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Vivir con un gran agujero fiscal, es la piedra con la que tropiezan muchos países, en particular, aquellos que tienen gobiernos de corte populista.
Recordemos, Bolivia en el año 1985, frente a un enorme déficit fiscal, hiperinflación y ausencia de empleos de calidad, tuvo que sentar las bases de reactivación productiva indispensables para retomar la dinámica del desarrollo económico y social del país, estableciéndose una nueva política económica a través del decreto supremo 21060.
Ante situaciones de inflación, los más afectados son los adultos mayores, pues la inflación reduce notablemente la rentabilidad real de las inversiones realizadas, y en consecuencia el ahorro acumulado a la jubilación.
De allí que, para evitar el impacto de la inflación en los ahorros, se debe conseguir que éstos últimos no pierdan poder adquisitivo. Una forma de que no pierdan poder de compra año tras año, es conseguir que la rentabilidad de los ahorros sea superior o al menos igual a la inflación, pero no darse tal situación, la afectación es y será abrumadora.
De igual manera, las aportaciones a planes de pensiones o a otros productos de ahorro, para que no pierdan poder adquisitivo es conveniente incrementar las aportaciones año tras año al mismo ritmo que la inflación. Sin embargo, cuando los ciudadanos están frente a situaciones de carencia de liquidez, falta de empleos, etc., no podrán siquiera incrementar sus aportaciones, por ende, las expectativas de su futuro no serán para nada halagadoras.
De nada sirve tener postulados teóricos constitucionales como los establecidos en los arts. 67 y siguientes de la Constitución boliviana, donde señalan que todas las personas adultas mayores tienen derecho a una vejez digna, con calidad y calidez humana, si frente a inflaciones, no podrán cubrir mínimamente sus gastos por salud, alimentos, servicios médicos eficientes, entre otros.
La vejez es una etapa de la vida que no deja de ser larga, cara y en muchos de los casos, los tropezones de la inflación, acrecienta aún más, lo penoso o doloroso, de lo que ya es (o puede ser).
Si deseamos conocer mejor la realidad, debemos cambiar nuestro espejo por una ventana, pues de esta manera podremos ver con mayor horizonte (el contexto) todo lo que sucede y nos sucederá; y, si tratamos de cambiar de paradigmas, esto no implica: negociar, renunciar ni echar por los suelos, los principios éticos morales de nuestra vida. Para las personas genuinamente decentes, personas de bien, eso es innegociable.
En pleno siglo XXI, con tanto contexto histórico por detrás, muy bien sabemos, lo que se entiende como prohibido en estos escenarios inflacionarios y de déficit fiscal, sin embargo, muchos países, en especial los sudamericanos, continúan por la senda de lo que no se debe hacer, esto es: modificar los equilibrios entre la oferta y la demanda por fanatismos ideológicos, suspensión sorpresiva de las exportaciones, controles compulsivos de precios, incentivos al infierno fiscal, el ataque a la meritocracia, la distribución de lo que no se tiene, el endeudamiento sin respaldo, los corralitos bancarios de moneda extranjera, las devaluaciones camufladas de la moneda nacional, agigantamiento del Estado generando gasto público astronómico en búsqueda de dependencia y control total del ciudadano hacia las estructuras estatales, eliminando o restringiendo las libertades y la propiedad privada de las personas; aumento de cargas sociales y tributarias a la gente de bien, a los formales; el aumento desmedido del entretenimiento, el morbo y la distracción social mediante cortinas de humo basados en el show mediático, lawfare y sobredimensionamiento de la noticias sobre hechos de conmoción social, culpando a otros de los males, entre otras cuestiones que en vez de solucionar el problema (retirando la piedra del déficit fiscal -dejar de gastar más de lo que se tiene- y la inflación), se sigue tropezando sobre lo mismo, aumentando y agravando el tiempo de agonía.
En periodos inflacionarios, habrá quienes digan que es cuando más ganan; sin embargo, olvidan que, si bien podrán vender sus mercaderías, pero el costo de reposición les será cada vez más costoso, por ende, se hace muy difícil sostener esa recuperación, ya que los consumidores no podrán pagar los incrementos de precios o debido al desabastecimiento de los insumos importados, de energía o la falta de recursos humanos calificados dada la ingente carga social que esta conlleva.
Con todo ello, lógicamente deberán aumentar sus márgenes, lo cual conllevará aumento de costos, pérdida de competitividad e inconsistencia de precios.
Lo peor de todo esto, es que no podemos dejar de ver el problema bajo el ángulo del costo de la integridad física, vida, salud, paz y tranquilidad social, pues el resultado de una situación de corrupción generalizada y caradura, es una abismal decadencia social reflejado no solo en pobreza sino en desconfianza total (al extremo de una paranoia tóxica) con altos y alarmantes niveles de peligrosa delincuencia organizada, mafia, corrupción generalizada y desvergonzada, pues los únicos que podrían de cierta manera tener ventaja de todo ello, serán quienes tengan demasiado dinero producto de la informalidad, contrabando, corrupción, y demás perpetraciones de hechos delictivos por motivaciones económicas.
El sendero del gasto público imparable sumado a la ausencia de honestidad e integridad, la cual es revelada, por el incremento cínico y atroz de la corrupción tanto pública como privada trae consigo desgracias humanas.
Si no ponemos freno a todo ello, dejando de vivir enloquecidos por la codicia, la mentira, el engaño y la vanidad arrogante, resultará al final de cuentas, que todos y cada uno de los ciudadanos, nos veremos afectados al tropezar nuevamente con la misma piedra (gran déficit fiscal, inflación y corrupción generalizada); y, los más débiles del eslabón social, son los niños y los adultos mayores. Tengámoslos presentes a ellos en nuestra biografía. No los olvidemos ni los dejemos solos.
La vejez del cuerpo es obviamente, real y obligatoria; sin embargo, la naturaleza también nos muestra que los árboles añejos siguen dando sombra y frutos. Del mismo modo, aquellas personas que, desde temprano, se cultivaron y además se cuidan, cuando éstas llegan a ser adultas mayores, continúan (a su propio ritmo) dando frutos, esto es, desplegando su talento y proporcionando su saber, el cual es de gran utilidad para nuestras vidas (en ese sentido, convengamos, tener avanzada edad no es sinónimo de sabiduría, pues amerita necesariamente del buen cultivo, de la siembra y la cosecha, en la erudición).
No hemos venido a este mundo hasta culminar nuestros últimos días, únicamente para deambular y recrearnos en diversión, distracción y cumplir con nuestros caprichos egocéntricos de forma arrogante y envanecida (bajo el cretino criterio de que, porque "tengo y puedo, lo hago", llevando una vida de constante trastorno de ansiedad, rifando su propio futuro y la de los demás). Valoremos, cuidemos y escuchemos a dichos adultos mayores, aquellos que han luchado por ser auténticamente íntegros y se han cultivado, en conocimiento y práctica, a lo largo de su vida, siendo testimonios vivos para su entorno.
Por nuestro propio bien y la de ellos, evitemos la tiranía de nuestra falta de dominio propio, exigiendo verdadera austeridad en la función pública, el no agigantamiento del Estado, reduciendo el gasto público, que el Estado y la sociedad viva acorde a sus ingresos, frenar el endeudamiento desmedido, exigir rendición de cuentas, control social a todas las estructuras estatales, recuperar todo el caudal extraído por corrupción en todos los estamentos estatales, entre otras medidas que refrenen los nefastos efectos de tropezar con la enorme piedra del déficit fiscal, la corrupción y la inflación.