qué no aplicó su receta cuando era vicepresidente?”. ¡Esa sí que fue una excelente señal!
Es de esperar que el Primer Mandatario, como economista, reflexione sobre tales riesgos y no se meta en “camisa de once varas” que pueda complicar más la situación. ¡Dios salve a Bolivia!
(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional