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La economía parece ser la mayor preocupación en este mundo de sobreabundancia; ya nadie habla del "Ser y la Nada", del filósofo francés Jean Paul Sartre, o del también existencialista Martin Heidegger: "Ser y Tiempo"; -¡no hay tiempo para esas cosas!- disculpe, estamos de acuerdo.
Veinte años atrás, había que trabajar por imposición. Ante una orden severa, surgía la obligación de cumplir, de lo contrario llegaba el castigo. A ese tiempo, los sociólogos llamaron el "ciclo de la negatividad".
El mundo cambia, ahora se impone el desafío personal como estilo, ahora se dice: "yo puedo solo". Este es el tiempo de la sobreinformación, la sobreproducción y el sobreconsumo; ahora se impone la "persona-rendimiento". A este nuevo contexto laboral le llaman "positividad".
La persona que trabaja en este mundo de retos, es su verdugo y víctima a la vez. No tiene horario ni pausa, se lleva trabajo a la casa, su pensamiento está todo el tiempo y en cualquier lugar copado por el trabajo. Y por más exitoso que sea el resultado, su satisfacción es fugaz: esa persona ya pertenece a la “cultura de la rapidez”, a "la sociedad del rendimiento". Otros expertos le llaman "la dictadura de la urgencia". La consecuencia de todo esto es la depresión la hiperactividad, y la escasa concentración.
Ha nacido la nueva sociedad descrita por el filósofo coreano Byung Chul Han, expuesta en su libro "La sociedad del cansancio", publicado el año dos mil diez; su contenido no es tan místico ni metafísico como fue el pensamiento de antes: "pienso luego existo", o la preocupación bizantina por saber si Adán tuvo ombligo. El autor Chul Han aplica un razonamiento humanístico inspirado en la realidad actual.
Y la realidad de este siglo es que se vive la incertidumbre y el permanente desafío, convirtiendo a las personas en máquinas de rendimiento, cuyo objetivo consiste en maximizar el esfuerzo, como si fuera un dopaje, que luego produce cansancio. El propio Chul Han afirma: "El excesivo aumento de rendimiento produce infarto en el alma".
El mundo está acelerado, no alcanza para la calma, el estrés lo arrastra al borde del síndrome emocional; una expresión peligrosa en la creciente sociedad de los cansados. Ese "yo puedo solo" suena como un reto, genera sensación de libertad: es la afirmación incorporada a su ser; su placer resulta al reafirmar su poder, consigue cuanto se propone, escucha su propia provocación. Aunque ahora sigue de esclavo, es de su interior, de su pensamiento y su voz, es prisionero de su egolatría; asfixiado por su propia exigencia pronto dirá: ¡debo hacerlo mejor!
Su rutina es un viaje, flotando en el tiempo escaso, hostigado por las horas que llegan y huyen, dejan la sensación de no querer ser el presente, llegaron del futuro y pronto huyeron al pasado, así de difusas e imperceptibles, como aromas que no se ven.
Hacer lo que uno quiere, como resultado de la propia elección, es señal de poderío, porque manda el "yo" y el "otro" queda en según plano. En tan alto desafío se corre el riesgo de que en algún instante ya no se autorreconozca por su propio trabajo y pierda la ilusión.
El autor de "La sociedad del cansancio" ensaya una solución como procedimiento racional; sanarse uno mismo, pues uno mismo es el causante del desorden provocado con la autoagresión. En esta nueva realidad participa el ejecutivo de alta gerencia, el profesional ambicioso, emprendedor e incansable, el ciudadano apasionado, todos subidos al mismo tranvía; la prudencia sugiere evitar los extremos, no vaya a ser que en el empeño se conviertan en un "trabajador quemado". Es de esperar que ningún empleado público se hubiera animado a leer. Si acaso, le parecerá fantasía.
Fuente: "La sociedad del cansancio", Byung Chul Hang. Amazon.
*Periodista