Viernes 15 de noviembre 2024

Revelan que hace millones de años la Antártida albergaba una selva tropical



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Infobae.- Pensar la Antártida como una región calurosa y llena de vegetación parece imposible hoy en día. Sin embargo, un nuevo descubrimiento publicado en Antarctic Research se opone a la imagen gélida que tenemos de este continente. Por primera vez, un equipo de científicos de Alemania y el Reino Unido encontró pequeños fragmentos de ámbar en la Antártida, restos que datan de entre 83 y 92 millones de años.

Este hallazgo asombra al mundo científico, debido a que indica que en la época de los dinosaurios existió en el Polo Sur una selva tropical, repleta de árboles productores de resina, plantas, flores, insectos y helechos. A través de este ámbar, que preserva rastros de vida de aquella época, los investigadores comenzaron a reconstruir uno de los ecosistemas más antiguos y sorprendentes de la Tierra.

Evidencia de una selva tropical en el Cretácico

El descubrimiento del ámbar en la Antártida refuerza la idea de que, durante el periodo Cretácico, hace millones de años, el continente más frío de la Tierra tuvo un clima cálido y húmedo, similar al de las selvas actuales de Nueva Zelanda o Patagonia. Este ambiente tropical en el extremo sur del planeta permitió el desarrollo de una espesa y diversa vegetación dominada por coníferas, árboles capaces de producir resina.

Los investigadores encontraron además fósiles de raíces, polen y esporas, piezas clave para entender este ecosistema ya extinto. Los árboles de esta selva debieron adaptarse a las condiciones únicas de la Antártida, sobreviviendo meses de oscuridad en los inviernos polares, lo que implicaba periodos de dormancia y una alta capacidad de resistencia en un clima extremo.

El hecho de que coníferas productoras de resina sobrevivieran en el Polo Sur durante el Cretácico subraya su asombrosa capacidad de adaptación. Durante los inviernos, las coníferas enfrentaban hasta cuatro meses de total oscuridad, un reto que probablemente superaron entrando en estados de dormancia, lo cual les permitía subsistir hasta la primavera.
 

En esta región, las heridas de los árboles producían un flujo de resina que sellaba la corteza, protegiéndola de insectos o posibles incendios. Esta resina se preservó en forma de ámbar gracias a que, tras su liberación, quedó rápidamente cubierta por sedimentos y agua, lo cual evitó la exposición a la radiación ultravioleta y la oxidación, elementos que habrían degradado estos restos con el tiempo. Este ámbar, de solo 0,5 a 1,0 milímetros de diámetro y con colores entre amarillo y naranja, permite ahora a los científicos observar los procesos naturales que definieron la flora antártica en aquel periodo.

El clima de la Antártida en el periodo Cretácico contrasta fuertemente con su actual entorno helado. Durante esa época, la Antártida gozaba de temperaturas cálidas que permitieron el crecimiento de vegetación abundante y la proliferación de incendios forestales. Las muestras de ámbar extraídas contienen evidencias de depósitos volcánicos, indicando que esta región sufrió incendios frecuentes, lo cual habría influido en la vegetación y en la formación del suelo. Este periodo fue una de las fases más cálidas en la historia de la Tierra, un hecho que ahora, junto al hallazgo de ámbar en el Polo Sur, confirma que el clima y la vida antártica experimentaron cambios drásticos a lo largo de millones de años.

Estudios previos y futuros de la Antártida

Este descubrimiento sitúa a la Antártida en la lista de lugares del mundo donde se han encontrado depósitos de ámbar del Cretácico, junto a los depósitos hallados en el Otway Basin, en Australia, y la Formación Tupuangi, en Nueva Zelanda. Según el geólogo marino Johann Klages, del Instituto Alfred Wegener en Alemania, la presencia de ámbar en la Antártida confirma que en algún momento de su historia, todas las masas continentales del planeta tuvieron climas aptos para el crecimiento de árboles productores de resina. Esto añade nuevas piezas al rompecabezas sobre la evolución de los continentes, la migración de las especies y los cambios en la vegetación mundial a lo largo de millones de años.

El estudio de los fragmentos de ámbar hallados en la Antártida abre la puerta a futuras investigaciones sobre el ecosistema de este antiguo bosque. Los científicos esperan analizar si los incendios forestales afectaron estos bosques y buscan rastros de vida conservados en el ámbar, como restos de insectos o microorganismos, que ayuden a entender cómo funcionaba este ambiente hace 90 millones de años. Klages y su equipo confían en que nuevos análisis permitirán responder si el ecosistema era estable o si estuvo sujeto a eventos climáticos extremos, lo que podría ofrecer información clave sobre los impactos ambientales de esa era y su relación con los cambios climáticos actuales.


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