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Celebrando los 63 años del ominoso muro de la vergüenza, como fue denominada la muralla que dividió durante más de 28 años la ciudad de Berlín, paradójicamente bautizada por la comunista República Democrática Alemana como “Muro de Protección Antifascista”, es una sensación de cuya reminiscencia nos resulta muy difícil abstraernos, especialmente para quienes tuvimos la suerte, o mala suerte de presenciar su edificación, así como la insólita oportunidad de contemplar su derribo.
Fue un 13 de agosto de 1961, a escasos 16 años de finalizada la segunda guerra mundial, cuando bajo el irrisorio pretexto de proteger a la población que ocupaba la parte oriental de Berlín del ingreso de elementos fascistas, que tropas militares soviéticas, en una sorpresiva acción comando, resolvieron montar una valla de alambre de púas que devino posteriormente en el horroroso muro de concreto que separó, por más de medio siglo, la capital de la República Federal Alemana.
Los jóvenes estudiantes latinos de entonces, enfervorizados por el triunfo de Fidel Castro y su guerrilla sobre el régimen dictatorial de Fulgencio Batista, vimos en la actitud de la Rusia soviética una reacción natural de su lucha contra el imperio norteamericano empero, jamás nos habríamos imaginado que con ese hecho se estaban iniciando las peores y más largas dictaduras de cuantas ha padecido el género humano. Asimismo, nunca habríamos podido vaticinar que, sólo el intento de trasponer dicha muralla iba a costar la vida de más de 270 personas que fueron vilmente asesinadas en su tentativa, incluyendo una treintena que fallecieron como consecuencia de la detonación de minas. Por supuesto no existe, ni existió nunca, registro alguno sobre individuos que hubieran pretendido ingresar voluntariamente a radicar en ese infierno comunista.
Hoy, a 63 años de ese indignante acontecimiento, y cuando celebramos 35 años de su caída, los hechos confirman lo ilusos que fuimos quienes asistimos azorados a esa triste realidad. Bastaba ver la diferencia que existía entre las dos Alemanias; la suerte que corrieron muchos otros paraísos comunistas; y la suerte que corre y sigue viviendo Cuba; sojuzgada por sus déspotas que, so pretexto de un supuesto embargo norteamericano, emprendieron dispendiosas expediciones guerrilleras, con infamantes derrotas, como la del tristemente célebre Che Guevara en Bolivia.
Muy distinta sería la historia política de nuestra región, si no se persistiese en aplicar esa terca y anacrónica doctrina fracasada de la Unión Soviética, su nido, trasladándola pertinazmente a nuestros países, envuelta en papel de regalo de la droga, del populismo, y de un fanatismo ateo inmerso en un ataque contra la Iglesia católica, como es el caso de Nicaragua. Asimismo, se basa en contrariar el modelo occidental de gobierno basado en la libertad, en el respeto a los derechos humanos, en la libertad de expresión y en el respeto a la propiedad e iniciativa privada.
En un destello de lucidez, Fidel el guerrillero, cambió su estrategia de botas por la de votos y, copiando impúdicamente la política del yanqui embargador, creó un Foro de populistas parasitarios que sufraguen su permanencia en el poder. Venezuela fue la primera víctima en ser saqueada de toda su riqueza, para terminar al igual que Cuba, donde su revolución hoy se expresa en una carestía inhumana de los más elementales productos de la canasta familiar y en cortes de energía eléctrica de hasta 14 horas diarias, razón suficiente para que la población isleña reaccione con justificada violencia y presagie el ocaso del castromunismo.