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A veinte meses de celebrar el bicentenario de nuestra amada patria boliviana, y antes de soplar sus doscientas velitas, es necesario reconocer que ella llegó a esa edad, gracias a su incuestionable resistencia y/o resiliencia que le brindó esa capacidad de adaptación y aguante a cuanta situación adversa o elemento perturbador que le tocó sortear, desde el mismo día de su nacimiento.
Como prueba de dicha aserción, los bolivianos, entre electores y elegidos, hemos experimentado con un eclecticismo pasmoso todos los modelos y sistemas de gobierno posibles, desde las más intolerantes dictaduras, sean estas fascistas, o comunistoides; pasamos por el Ágora Griega; el Foro Romano; la Asamblea Popular; hasta recalar en el pluri nacionalismo pachamamista del Siglo XXI ¡Y Nada! Asimismo, pasaron por la presidencia: militares, abogados, periodistas, médicos, curas, señoras, y hasta probamos con un trompetista ¡Y Nada! La mediocridad y el mal agüero nos persiguen con una pertinacia intolerable.
En aras de encontrar la respuesta y una solución de discontinuidad a esta tragedia nos preguntamos: ¿Será la raza, la altura, la falta de ignorancia, el olor, la dieta, o todos estos factores juntos, los que marcan tanta desdicha? Según datos de 1831, la Divina Providencia nos obsequió una maceta de 2,373,256 km2, lo que nos situaba, después de Brasil y la Argentina, en el tercer país más extenso de Sudamérica empero, por la codicia de nuestros vecinos y la desidia de nuestros gobernantes, esa extensión se redujo a la superficie actual de 1,098,581 km2, que significa la mitad de la original. En ella vivimos 12 millones de bolivianos que, según dudosas cifras políticas, nos dividen en 36 grupos étnicos, de los cuales, sólo uno, el masista, nos gobierna desde hace 18 años, y es en este régimen en el que en La Haya, perdimos el acceso al mar para siempre.
Que sepamos, en el exterior somos muy cotizados por nuestra honradez, nuestro esmero en el trabajo y una obediencia casi canina hacia nuestros empleadores empero, apenas nos ubicamos a lo interno de nuestras fronteras, un demonio pareciera encarnarse en nosotros, convirtiéndonos en todo lo contrario.
De hecho, como aquellos héroes de la tragedia griega, pareciera que estamos signados por un karma que nos lleva hacia la autodestrucción. El empresario quiere ser funcionario público; a su vez, el funcionario público roba como enajenado para hacerse empresario. Si bloquea, usted se convierte en un respetado “activista”; lo que le permite acceder hasta la presidencia del Estado; si avasalla u ocupa propiedad ajena, es un justiciero que está ampliando la frontera agroquímica empero, si Ud. Se pasa una luz roja, irá preso; salvo que enmiende el daño con una generosa coima. Si estudió en Harvard o Salamanca falló, preferiremos a aquel cuya indiosingracia le permita conocer a fondo y mejor nuestros defectos, que nuestras virtudes.
Repasar nuestra historia, es viajar por sendas de infinita tristeza y pesadumbre, allí comenzamos a meditar sobre nuestra terrible falta de ecuanimidad hacia nosotros mismos y nos deleitamos amplificando la desgracia de nuestros congéneres. Eso sí, jamás enaltecemos sus triunfos y, al contrario, tratamos de demeritarlos hasta que pasen inadvertidos. Cuántas veces hemos escuchado ese comentario recurrente sobre un compatriota que ha triunfado: “¡Qué va a ser inteligente ese cojudo, si era mi vecino, vivía en la esquina de abajo de mi casa!”
Entonces, en medio de esta crisis de disgregación nacional; de fragmentación de las instituciones democráticas y de una demencial carrera hacia el suicidio colectivo; creemos que un acuerdo familiar, basado en una alianza sincera entre los bandos en pugna, como en el caso alemán, sería el marco más razonable y adecuado, para celebrar dignamente nuestros Doscientos Años de Orfandad.