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En esta fecha especial (19 de marzo), en conmemoración al día del padre, es menester reflexionar que un varón no es padre hasta que no reconoce a su hijo como suyo (mientras que madre es, mucho más antes, desde el primer momento cuando se concibe el nuevo ser; incluso sin que ella, aún lo sepa), por lo tanto, se debe ser un padre protector, no un padre ausente. Durante el parto, es importante estar presente, asistir o ayudar a cortar el cordón umbilical, aunque la madre sea efectivamente la que lo seccione.
Si decidiste ser padre, estas en este mundo, para ser (de tu hijo o de tu hija) su maestro del ejemplo más que del discurso o de las apariencias, esto es, esforzarse por ser una auténtica persona de bien, decente y templado, no un embustero farsante y desvergonzado, que no se indigna de la corrupción, que cobardemente la promueve, enriqueciéndose de la mentira y del engaño, siendo un simple títere del egocentrismo y de las emociones, dominado por la envidia, la codicia, la vanidad y la lujuria.
Al tener descendencia, ambos (padres e hijos) se convierten en maestros mutuamente y en su debido tiempo.
El ejercicio de la paternidad, es el acto de atender las necesidades de los hijos y su educación, siendo los padres, a su vez, proveedores de riqueza, el cual no se refiere exclusivamente al dinero en sí mismo.
La verdadera riqueza está en la integridad, cultivar la mente, en los valores y los principios éticos morales; el amor; las convicciones, la creatividad, la imaginación (la cual abre horizontes), los talentos desplegados, la familia, la conciencia tranquila, la humildad de corazón, ser humanitario, la libertad y la propiedad privada como acervo de los derechos humanos y componente indisoluble de la libertad individual (sin libertad y propiedad privada, las personas no pueden desarrollar sus propios proyectos de vida, desaparece la solidaridad y la posibilidad de compartir y trabajar en conjunto).
Los hijos aprenden lo que viven. Ellos deben atender y respetar los sentimientos de los demás. Este aprendizaje se hará efectivo en la medida en que los padres seamos capaces de mostrar también nuestra empatía hacia nuestros hijos y hacia los demás, sembrando conciencia y actuando siempre en la medida de lo necesario.
Como padres, entregamos nuestra energía paterna con nuestros abrazos. No debemos robarles a los hijos su infancia tampoco su futuro. Se deber ir a lo esencial sin malgastar tiempo ni energía en luchas y discusiones inútiles.
En ese sentido, evitemos ser padres tóxicos que impulsan lazos neuróticos y mutilan a sus hijos, imponiéndoles prejuicios ególatras y jaulas mentales que pasan por generaciones por simple repetición ancestral sin reflexión y discernimiento, instaurándose barreras al desarrollo de su ser esencial.
Como padres debemos entregarnos, sin finalidad y manipulación, al amor, aceptándolos (a los hijos) tal como son, no lo que nosotros deseáramos que sean, caso contrario, crecerán los hijos sintiéndose vacíos.
Ellos (los hijos) deben cumplir sus propios proyectos de vida, no los nuestros sino el suyo propio conforme a su identidad individual.
Como padres damos lo que somos y lo que tenemos, por lo tanto, todo lo que podemos dar es acorde a lo que nos hemos cultivado; y, en consecuencia, lo que no sabemos dar o no supimos dar, tiene que el hijo dárselo a sí mismo pues como todo ser humano en libertad es responsable de sus propias decisiones.
Todo lo que hacemos en la vida, aunque sea para otros, lo hacemos para nosotros mismos (si hacemos el bien, recibimos ese bien. Si realizamos o provocamos el mal, recibiremos ese mal), por ende, debemos crear si es posible, una familia iluminada y libre.
Con todo ello y en definitiva, sé el padre que siempre quisiste tener y deja de ser el hijo, que no quisieras tener.