- 2010-09-12
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Luego de 90 días de crisis regional, desatada por la destitución constitucional del ex presidente Manuel Zelaya, muchos de los gobiernos comienzan a arrepentirse de su comportamiento inicial frente a lo ocurrido en Honduras.
Desde el principio, asumieron una posición parcializada, de apoyo irrestricto a Zelaya, pese a las numerosas violaciones constitucionales en que había incurrido el mandatario depuesto. Se apresuraron a afirmar que había habido un “golpe militar”, aunque las Fuerzas Armadas actuaron por orden del Congreso y de la Corte Suprema.
Los gobiernos del ALBA procedieron a intervenir flagrantemente en los asuntos internos de Honduras, amenazando incluso con auspiciar una invasión armada. Como el ALBA fracasó, la OEA -y particularmente Insulza- quiso imponer su voluntad a los hondureños, sin siquiera escuchar a las otras partes en conflicto. Dado que la OEA no logró sus objetivos, entonces se propuso la mediación de Arias, bajo fuertes presiones del Departamento de Estado para restituir a Zelaya. Cuando esta estrategia tampoco funcionó, la onU tomó la batuta, y prometió graves sanciones al pueblo hondureño. Por último, Lula se quitó la careta de moderado; avalando el regreso clandestino de Zelaya y proporcionándole medios para que auspiciara una guerra civil.
La crisis hondureña hizo que los encargados de la seguridad mundial olvidaran sus prioridades: poco importaba que, gracias al ALBA, avanzara el fundamentalismo islámico en la región; que el computador de Raúl Reyes documentase los vínculos de Chávez con las FARC; que se cerrasen los medios en Venezuela; que se violaran los derechos humanos en Bolivia; y que valijas repletas de petrodólares se usaran para modificar el tablero político regional. Lo único importante era el regreso de Zelaya.
Los pueblos latinoamericanos observaron atónitos cómo se conformó una gavilla de los poderosos contra un pequeño país centroamericano, mientras que los gobiernos del ALBA pisotean todos los días las constituciones de sus respectivos países.
Como consecuencia de tanta injusticia, un sentimiento generalizado de indignación comenzó a cundir en toda América Latina. Centenares de artículos circularon criticando el doble discurso de la OEA. Los estudiantes venezolanos escogieron la sede de la OEA en Caracas para hacer su huelga de hambre. Sectores políticos en Brasil condenaron que su embajada en Tegucigalpa se convirtiera en un cuartel para promover la violencia. Un candidato presidencial boliviano viajó a Washington para que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se ocupara de cumplir con su función, en lugar de caerle encima a Honduras. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos se alzó contra el Departamento de Estado y declaró que la sucesión de Zelaya fue constitucional. En resumen, ¡Se salió el genio de la botella!
Ahora que la hipocresía de los organismos multilaterales ha quedado al descubierto. Ahora que se ha evidenciado el control de Chávez sobre la OEA. Ahora que los pueblos están reaccionando frente a tanta injusticia. Algunos gobiernos están preocupados; su arrogancia y su intransigencia se están resquebrajando, y tratan infructuosamente de meter el genio de nuevo en la botella.
Sin importar lo que ocurra en el futuro, ya nada será igual. El valiente testimonio del pueblo hondureño servirá de inspiración para que las víctimas del Foro de Sao Paulo se animen a defender sus derechos y a liberarse de la tiranía. Sin duda, los latinoamericanos tenemos mucho que agradecerle a los hondureños.