Gran parte del planeta festeja la Navidad y no es para menos, pues ese día se recuerda a Jesús de Nazaret que con su nacimiento en Belén hace 2013 años, partió en dos la Historia de la Humanidad: “antes de Cristo” y “después de Cristo”.
La Navidad, con el transcurrir del tiempo se convirtió en varias cosas: un tiempo para endiosar a “Papa Noel”, para armar “arbolitos con luces” y representaciones de un niño sonriente en un pesebre rodeado de animalitos, así como para hacer reuniones familiares y compartir regalos, comidas y bebidas acorde a la ocasión. El pretexto es el “nacimiento del niño Dios”, a cuya representación incluso adoran.
¿Debería ser ése el sentido de la Navidad? Primero, habrá que aclarar que el 25 de diciembre es una fecha improbable para el nacimiento del Redentor, a la luz de lo que la Palabra de Dios revela: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño (…) el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:7-11). Siendo que los pastores cuidaban de su rebaño de noche a la intemperie, no pudo ser diciembre, mes que hace un frío terrible en Israel.
Más allá que esa fecha no sea la de su nacimiento, cabe preguntarse si la Navidad debería servir para festejar el “cumpleaños” de Jesús, o más bien, para recordar la razón del “por qué” vino a nacer el Hijo de Dios en la tierra.
Creo que la verdadera Navidad debería servir para recordar el cruento sacrificio de Jesús y su misión salvífica, porque la Biblia nos revela que siendo que Ud. y yo pecadores, Jesucristo fue predestinado desde antes de la fundación del mundo para quitar nuestro pecado con el derramamiento de su sangre (1 Pedro 1:19-20). El Hijo de Dios se hizo hombre, vivió como hombre -siendo hombre no pecó- y como el “cordero de Dios” sin mancha y sin contaminación, ofrendó su vida en la cruz para que nosotros seamos salvos de la condenación -de la ira venidera- pero también, para darnos vida y dárnosla en abundancia en esta tierra (Juan 10:10).
La Navidad es un tiempo cuando la gente evoca al niño-Dios, como si Jesús hubiera hecho uso de ese recurso. La Biblia dice lo contrario: “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2: 6-8).
Otra cosa importante que debería recordarse en Navidad -contrastante con la romántica imagen de un niño limpio, sonriente, vestido con lujos y hasta joyas- es que Jesús, pese a ser el Hijo de Dios y Dios mismo (Romanos 9:5), no nació en un palacio, no fue hijo de personas importantes y tampoco detentó riqueza material.
Recordar además, que lo más importante de cualquier cosa, como dijo Salomón, no es cómo empieza sino como termina esa cosa. El nacimiento de Jesús fue el inicio de una vida ejemplar que al cabo de 33 años, dio el fruto esperado. Él vino a cumplir la voluntad de su Padre, a morir en la cruz, por Ud. y por mí, para que heredemos la vida eterna y para que vivamos abundantemente en esta tierra, en lo espiritual, físico y material. Para eso vino el Hijo de Dios.
¿Cómo no recordar en esta Navidad la profecía del desgarrador “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (…) Me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies (…) Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes”? (Salmos 22). Fue cientos de años antes. ¿Cómo no recordar otra profecía centenaria?: “…fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14)
La verdadera Navidad debería recordarnos -más que el cumpleaños- la pasión, muerte y resurrección de Jesús, a quien le invito recibir como su Señor y Salvador.
(*) Anciano del Centro Cristiano Evangélico “Casa de Oración”