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Una de las celebraciones anuales más importantes es el Día de la Madre, un merecido pero limitado homenaje a un ser sublime gracias al cual podemos llamarnos hijos. Lo he dicho tantas veces y en justicia, lo repito hoy, que de toda la Creación, el ser más parecido a Dios es la madre, por ser dadora de vida hasta el sacrificio. Y digo sacrificio porque, en verdad es así, pues desde el instante en que un ser es concebido en el seno materno, parte de la vida de esa madre se empieza a transferir por la sangre a ese bebé -sin parar- cada segundo, minuto, hora, día y mes, hasta su nacimiento.
Pero su sacrificio no acaba ahí, en realidad, apenas comienza y continuará por el resto de su vida ya que la profesión de madre -dando lo mejor de sí en favor de su retoño- no acabará sino con la muerte. No conozco una sola madre que alguna vez no haya sufrido por un hijo, ni una, pero conozco muchas que padecen lo indecible para cumplir su misión a cabalidad.
Pensemos… ¿cuántas veces hemos hecho sufrir a nuestras mamás por la inexperiencia pero también por la necedad, haciéndoles pasar horas y horas de angustia y desvelo, por nuestra desobediencia?
Igual pasa con las esposas, para las que también vale el festejo del Día de la Madre, para aquellas que engendraron nuestros hijos por el amor que nos tuvieron al unir sus vidas con nosotros para formar un hogar. Reflexionemos…¿reconocemos a cabalidad su sacrificio como tales? ¿O las minimizamos y hasta las tenemos en poco por ser amas de casa?
Finalmente…¿no merecerá también un reconocimiento en este día, esa madre política -la tan vilipendiada “suegra”, injustamente el “blanco” de groseros chistes en su contra- cuando se trata de un ser humano que con sus virtudes y defectos como todos, tiene sentimientos y merece nuestras consideraciones?
Toda madre debería merecer nuestro respecto, y no la injusticia de homenajearlas una vez en 365 días, pues si bien puede haber un Día de la Madre al año, para una madre nunca podría haber un Día del Hijo al año pues, desde su nacimiento, éste será su recordación y preocupación de por vida.
Para estos sublimes seres, los hijos siempre seremos objeto de su mayor dedicación y -en las buenas y en las malas- recibiremos de nuestras benditas madres su mejor sonrisa, aunque por dentro de ellas vaya la procesión…
Por eso y por mucho más, amemos a nuestras madres, esposas y madres políticas, porque -por donde se le vea- una madre jamás podrá ser otra cosa que una gran bendición de Dios para nuestras vidas…
(*) Pastor de Jesucristo por la voluntad de Dios