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Desde hace 200 años, peruanos y chilenos dicen que fue un error la creación de la República de Bolívar, y los otros vecinos les han dado la razón avanzando sobre sus territorios, como si fueran de nadie.
Esta nueva república conoció el hielo desde su nacimiento y optó por encerrarse en sus cada vez más apretadas fronteras, hasta llegar al momento presente, cuando es considerada un incordio, un mal vecino.
Convertida desde hace veinte años en "Estado plurinacional", tres vecinos la repudian ahora por albergar a los terroristas de Hezbolllah, y la presidente de uno de ellos la ha definido como un Estado fallido.
Hay que buscar mucho para encontrar argumentos que justifiquen motivos para sentirse orgullosos de pertenecer a esta nacionalidad.
Fue conocida como la cuna de la plata, lo que dio el nombre a un país vecino y a un río, la segunda mayor cuenca hidrográfica del continente, pero ni siquiera eso sirvió para que los países de la región la tomaran en serio.
Cuando se acabó la plata, que le dio el motivo de existir, la república sacó de la manga al estaño, vital para las guerras mundiales, hasta que se acabó en 1985.
Un actor silencioso, que había acompañado a los mitayos desde 1545 en Potosí, la coca, estaba asechando, y en 1860 dio a luz uno de sus elementos que habrían de marcar el surgimiento de una nueva realidad, la de los sueños.
Después de haber enviado la plata al mundo, para los dueños y los piratas, pasó a enviar el secreto para soñar despiertos, a todo el mundo.
A alguien se le ocurrió que se debía prohibir el uso de ese elemento y entonces surgió el negocio de venderlo como algo ilegal.
De esa manera nació una de las actividades económicas más prósperas del mundo, que ha decidido incursionar en la política, hasta ahora con mucho éxito.
En este momento, esa actividad económica sustenta al frente que se atreve a jugar a la geopolítica mundial.
El país donde se acuñó la moneda de la primera globalización mundial conduce ahora, medio milenio después, el negocio del elemento clave de uno de los frentes que dividen el mundo.
Pero sus vecinos lo siguen considerando un incordio, un exportador de pecados, y querrían que dejara de existir para que se produzca una repartija "amigable" de su territorio, como lo propuso, a principios de siglo, un político chileno.
Como en Macondo, ahora la pregunta es si las estirpes condenadas a 200 años de soledad tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.
Siglo21bolivia.com