- 2010-09-12
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“No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado”
El 12 de Octubre de 1942 el andaluz Rodrigo de Triana avistó tierra creyendo que las naves que comandaba Cristóbal Colón en su heroico e ingrato viaje habían llegado a las Indias.
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“No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado”
El 12 de Octubre de 1942 el andaluz Rodrigo de Triana avistó tierra creyendo que las naves que comandaba Cristóbal Colón en su heroico e ingrato viaje habían llegado a las Indias.
Gran proeza la de estos vehementes marinos, que lograron romper la barbacana entre los dos mundos, el antiguo, y el desde entonces denominado nuevo... algo que, sin duda, ha transcendido la mera hazaña del descubrimiento para convertirse en uno de los referentes históricos de la humanidad.
Así fue visto durante siglos, hasta que comenzaron a revelarse, por parte de una pseudo-intelectualidad verdaderamente acomplejada, las ocurrencias, objeciones y peros que negaban, y cuando menos llegaba a cuestionar, la gran proeza financiada por la Corona de Castilla. Se iniciaron entonces un sinnúmero de concelebraciones paralelas, que basadas en la falacia y la desinformación histórica cuestionaron y trataron de desacreditar la realidad de un hito histórico irrepetible.
Llegados a nuestros días esa impostura se ha visto acrecentada por el pensamiento de una serie de dirigentes iberoamericanos irresponsables y asentados en la demagogia más devastadora, que tratan de instrumentar y borrar la huella española de sus vidas y su historia, como única vía para ganar la ciega aceptación de la masa ignorante.
En este sentido, y con el rigor que requieren las circunstancias, se hace necesaria una labor higiénica de análisis que pueda aportar la luz necesaria no solo a los hechos, sino lo que es más importante, a los impertérritos negacionistas de una parte vital de su propio pasado.
En el S. XV Europa, cuna de la civilización moderna, era la región más avanzada del globo, y como tal ejercía un papel protagonista en el escenario político y económico de la época. Parece entonces lógico que sus navegantes alcanzaran tierras lejanas y no a la inversa, desde una Iberoamérica, caracterizada por el retraso, los constantes enfrentamientos y la visión cósmica de la existencia y la condición humana.
Cuando ese puñado de españoles alcanzó la inmensa y desconocida tierra “de estirpe indígena” inició una feroz lucha por su conquista (reconocida como derecho por el “ius cogens” de la época). Escasos arcabuces, menos cañones, pocos caballos, inútil pólvora y la voluntad de acrecentar y hacer más fuerte al Imperio, fueron los medios con los que contó la tropa para hacer frente a los miles de guerreros enardecidos por la llegada del intruso.
Lo que no quieren reconocer los falsarios defensores de la “leyenda negra”, esos supuestos portavoces de la corrección histórica, es que la victoria se alcanzó, en buena medida, gracias al apoyo de los indígenas oprimidos por incas y aztecas. Al lado de los ardorosos españoles combatían un sin número de autóctonos que veían a los uniformados no como una rémora o amenaza usurpadora para sus vidas, sino más bien como un símbolo de liberación. Sirva de ejemplo la hazaña militar del estratega Hernán Cortes en la conquista de México, cuando en fecha 2 de Septiembre de 1519 logró vencer a cuarenta mil hombres -superiores en proporción de cien a uno- del pueblo tlaxcalteca, enemigo de los aztecas para más tarde, con un supremo alarde de inteligencia y habilidad política, les convenció para que se unieran a él contra los indígenas dominadores
La conquista y la evangelización de los nuevos territorios marcharon irremisiblemente unidas, pese a que hoy exista y se haya acrecentado una sospechosa explosión de indigenismo que poco menos que añora la época precolombina de los sacrificios humanos, la opresión y las incesantes luchas por el dominio “del otro”. Este dato cobra especial relevancia porque constituye en referente moral y la inspiración fundamental del comportamiento de nuestros compatriotas.
A diferencia de la Gran Bretaña, la España católica supo instalarse entre sus congéneres indígenas y mezclarse de forma natural sin asociar el concepto al dominio de los nuevos amos. Para entender mejor el concepto sería interesante recordar como los ingleses recurrieron al sistema de la encomienda, figura jurídica de inspiración feudal por la que el monarca concedía a sus súbditos un determinado territorio con su población incluída, y cuyos derechos eran tutelados directamente por la Corona.
Sin duda el Imperio español desarrolló un proceso inapelable de integración social en la nueva realidad iberoamericana, sin recurrir al vil y desalmado sometimiento del que tanto hablan actualmente los difamadores interesados en destruir la epopeya del descubrimiento.
Esa Corona que tanto vilipendian los desconocedores y manipuladores de la verdad histórica (esos que callan cuando se trata de reconocer la verdad del escenario social en el que se desenvolvían los territorios andinos en el S XVI, donde estaba prohibida la propiedad privada, no existía el dinero ni el comercio y la población era sometida a duras reglamentaciones, al más puro estilo del marxismo moderno) fue pulcramente fiel a sus principios católicos, otorgando a la población del Nuevo Mundo un conjunto de severas leyes fundamentadas en “la igualdad natural de todos los pueblos y la ayuda recíproca”, lo que inevitablemente incluía el inalienable respeto a los derechos de los indígenas.
En este sentido el Rey Felipe II ordenó recopilar las disposiciones que la Corona había dado para los dominios coloniales. En 1596 se logró tal fin, resultando que esta primera recopilación solo, incluyó lo concerniente al Consejo de Indias y sus ordenanzas. Durante el reinado de Carlos II, se publicó una obra conocida como Recopilación de Leyes de las Indias.
La edición impresa publicada durante el reinado de Carlos IV, que contiene las normas relativas y la organización de la justicia; el dominio político (Autoridades y milicia); de los descubrimientos y poblamiento; división administrativa; asuntos policiales penales y penitenciarios; Hacienda Pública; y de la Casa de Contratación. Con estos datos parece algo más que evidente que La Corona de España se preocupó por transmitir un sistema legislativo ordenado y justo, además de una forma de organización administrativa del que sin duda carecía la población autóctona.
Sobre estas bases los juristas españoles, siguiendo el principio de igualdad natural entre todos los pueblos llegaron a reconocer y plasmar en normas el derecho y deber de la población europea de ayudar a las personas que así lo necesitaran.
En lo referente al papel desempeñado por la monarquía española en el ámbito cultural iberoamericano de la época es público y notorio que han circulado demasiadas imprecisiones, omisiones falsedades y sorprendentes acusaciones sobre el presunto “imperialismo genocida” impuesto desde la península. Aunque se trate de una evidencia es conveniente recordar que los conquistadores hablaban en castellano cuando llegaron a las Indias y que, además, realizaron la gran proeza en nombre del Reino de Castilla.
En este sentido habría que destacar y reiterar que en el descubrimiento, la conquista y posterior colonización del “Nuevo Mundo” el Estado y la Iglesia fueron de la mano, y que los misioneros enviados por el imperio para desarrollar la encomiable tarea evangelizadora no solo no trataron de imponer el idioma propio (pretender y esperar esto de los nativos parecía una labor inaccesible e inútil), sino que más bien hicieron lo contrario, comenzando a aprender las lenguas autóctonas nativas como única vía para lograr un verdadero canal de comunicación.
Hasta tal punto se empeñaron en su generosa misión, que llegaron a crear la gramática y sintaxis de dialectos locales y jergas que, en la época, ni siquiera contaban con forma escrita y que, sin duda alguna, han logrado mantener su uso hasta nuestros días gracias al beneplácito, el mérito y el apoyo venido de la Corona de España. Esta ardua labor pasó rápidamente al ámbito universitario, así, en el año 1956, en la Universidad de Lima -dependiente del Virreinato del Perú- llegó a crearse una cátedra de quechua . Más tarde se dictaría una orden por la que cualquier persona que quisiera acceder al sacerdocio en dicho virreinato estaría obligada a conocer, comprender y hablar “el idioma de los andes”.
Finalmente recordar que cuando el Consejo de Indias solicitó del emperador Felipe II, la necesaria castellanización de los indígenas, este contestó en un alarde de raciocinio y de verdadero respeto a la libertad: “No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural; solo habrá que disponer de unos maestros para los que quisieran aprender, voluntariamente, nuestro idioma”
Otra de las cruciales y eminentes aportaciones de la Corona española a los habitantes de las tierras del “Nuevo Mundo” fue la fundación de las Universidades, meritoria e imperecedera semilla del pensamiento humanista que, sin duda, implantó una nueva visión de la condición humana y la libertad a los pobladores iberoamericanos además de constituir la correa de transmisión para la difusión de la cultura española y de la religión católica.
Efectivamente el proceso estuvo motivado en el deseo y necesidad de proyectar una visión misionera en las poblaciones indígenas, además de constituir una auténtica extensión de la autoridad real a los territorios de ultramar - de hecho, fueron reguladas y controladas por las órdenes religiosas-
Salamanca y Alcalá de Henares, las dos universidades españolas más famosas de la época, fueron los modelos que inspiraron en el Nuevo Mundo. A la primera recurrieran los poderes ecuménicos (Emperador y Papa) para moldear las nacientes instituciones. La temprana fundación de la Universidad de México en 1551 puede ser entendida como un mecanismo institucionalizado, dentro de un proceso más general, por el cual los criollos graduados en la misma actuaban como portadores de la cultura hispano-católica, vinculándose así a la autoridad central. La educación en Iberoamérica fue considerada, a partir de entonces fuente de alto prestigo y símbolo de poder.
A todo ello se uníó el revolucionario resurgir de las letras y la cultura a través de la introducción de la imprenta. Efectivamente fueron los españoles los que llevaron a tierras iberoamericanas y dieron a conocer a los habitantes autóctonos la máquina impresora, siendo México, en 1536, el primer país en contar con tan novedoso privilegio.
¿Qué decir de las ciudades? Quizás sea una de las aportaciones y símbolos más palpables de la colonización, asociado siempre al omnipresente concepto evangelizador: Los españoles se lanzaron a poblar (no a despoblar) y a buscar la cristianización del Nuevo Mundo.
Parece lógico pensar que la construcción de dichas urbes respondió siempre a una serie de criterios nada arbitrarios, y a pesar de que ya existieran núcleos urbanos de relevancia a lo largo de todo el territorio iberoamericano –es especial los de origen azteca, inca o maya- los conquistadores supieron eligir lugares estratégicos para la defensa, fundando ciudades sobre la base de planos sencillos y prácticos trazados a regla y cordel y advirtiendo, de una forma muy inteligente, el seguro crecimiento y posterior desarrollo poblacional.
Las urbes comienzan establecerse en el Caribe y en el golfo de México, por tratarse de la región a la que llegaron inicialmente los conquistadores españoles. La primera fundación corresponde a la ciudad de Santo Domingo, nacida a instancias de Bartolomé Colón -hermano de Cristóbal, adelantado de las Indias y estrecho colaborador de su hermano mayor en la gesta del descubrimiento-.
El modelo ovandino, de origen e inspiración religiosa, es el utilizado en los planos urbanísticos de las nuevas ciudades A este trazado respondió el conquistador Hernán Cortés en Tenochtitlan, donde Alonso de García Bravo desarrolló una urbe acorde a la denominada cuadrícula, consistente en calles rectas y generalmente continuas, manzanas cuadradas o rectangulares, una Plaza Mayor o de Armas como centro de la vida urbana, una Iglesia Mayor o Catedral, orientada de forma específica y exenta o separada, y un ayuntamiento situado en la Plaza de Armas.
Es así como se trazaron las ciudades La Habana, Veracruz, Campeche, Panamá, Cartagena de Indias o Santa Marta en la actual Colombia.
La construcción civil representa la vitalidad del legado español pero lo que sin duda cobra especial relevancia es la arquitectura de carácter religioso. En este sentido la necesidad de evangelizar las nuevas tierras pasa por la creación de símbolos de afirmación católica que perduren a lo largo de los siglos, constituyendo las hermosas catedrales y las construcciones misionales el máximo exponente del espíritu místico y teológico de la conquista
Avanzada ya la presencia española en el “Nuevo Mundo” son los criollos los que - inspirados en las técnicas pictóricas y de construcción transmitidas por los españoles- desarrollan una arquitectura más propia que ibérica, a la que aportan la indudable impronta autóctona que ha perdurado hasta nuestros días
No menos relevante es la huella de la ingente toponimia dejada por la conquista. Así todas las ciudades de nueva planta hacen pertinaz alusión a nombres del santoral español, en justa consonancia con la labor evangelizadora que siempre acompañó a los descubridores del Nuevo Mundo (sirva como ejemplo la ciudad de Medellín en Colombia, nombre otorgado en honor a la urbe extremeña que vió nacer al conquistador Hernán Cortes, e)
A pesar de todo lo expuesto parece evidente que la ciega, maniquea y distorsionada visión de estos presuntos portavoces de la revolución del S XXI, impide que conozcan y reconozcan la especial relevancia del hecho histórico de la conquista como fusión y encuentro de dos culturas y dos mundos, y en consecuencia les lleva a censurar, desde la inquina y el resentimiento más servil, las cruciales aportaciones de la Corona de España a las tierras de Iberoamérica.
Así, cuando los colonizadores llegaron a Iberoamérica los habitantes autóctonos que poblaban la región desconocían el uso de la rueda como elemento básico para el desarrollo del transporte y las vías de comunicación, Esta constituía un componente más de los rituales paganos , en los que se ofrecía al dios de turno el corazón de niños, jóvenes, vírgenes y ancianos, para aplacar su sed, pero en ningún caso fue destinada al uso que se le daba en el “Viejo Mundo” muchos siglos atrás. Tampoco los indios de la América precolombina llegaron a conocer el hierro, llevado por los épicos españoles a sus tierras.
Un avance que sirvió, entre otros fines, para acortar las largas distancias entre las ciudades, para trasportar las mercancías objeto de comercio, y en definitiva, para generar el rápido desarrollo de las economías nativas. Llegados a este punto tengo la seguridad de que los sátrapas que representan los autoritarios regímenes en Iberoamerica entenderán este hecho trascendente como el punto de partida de la doctrina capitalista que les oprime y azota desde hace siglos…
La cuestión consiste en distorsionar el hecho histórico del descubrimiento la conquista y la posterior colonización española, tratando de transmitir al mundo una realidad muy distinta, la que refleja un presunto y falso genocidio premeditado y milimétricamente calculado, un saqueo pertinaz y descarado de las inmensas riquezas de la región -todavía quedará algún iluso en busca del Dorado- y una imposición constante a los siervos y esclavos del imperio español-, entre otros aberrantes argumentos, sin duda, vacíos de la necesaria verdad y perspectiva histórica.
Algunos adeptos de la causa revolucionaria izquierdista han tratado de corregir y aumentar la leyenda negra española sobre el pedestal de las falacias y mentiras más funestas. Cuando los romanos invadieron y conquistaron Hispania a partir del año 218 A.C expandiendo su dominio por la península, gracias a su ejército y al hábil uso de la diplomacia. El respeto a los usos y costumbres indígenas fue fundamental para la aceptación de los romanos sobre el territorio, que permanecieron durante siete siglos.
Se llevaron buena parte de las riquezas minerales del país pero aportaron su lengua, su literatura, su sistema de administración, el derecho, las vías de comunicación, o la arquitectura en un indudable proceso enriquecedor que tiene muchos puntos de similitud con la labor desarrollada por el imperio español en el nuevo mundo.
Aunque no guste oírlo el proceso de decadencia y corrupción de las naciones iberoamericanas se inicia con la pérdida de las colonias y la separación de América de la madre patria. Es ese y no otro el momento en el que se concentra el poder efectivo en los herederos de los españoles, criollos de origen masón impregnados de jacobinismo, que constituyen la nueva casta política enfrentada a la resistencia popular de indios y mestizos, esa que termina por quebrar cualquier atisbo de libertad en lo religioso, económico o político.
No nos engañemos, fueron los iluminados revolucionarios creyentes en las doctrinas masónicas más radicales los que acabaron “destruyendo las indias” y la ingente huella que dejó la epopeya española en la región. Esa élite burguesa y acomodada, que siempre mantuvo tensas relaciones con la Corona fue la que, a la postre, acabaría con el respeto a la Iglesia y a las normas que protegían a sus aliados, los indígenas. Estos y no otros, invocaron los principios de hermandad universal másonica y de los derechos del hombre para hacer abolir las leyes que tutelaban a los indios. No hubo otro periodo más desastroso.
Se puede manipular la verdad una vez, lo difícil es hacerlo constantemente. La fiesta de la hispanidad debe de ser motivo de celebración y orgullo para iberoamericanos y españoles, no cabe la menor duda... “tanto monta, monta tanto”