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Se viene repitiendo, con insistencia, que la crisis de la economía norteamericana es la peor después de la conocida depresión de los años 30 del siglo recién pasado. Es cierto que la Gran Depresión tuvo su origen en una crisis financiera que arrastró en su caída a los bancos, pero cuando no había el conocimiento monetario que permite hoy enfrentar las crisis financieras.
El problema ha surgido con los créditos hipotecarios de alto riesgo. Los precios de los bienes inmuebles en los EEUU se duplicaron, en la primera mitad de esta década, - luego cayeron hasta ubicarse, hoy, en un 20 por ciento menos con relación al pico mas alto alcanzado- y en algunos lugares hasta tres veces, sin relación con los ingresos de las personas ni con el comportamiento de la inflación de precios en general, lo cual generó una verdadera “burbuja” financiera. El origen del problema está en la titularización de hipotecas.
Las entidades financieras captan depósitos (ahorros) de las personas, recursos con los cuales otorgan préstamos para la construcción o adquisición de viviendas. Hasta aquí no hay problema dado que los préstamos para vivienda son considerados muy nobles en el mundo financiero, porque la garantía del repago de la obligación es la misma vivienda, la cual, además, tiene la tendencia en el tiempo a valorizarse. La gente hace todo para no perder una vivienda que la obtuvo a crédito.
Tampoco hay que olvidar que para que alguien reciba un crédito para vivienda tiene que tener un aporte propio. De principio estas operaciones están muy bien coberturadas. Sin embargo, como son préstamos a largo plazo la tasa de interés que pagan se ajusta hacia arriba. Los prestamistas para atraer clientes ofrecen el préstamo a bajo interés, al principio, que luego sube fuertemente. Pero incluso así el problema no sería grave si es que no acontece lo que a continuación se expone.
¿Dónde y cuando aparece el problema? Sucede que estas entidades financieras no se conforman con ganar la diferencial de intereses entre lo que cobran por sus préstamos y pagan por sus depósitos, sino que quieren ganar más. ¿Cómo lo hacen? Deciden emitir títulos valores (activos financieros) con la garantía de las viviendas hipotecadas por lo iniciales prestatarios, lo que se denomina “titularización”, proceso mediante el cual captan recursos adicionales del público. De esta manera duplican el valor de sus activos financieros, la primera mitad como consecuencia de los préstamos otorgados a los prestatarios para viviendas y la segunda mitad como consecuencia de la colocación de deuda en los mercados financieros.
Pero estos títulos son colocados en las bolsas de valores por que lo que sus precios tienden a variar. Los principales compradores de estos títulos – y de otros- son los bancos de inversión, que lo hacen mediante bolsa. Aquí rige un principio económico básico, si aumenta la demanda aumenta el precio. Como los bancos de inversión están interesados en adquirir estos títulos, aparentemente seguros, los demandan con lo que hacen subir sus precios pero, adicionalmente, estos bancos de inversión vuelven a titularizar estos títulos valores con la misma garantía, con lo que incrementa la captación de deuda del público.
Los tenedores de estos papeles, que se combinan con otros en los denominados fondos de inversión, están interesados en que suban sus precios porque de esa manera obtienen ganancias de capital. De esta manera se van trasmitiendo de mano en mano estos títulos pero cada vez a precios mayores.
De esta manera puede darse la situación que un valor inicial de $us. 1,000 se ha convertido, en el tiempo, en diez veces más, o sea $us 10,000, y que, en alguna proporción del mismo, se encuentran diseminados entre miles y miles de tenedores, pero con la garantía hipotecaria de un valor inicial de sólo $us 1,000.
Pero este escenario de continua alza de precios no puede mantenerse si se vive una situación de relativa estabilidad de precios en general, como el vivido. Basta que alguien, en la cadena, intuya que este proceso está llegando a su fin para deshacerse de sus títulos, con lo que tira los precios hacia abajo, generando una tendencia bajista.
En este escenario, si la gente se entera que hay morosidad en la cancelación de los préstamos para la vivienda, o que los precios de los bienes inmuebles empiezan a caer porque alcanzaron niveles muy altos, las garantías hipotecarias se caen, cunde el pánico, todos empiezan a vender sus títulos, cuyos precios se vienen abajo generando perdidas de capital a sus tenedores. Peor aun, si los especuladores incentivados por la continua y persistente alza del precio de los bienes inmuebles hubiesen adquirido viviendas a precios más altos financiados con la obtención de préstamos, con cuotas de amortización cada vez más altas, los mismos que a su vez son titularizados, -que es lo que sucedió- se tiene un escenario donde las garantías de las titularizaciones disminuyen dramáticamente hasta poder quedarse sin ninguna, con lo que viene el “crash” financiero.
Siendo los bancos de inversión y las compañías de seguro los principales tenedores de estos papeles, de pronto ven reducir el valor de sus activos de manera rápida con lo que se descalzan del volumen de sus pasivos, que siguen manteniendo su valor, por lo que sus pérdidas aparecen, las mismas que en un santiamén se comen el capital propio de la entidad financiera, con lo que pasan a una situación de quiebra técnica, lo que significa que no están en condiciones de honrar la obligación con sus depositantes o acreedores.
En este escenario se presentan dos posibilidades, que el gobierno no haga nada, con lo que se produce el pánico bancario, todos quieren recuperar sus depósitos, para lo cual los bancos tienen que acelerar la recuperación de sus créditos, frenar nuevos créditos o nuevas líneas de crédito, paralizando la expansión de las empresas y de los negocios, con lo que tenemos las condiciones que dieron lugar a la gran depresión económica de los años 30.
La otra opción es que el gobierno mediante el banco central otorgue dinero a los bancos para que estos puedan garantizar a todos sus depositantes y, de esta manera, parar cualquier pánico bancario y sus funestas consecuencias como es una depresión económica. Esta alternativa ha sido la elegida. De ahí que la Reserva Federal de los EE.UU. está inyectado miles de millones de dólares, dado que los huecos financieros son enormes. Esto ha de impedir que se produzca una gran depresión económica, a lo sumo se puede dar una recesión. Pero la presencia de mucho dinero en la economía norteamericana, y en el mundo, hace inexorable un fuerte rebrote inflacionario, con elevación de las tasas de interés, la ralentización del crédito, de la economía norteamericana y de la economía mundial. Muchos negocios quebrarán, habrá gente que se quede sin empleo, pero la crisis pasará.
En los años 80, EE.UU. vivió el proceso de desregulación financiera, que consistió en la derogación de las excesivas reglas de supervisión bancaria que habían retrasado el desarrollo del sector. El nuevo mundo financiero post-desregulación se hizo muy flexible y eficiente. Un mundo donde reina el “dejar hacer, dejar pasar” de manera muy extrema, lo que explica también su enorme expansión porque no hubo control, lo que asimismo provocó que las entidades financieras operasen en un continuo conflicto de intereses, buscando y logrando la ganancia fácil en el corto plazo y sin tomar en cuenta las consecuencias, en el largo plazo, de lo que hicieron antes.
Y esto es así porque ellos jugaron sabiendo que si el desastre ocurriese los prestatarios, los inversionistas y el Estado sufrirán la pérdida o, por lo menos, parte de la misma, en consonancia al “riesgo moral”. Aquí, la entidad financiera aplica el principio que dice: “cara gano yo, sello pierdes tú”. Y esto se hace realidad cuando los créditos de liquidez que los bancos centrales otorgan a los bancos en problemas no se recuperan nunca. Estamos viviendo las consecuencias de haber dejado al mundo financiero sobre un fundamentalismo de economía libre de mercado mal comprendido y peor regulado.
amendezmo@yahoo.es