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Lo que está sucediendo en Bolivia, es una vergüenza. El gobierno golpeado por el narcotráfico, desde afuera y desde su propio vientre, como nunca, debería ocasionar la repulsa social movilizada. Pero no sucede. Cuando la democracia estaba gobernada por organizaciones políticas, una acusación efectuada por un narcotraficante, como la realizada por el señor Marset, hubiera tenido efectos decisivos en la presidencia de la república.
Está claro que, desde la asunción del MAS al gobierno, el año 2005, los asuntos del narcotráfico se han convertido en asuntos de Estado. Y desde que se sancionó la constitución política del Estado Plurinacional, la coca convertida en sagrada constitucionalmente ha sido el cultivo agrícola más fomentado, protegido y expandido en todo el territorio nacional.
Esta es la explicación del porqué, los acontecimientos que estamos viviendo, pasen a ser parte de la cotidianidad y de la normalidad. Desde el gobierno los temas relacionados con el narcotráfico tienen filtros cuidadosamente establecidos. Y, por supuesto, compartimentos oficiales que regulan sus relaciones.
Somos un país catalogado como Narco Estado. Que se envuelve en una bolsa de silencio cómplice por la mayoría de los medios de comunicación. Para eso se los controla mediante el cupo mensual de pagos, con rostro de cuña publicitaria, que el gobierno les coloca como mordaza en la boca. Esta es otra explicación del porqué no pasa nada.
Y por último el control político de los órganos de poder del Estado y el miedo esparcido mediante el uso del terrorismo de Estado, hacía la sociedad, configuran el todo construido para los efectos deseados.
Es casi una novela de ficción. Acusaciones mutuas del gobierno con sus militantes, que demuestran cuánto saben y conocen del negocio que tienen. Dichas en voz alta y de manera pública, que ocasionan sonrisas, frases graciosas y hasta supuestos debates de análisis que harían las delicias de los espectáculos de humor, sino fueran una realidad dramática que se vive, como si fuera apenas un mal sueño.
Bolivia está vista, desde el exterior, como el tacho de basura, que miran los vecinos desde el interior de sus viviendas. Estamos ahí expuestos a las miradas de todos, como algo inevitable, pero nada agradable.