Viernes 04 de octubre 2024

El hambre del virus



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Cuatro meses ha debido transcurrir para que, al final, todos entiendan que la pandemia no era de otros, sino de nosotros. A fuerza de contagio y de muertes, los gobiernos del mundo se vieron expuestos ante sus pueblos a mostrar la solidez de sus sistemas de salud. La mayoría se aplazó y como la necesidad tiene cara de hereje, comenzaron a pedir directrices para afrontarla y una cosa lleva a otra. Equipar, adquirir dotaciones de protección para los trabajadores en salud, tener suficientes recursos humanos, recursos económicos y niveles de organización social. Todo esto demostró que se preocuparon mas de tener soldados y ojivas nucleares, que laboratorios, hospitales, médicos y enfermeras. El virus hizo entender que la salud y la educación habían sido más importantes que cualquier otra actividad social y que el cuidado de la salud no es solo para preservar la especie humana sino el propio planeta. En resumen la estupidez humana quedo reflejada en su propio espejo.

De los presupuestos de guerra habrá que pasar a los presupuestos del capital humano y el cuidado medio ambiental. Nunca habíamos visto la rapidez y predisposición de los gobiernos para sacar de las arcas oficiales dinero apresurado, repartirlo con urgencia política, como una manera de: evitar una eclosión social de impaciencia y por otra para no ser acusados de indolentes o incapaces.

Se dice que el mundo el 2020 había alcanzado la cima en el desarrollo tecnológico, en la producción de bienes y servicios, en el desarrollo del transporte y las comunicaciones, pero a pesar de ello una gran parte de la humanidad está sumida en la pobreza. La concentración de la riqueza y la extensión de la pobreza son dos polos que no se atraen, contradicción resuelta al final del día por un virus que demuestra con una solvencia cruda y dura que el valor mas grande es la vida y que la vida es de todos no solo de los que tienen para derrochar.

Quienes saldrán más pronto de la pandemia serán, sin duda, quienes tuvieron en su haber priorizado al ser humano antes que la guerra, quienes educaron a sus sociedades lo suficiente para explicarles el peligro del virus y sus alcances, en vez de sacar a la policía y el ejército para mantenerlos encerrados. Esta gran diferencia nos dice cuán distante están unos de otros. Países que tuvieron que usar la fuerza para obligar a su gente a preservar su propia vida y países que no tuvieron necesidad de ello.

Los sistemas político sociales basados en la libertad individual y la democracia, a pesar de que mostraron sus falencias en el sistema de salud, pudieron reaccionar mejor buscando la cura y la vacuna, resolviendo las urgencias y enseñando a los demás sus resultados, o sea, orientando las acciones que se deben seguir y lo que se debe esperar hacia delante. Los sistemas que se basaron en el caudillismo, en el uso populista de la economía, en la mentira oficial convertida en realidad y en el sostén de la pobreza como base de sustento del poder, no tienen fuerza para contrarrestar el impacto de la pandemia. Están ahora mismo gastando lo que no tienen, sus bonos y paliativos son limitados y tan miserables que no podrán impedir la eclosión que se avecina.

Así como a los pobres les inundó el miedo al virus, les hará explotar la ira por sus muertos sin remedio y la pérdida de sus empleos e ingresos que los condena al hambre y la miseria. Esta es la bomba que dejaron los populistas de la década pasada y que el virus activó.

Quienes creen que todo se resolverá con discursos y buenas intenciones no tienen idea de lo que les espera. Y lo peor, quienes creen que ahora será el Estado quien se convierta en Policía Social, están activando las minas que les dejaron. Porque no hay ninguno que tenga capacidad económica ni financiera para contener a los hambrientos.